“Yo tengo varios carné de identidad”, dice el
trovador Fernando Cabreja para ilustrar que algunas de las canciones escritas
por él son algo así como una posición de principios, su filosofía ante la vida.
Usa una gorra estilo bolchevique y un candado le adorna el rostro. Su tamaño es
pequeño. Ahora, en el patio de la UNEAC de Holguín, con voz ronca y un cigarro
humeante evoca su vida, casi siempre retratada en alguno de los temas por él escritos
y que muy bien nos dan la idea de la persona a la cual nos enfrentamos: “Por
ejemplo”, advierte: “hay otra que se llama Autorretrato: Soy un puro accidente del destino… Tengo además Marcha de la vida
esdrújula, que dice: Me acostumbré a
vivir a media máquina… Son marcas de fe.”
-¿Y
por qué esta necesidad tuya de estar reafirmando constantemente quién eres?, le
pregunto.
-Porque
a mí me parece que yo he estado intentando encontrarme, y la canción es lo
único que me permite expresar ideas en esta vieja agonía del hombre por saber
de dónde viene y qué es, entre los sueños, las pesadillas y las locuras de la
vida moderna. No creo que sea por un problema de egoísmo, sino para dejarle a
los que me escuchen un mensaje a través de la música, y el texto. Porque yo me
considero más bien un poeta, un poeta que se abraza a su guitarra y se
comunica. Tú notas esa especie de autorretrato porque yo hago un reciclaje de
mí mismo cada cierto tiempo, me nace. A veces agarro la guitarra y no me sale
nada. El arte se mueve en el subconsciente, generalmente, y mi materia prima es
muy difícil, son los ruidos, el silencio, las palabras, algo muy intangible. La
música es la más abstracta de todas las artes.
-¿Cómo
comenzó todo, por la guitarra o por la poesía?
-Por
la guitarra, cuando estaba en la secundaria, en Sagua de Tánamo. Sería el año
73 o 74. La primera canción que interpreté fue de Víctor de Jara, porque me
siento muy identificado con aquella manera de decir. Realmente me gusta ese
estilo y entonces estaba en boga la canción protesta, Alí Primera, César Isella,
Víctor Jara, Violeta Parra... La génesis mía viene de aquella gente. Más tarde
choqué con Silvio, cuando estaba en el Pre, en Valle dos, Chavaleta, Mayarí. Choqué
con Silvio, Pablo, Noel y todo lo que sonaba en aquel momento, el rock, el pop...
Mi primera canción es de 1984. Estudiaba en la universidad de La Habana.
“¡Yo
he rodado!”, exclama con su peculiar pronunciación. Y lo asegura porque, en
palabras suyas: “Mi vida ha sido un cruce de caminos”. Por alguna causa nació
en Santiago de Cuba y luego lo inscribieron en Sagua de Tánamo, donde creció.
“Mis canciones vienen de algún lugar, debe ser de los ríos de Zabala, de las
montañas de Oriente…”. Después hizo el
preuniversitario entre Mayarí y La Isla de la Juventud para ingresar luego en
La Universidad de La Habana.
-Pedí
psicología clínica, porque siempre me han interesado los intersticios de la
mente humana. Mi segunda opción era Historia del Arte y fue la que me llegó. En
La universidad tuve profesores que sabían mucho. Ni anotaba en clases para
escucharlos. Allí conocí a mucha gente, a Augusto Enrique, por ejemplo; a un
gran músico de Costa Rica que influyó mucho en mi vida y del que casi nadie
sabe: Fidel Gamboa. Es flautista graduado. Vino a La Habana para superarse en
el ISA, pero no pudo matricular y estudió Historia del Arte. Coincidimos en 3ra
y F. Conocerlo cambió mi perspectiva de la creación musical, pues sabía de
música y me enseñaba, o me enseñaba no, yo lo miraba. He aprendido mirando.
Jamás he recibido clases de música. Me pones un pentagrama delante y me quedo
en blanco.
-Si
estabas en La Habana y en un ambiente favorable a la creación, ¿por qué
regresaste a Sagua?
-Mis
padres estaban viejos. Yo soy el mayor de tres hermanos y me tocaba atenderlos.
Entonces ya había conocido a Edelis Loyola, cantautora para niños. Habíamos
sido novios cuando ella estaba en el pre donde estudiaba uno de mis hermanos.
Hay una canción mía que se llama Volviste a mí. La hice cuando volvimos a
encontrarnos después de la universidad. Edelis me consiguió trabajo en la radio
de Moa, de donde es ella, y allí comencé como asesor. En eso estuve como siete
años. Entonces viene toda la historia de la fundación de la AHS de la que fui
el primer presidente electo en Moa. Nos dieron una casa en el reparto Rolo
Monterrey, una casona destartalada, donde empezamos a trabajar.
-Era
una época de auge en Moa –comento, y me vienen a la cabeza todos los proyectos
que tuvieron como centro a esa ciudad minera del Oriente, desde telenovelas y películas
hasta encuentros antológicos de trovadores. También recuerdo que en junio
pasado Cabreja volvió a cantar en esa ciudad invitado por Silvio Rodríguez,
quien realizaba una gira por tres pueblos del Este holguinero.
-
¡Ni hablar! Moa estaba muy bien, porque el níquel se cotizaba muy alto. Además
era el momento dorado. En esos tiempos nació Edelita, mi única hija, porque los
otros son hijastros. Los quiero igual, pero son hijos de Edelis en un matrimonio
anterior. Por esos años me dan un viaje a Rusia, por haber fundado la Casa del
Joven creador, sitio que visitaba mucha gente, como el pianista Víctor
Rodríguez; también Ángel Quintero, Bladimir Zamora, Teresa Melo, Marta Campos…
-¿Todos
son de tu generación?
-Sí.
Soy también de esa generación sobre la que habla el libro Trovadores de la herejía, de Bladimir Zamora y Fidel Díaz Castro,
quienes no sé por qué no me mientan ahí, aunque siempre he sido un trovador de
la herejía, un trovador de barricada. Surgí con esa gente. Hay una cosa real, y
es que nadie es profeta en su tierra. Además, el fatalismo geográfico es
destructivo. Si volví a Sagua fue por la deuda humana que tenía con mi familia.
Pude haberme quedado en La Habana, porque conocía a Santiaguito Feliú, a
Gerardo Alfonso… Coincidíamos en la Cinemateca, estábamos allí… Pero algo me
llamaba a regresar. Además, yo nunca pretendí ser artista. Tenía cosas que
decir, admiraba a los trovadores, pero nunca soñé con llegar a un escenario.
Tenía mucha timidez. Aún la tengo.
En
lo que Cabreja hace una pausa, me pongo a pensar en cómo lo conocí. Hace ya
algunos años. Debió haber sido en algún espacio de las Romerías de Mayo, donde
siempre se junta con otros trovadores amigos suyos para cantar y construir con
la canción ese espacio de confrontación que los trovadores suelen amenizar con
ron o cerveza y que en la Casa de la Trova de Holguín a veces se convierte en
un sitio sospechoso. Al menos, lo fue para mí algunas veces, porque la Casa de
la Trova atrae a muchos turistas, quienes llegan acompañados por amigas o
amantes que lo menos que hacen es escuchar la letra de una canción de las que
cantan los trovadores; se dejan llevar por su melodía, aunque, pensándolo bien,
eso ya es algo.
-Y
la intención de promover la trova despertó en ti a través de la radio… ¿El
Festival Trova Viva, por ejemplo, cómo nació?
-Mira,
el problema es que ni a Edelis ni a mí nos invitaban a ningún lugar. Tampoco
había muchos eventos de trova. Entonces Edelis y yo, que ella siempre ha sido
mi cómplice en el amor y en los proyectos, acordamos hacer un evento. Trova
Viva empezó en el 2000 y en los años que estuve al frente logré que muchos nos
visitaran. Fue la gente de la Trovuntivitis, Roly Berrio; también Gerardo
Alfonso, Ángel Quintero, Augusto Blanca y Corina Mestre, Diego Cano, Fernando
Bequer, Ray Fernández…, en fin, pasó lo que más brillaba de esa generación de
trovadores ahora montada sobre los
cuarenta años. Ninguno cobró un peso.
-Antes
del Festival, ¿cómo había sido la etapa del periodo especial en Moa?
-Creo
que fueron los años más fructíferos para mi creación. En los noventa salieron temas
como Canción al desaliento: Y si te cae
el peso de la soledad, dale un paseo tranquilo a tu ciudad, quizá la más
conocida de mis creaciones. También hice Alta Marea: Bajan de la iglesia las mujeres, la ciudad se lanza sobre mí… Eso
fue en el 93, cuando tomábamos un vino que se llamaba España en llamas y
comíamos arroz con verdolaga. Los muchachos eran chiquitos y yo me iba a Zabala
con un saco a buscar lo que apareciera. Había un hambre tremenda y debía cuidar
la familia; sin embargo, en medio de aquel tsunami surgieron las mejores
canciones… Bueno, uno no sabe cuáles son las mejores canciones de uno, eso se
le dejo al tiempo. Pero son las canciones que más la gente reconoce, por
ejemplo Alta Marea, Turbonadas, Marcha de la vida esdrújula.
-Cabreja,
esta canción con la que hemos empezado, que yo considero buena, ¿la escribes en
un momento difícil de tu vida?
-Es
que, bueno… yo no sé si he tenido momentos fáciles. He sido un padre de familia
sobre todo, y he tratado de criar a los muchachos, atender a mi mujer, comer,
vestirme, trabajar en la radio, medio donde llevo 28 años, y además hacer
canciones. Esta canción, que se llama Fuera de foco, junto a otra llamada El
tragante: Todo se nos va por el tragante,
las palabras, el esfuerzo y el cordel…, las hice en la etapa holguinera,
que comenzó en abril de 2008.
-
Ya que lo mencionas, ¿Holguín qué ha significado para tu profesión?
-Algo,
pero no mucho. Al menos tengo un espacio fijo, los jueves, en la Casa de la
trova. Hay un público.
-¿Qué
tal eres de carácter?
-Siempre
he sido muy crítico. Más crítico con el entorno que conmigo. No creo que sea
muy autocrítico. He sido, como digo en la canción: cubano, desorganizado, un
poco bohemio.
-¿Y
eso ha sido malo o bueno para tu carrera?
-Ha
sido malo. Pude haber tocado muchas más pertas. Ya en Holguín, y con un
reconocimiento entre comillas, pude haber ido a La Habana varias veces a tocar
puertas. Pero nunca me ha gustado guataquear. Creo que uno hace su obra y es lo
que queda. Nuestro problema es que, además, debemos ser utileros, productores, promotores
de nuestra propia obra… un hombre orquesta. Y si no tienes dinero, terrible. Mira,
a estas alturas de mi vida yo no tengo ni un videoclip. Tengo una canción a
Camilo, una de las tres que yo conozca, y nadie se ha interesado en ella. No
por mí, ni siquiera por Camilo.
-Quizá
porque se desconoce.
-No
se conoce, claro, porque yo he sido un tipo marginado. Si tú quieres, es una
automarginación porque fui yo quien decidí irme a atender a mi familia, a mis
viejos, que los dos están muertos.
-
De hecho solo tienes un disco que no es un disco- le digo. Cabreja cuenta con Como una urna en pie, el único material discográfico
sin serlo producido por el Centro Pablo, y que nació gracias a Víctor Cassaus y
María Santucho, quienes en el 2007 le organizaron el concierto de igual nombre
en el centro cultural que ambos encabezan en La Habana Vieja.
-Nunca
he podido grabar como yo hubiese querido, pero no pierdo las esperanzas. Este
tipo de canción de arte que trato de hacer no gusta mucho. En Cuba se ha
perdido en ese aspecto. No solo por los pepillos, sino que lo digo por los estudiantes
de la universidad, a quienes ves fuera de foco. Me pregunto: ¿Vamos en
deterioro?, ¿la educación ha sido un fracaso?, ¿qué ha pasado? Por todas esas
preguntas es que hago una canción comprometida con la Cuba de hoy, con la gente
común y corriente. La gente me ve como un ciudadano normal y la sencillez no
está de moda. Si eres sencillo las amenazas son demasiadas. El tipo pesaito es
el que triunfa. Es lo que puedo percibir.
-Sin
embargo, ahora tus canciones han despertado el interés de un grupo de estudiantes
de música con los cuales has trabajado en ciertas ocasiones, y eso ha sido muy
bueno para ti y para tu obra.
-Ha
sido un enamoramiento mutuo el que he tenido con el trio de jazz de Yasel
Muñoz, flautista, pianista, premio Jo-Jazz. Lo integran Carlos Alberto Ferrer,
en la percusión y Raúl Fernández, en el bajo. Sumé a Adrián Biamontes, de
Bayamo. Pero solo hemos podido grabar dos de las diez canciones que tenemos
montadas. Y quiero grabar todos los números, pues los arreglos que ha hecho
Yasel son muy buenos, siento que mi música se ha enriquecido, se redimensiona.
-¿Ves
un buen futuro para lo que haces, quiero decir, para este tipo de música?
-La
canción de autor no camina mucho. En La Habana, por ejemplo, tienen otro estilo
musical, es más estribillera. Y yo hago otra cosa, no hago coros, ni estribillos.
Hago una canción un poco más densa, filosófica, existencial. He hecho más de
cien canciones, pero si canto cuarenta es mucho.
-¿Cómo
te ves entonces en unos años?
-Siempre
me he considerado un hombre del Sur. Mi padre era tanguero. Recuerdo a mi padre
cantando tangos y canciones con una guitarrita hecha talco. Creo que soy un
hombre desubicado, hubiese querido ser de la época de Pablo de la Torriente Brau,
de Miguel Hernández. Creo que estoy fuera de foco. Pero el destino no se puede
forzar. Eso es cosa de la vía láctea. Lo mío es ir en contra de la banalidad,
de la chapucería, donde se luche contra eso ahí me vas a encontrar.
-Y
si tuvieras dinero en abundancia, ¿seguirías siendo así?
Pienso
que nunca tendré dinero en abundancia. Pero si lo tuviera, seguiría haciendo
canciones con mi familia en todas las batallas. Trataría de grabar mis
canciones, además de darme algunos placeres. Me gustaría ir a Buenos Aires, que
no he ido y es la tierra del tango, de Charly García, Fito, León Gieco, Víctor
Heredia… Yo me siento heredero de toda esa gente. Me gustaría estar en la calle
Corrientes y tomarme un café. Me gustaría ir a Río de Janeiro, porque amo mucho
la poética del cine brasileño. Yo era un cinéfilo empedernido. Me considero un
cineasta frustrado, por eso mis canciones son así, fáciles de visualizar.
-¿Siente
frustración por eso que no has logrado?
-No,
porque tengo muy claro que me tocó el karma de ser protector de una familia. Lo
que siento a veces es rabia, por no haber hecho más. Tengo la sensación de que
me quedé atrás. Todo el mundo conoce a Carlos Varela, a Frank Delgado, pero ¿quién
conoce a Cabreja?
-¿No
será que naciste para que nadie te conozca?
-Bueno,
sí es así, que así sea.
foto: amauris betancourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario