Tarde de sábado y estuvimos con
Leonardo Padura; en el agradable anfiteatro del MALBA, Museo de Arte Latinoamericano
donde se exhiben obras de Amelia Peláez, Mariano Rodríguez y Wifredo Lam. Padura
es el escritor cubano vivo con mayor popularidad internacional y tal vez del que más se discuta en estos momentos, este día, en este mismo minuto. Ha vuelto a la Argentina,
como jurado del Premio Clarín de novela y por tal motivo fue centro de una mesa
(vale decir: sofá) escoltado por las escritoras argentinas Matilde Sánchez y Claudia
Piñeiro, entrevistadoras; “mis torturadoras”, dice él, que viste camisa azul, pantalón
beige, zapatos caoba.
Parece cómodo en el intercambio y feliz con
el público que ha llenado las lunetas. Como de costumbre cada una de sus
palabras y gestos se corresponden a las palabras y gestos de un cubano clásico,
habanero, mantillense. Padura tiene bastante del prototipo cubano, es un tipo clásico
de escritor de su generación, por las cosas que dice y cómo las dice; aunque,
advierte no saber bailar, incapacidad de la cual culpa a que en Cuba solo hay
una manera de hacerlo: bailando bien. “El resto somos centro de las burlas,
razones para que haya tanto asesino serial por las calles”, dice en sorna.
También recuerda la influencia que tuvo el beisbol. En la reciente ceremonia de aceptación del Premio Princesa de Asturias
se presentó con una pelota. Cuando niño se fugaba de la escuela para jugar con
los amigos. Repitió el quinto grado por semejante fanatismo. Su madre, en su edad
octogenaria, revisando papeles de antaño, lo recrimina por las ausencias a la
escuela. ¿Dónde estabas si salías de casa todos los días? El
niño Padura jugaba pelota sin parar. Y ahora sigue jugando, a través de Industriales,
su equipo.
El diálogo vespertino comenzó con el pie
de Matilde Sánchez (que llevaba tacones) sobre literatura policial; específicamente
la novela policial escrita desde la periferia, advierte Padura: en los años 80.
Cuba. Historias de visión propagandística más que literaria eran aquellas. Malas
historias, recalcó. Luego, afloraron las influencias. Y un nombre esencial. Manuel
Vázquez Montalbán. Y otro de alguna manera importante: Paco Ignacio Taibo II.
Claudia Piñeiro le pregunta por qué Mario
Conde se cambió el apellido sin pasar por registro civil alguno y, presto, se
adelanta el cubano a responder que por asuntos netamente de la rima: Lamar rimaba
con demasiados infinitivos de uso en la lengua castellana, infinitivos no siempre
chabacanos pero sí extendidos en la jerga del cubano. Mejor Conde, que aunque
por un primo, a los españoles recordará a un banquero tránsfuga.
Y habló Padura de su primer viaje a España
como periodista y crítico de novelas policiales, de lo mucho que significó en
su vida esa experiencia, de los libros que
compró entonces, de la actualización que supuso para él en materia
literaria, del dinero que gracias a la dieta logró ahorrar para que de vuelta a
La Habana Daniel Chavarría, el escritor uruguayo al que los colegas cubanos recurrían
para adquirir computadoras solo comercializables a extranjeros, le facilitara
la primera de su propiedad. Y habló de su esposa Lucía, tan importante.
Eran los noventa y alcanzó el Premio Café
Gijón, y luego lo llamaron a la casa de su vecina de enfrente quien gritó desde
la puerta eso de: “¡Nardito te llama una extranjera!”; y la primera extranjera
era Rosa Regás, y después, la segunda, era una autoridad en Tusquet, su
editorial, la puerta al mundo de las letras, su familia; tanto así que el otro
día, cuando recibió el Princesa de Asturias de las Letras, el más reciente de
los importantes lauros recibidos, buena parte de esa casa editora estaba allí
acompañándole.
También recordó las estrategias que se suceden
en Cuba para limitar sus influencias, que le esconden los libros, dice, que
limitan las ediciones. Y advierto que he sido testigo de mucho más: he visto el
desinterés de los periódicos por informar sobre sus logros entre los que
destaca el Premio Nacional de Literatura o el maltrato en ciertas
instituciones donde se presentaba durante una Feria, eventos a los que no se
limita para acercarse a sus crecientes lectores; pues Padura, sobre todo en los últimos
tiempos, ha empezado a visitar provincias invitado por las direcciones locales
del Libro, por espacios como la Unión de Escritores. Y también debo decir que sus textos han sido
incluidos en planes de estudios universitarios, en la enseñanza de la Historia,
en Holguín, por ejemplo.
La coyuntura permitió que Piñeiro averiguara
si es verdad que los libros de Padura se consiguen en las calles al precio de
dos latas de leche condensada, y él, dejándose llevar supongo por las
influencias de otros escritores en su vida, afirma la anécdota que pertenece a Guillermo Cabrera Infante, quien respondió lo mismo a la
periodista española Elena Pita allá por los noventa, cuando una lata de leche
condensada sí que costaba en Cuba; de hecho, era un milagro encontrarse con una
porque su valor en el mercado negro era alto; tan lejos estabas, inalcanzable.
El mismo Padura lo dijo: le debe a
varios autores del mundo; a Cabrera infante y Carpentier, en principio; también
a la complicidad de su generación, de la cual mencionó a Abilio Estévez. Pero,
sumó a la literatura norteamericana, a la novela publicada en lengua española
en el siglo XX, y a autores como Borges, Bioy Casares, Rulfo, García Márquez, Fernando del Paso, Cortázar,
Vargas Llosa; incluso a Javier Cercas y Antonio Muñoz Molina. ¿Su última gran
adquisición?: Bolaño.
El próximo trabajo de Padura serán las apostillas
de El Hombre que amaba a los perros, esa novela fascinante sobre el fracaso de
la gran utopía del siglo XX, tal como la define, y que lo catapultó a la fama
internacional pese al valor de trabajos anteriores como La novela de mi vida o
la serie de libros sobre el célebre detective Mario Conde, ahora encarnado
para versiones audiovisuales distintas por Jorge Perrugorría y Antonio
Banderas."No se puede quejar, Conde", dice. Pero El hombre que amaba a los perros ha representado un hito en su obra, por ella ha conseguido premios, nuevos lectores, amigos: "Ahora soy amigo de Dilma y Lula, quien le aseguró a la prensa que después de leerlo casi se vuelve trotskista. En Brasil ha sido tremendo este libro".
Con la firma de ejemplares, para la cual
hubo una larga fila de argentinos y no pocos cubanos, terminó la tarde Paduriana
en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. En la noche el cubano estaría con Mirtha
Legrand, afamada actriz de mediados del pasado siglo y popular en ciertos círculos
argentinos por un antiguo programa de televisión del cual es conductora y donde la conversación algunas veces interesante se combina con
la frivolidad del ambiente, la decadencia de algunas maneras, y hasta con no pocos lapsus de la anfitriona. ¿Eres
cubano?, ¿vives en Cuba?, preguntó ML a LP: ¿usted ha oído hablar de mí?
Claro que Padura había escuchado de Mirtha,
que la veía mucho en Cuba, contesta, que no le creería cuando cuente a su
madre haber estado con uno de los mitos del cine. Y aprovechó los largos
espacios de silencio (son seis invitados en la mesa y todos deben hablar en una
hora y media, contar de sus carreras y vidas prsonales no carentes de problemas y traumas, como todos nosotros) para saborear los platos que le iban sirviendo. Comer es de lo mejor
que se hace en el programa, aunque las barras bravas de la ideoliteratura no reconozcan
nada positivo; ni siquiera el menú. Para la noche
había ensalada de quinua y palta, bondiola con sal cítrica y brownie con crema
inglesa y maracuyá.Por algo la frase de ML es más o menos: "esta no es una mesa, !es una mesaza!"
En la semana entregan el Premio de novela
del periódico Clarín y su revista Ñ y el escritor Leonardo Padura Fuentes seguirá
por Buenos Aires hasta entonces. A lo mejor me lo vuelvo a encontrar. Si está
por Corrientes y espanto mi timidez, lo invito a conversar en Banchero. Y a lo
mejor hasta le hago una entrevista allí, aunque no sean tiempos de pizza y champán, como dijeran.
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