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al sur de sierra maestra |
Gente, mucha, que viaja a la Isla para concretar
recuerdos. Efusiva toma el vuelo, pero desde antes de sostener el boleto habrá
experimentado la cabriola del tiempo, pequeño juego del destino tal vez, salto
de las causalidades casi deporte de alto riesgo porque al final tiene más de
adrenalínico que de cavafiano el viaje, de contagioso más que placentero;
obligación de saltar perpetuamente como si con el impulso de las piernas se hubiese
destupido una arteria.
Fluyen voces y andariveles, viejos
rostro, cuerpos atrapados en instantes que nos obligan a cierta danza psicodélica.
Volver. Preocupación perpetua de quien ha dejado la Isla y desde lejos busca
trasladarse a ella con frenesí, como quien ansía la galaxia, una estrella
distante, el antiguo aerolito de la felicidad. Volver para recuperar la
infancia, la adolescencia, la hora del baño y la comida, el tiempo perdido o pasado
al que se puede acceder tragándose esa pastilla inventada por los griegos: Nostalgia.
Regreso y dolor.
Hay quien viaja además porque la Isla es
destino en agencias de turismo y aparece en los libros de historia
contemporánea. La Isla, lugar donde nunca se estuvo pero adonde un turista en
coma aspira a vivir como jamás lo ha hecho en lo que fuera su existencia. Vacaciones
desplazamiento para encarnar lo que es poco probable pueda representarse, o lo
que en última instancia alguien ha creído posible con el solo hecho de poner
los pies sobre tierras y dientes de perro en las encías de la Isla, que no Creta,
que no Atlántida, que ninguna de esos atolones mitológicos, pero copiosa en
laberinticos acertijos, maravillas inexpresables y oráculos tenebrosos. Vivir.
¿Qué es? ¿Qué fue? ¿Qué será? ¿Por qué
esto y aquello? ¿Hasta dónde y hasta cuánto? Preguntas sin respuestas siempre
orquestadas en el mismo punto del hotel o la casa, el edificio o el parque. Y
una mesa y un banco y la computadora y el televisor y el radio por el que
siempre se puede confrontar el tiempo como si fuera posible acaso: minuto a
minuto, segundo a segundo el golpe calando el oído como la gota filtrada en la
caverna de Platón. Vivir en la Isla. Volver a ella. Y los turistas.
Doscientas, trescientas horas de
andanzas y el pomo de agua mineral y una mochila a la espalda para alcanzar el
sitio donde nunca se estuvo, para hablar con quienes nunca se habrá de cruzar
palabra, para gozar la existencia como en ningún tiempo antes y después. Horas
y horas de peregrinación que cargan el alma de energía radiactiva, fuerza superior
a cualquier otra que se haya experimentado. Y aunque escombros ante los ojos, novedades
y hermosuras se verá. Y los turistas.
Barbados y lampiños, cada cual
transitando su íntima ensoñación. Unos se van a las montañas y maniguas, a los
bateyes fantasmales con los pies salpicados del polvo miserable que han levantado
los vecinos en su ir y venir de rutina. Otros optan por la piscina y las chicas
que sonríen, y el mar de azul y verde trasparente junto al carnavalesco
instante de una noche caribeña con mojito. O acaso viceversa. La inesperada
simbiosis que solo sucede en las islas, y en esta, a orillas del malecón y un
cañonazo. Entonces el pescador obstinado sin dos dientes le da vueltas a la
vara, lanza el anzuelo y la esperanza de pescar. Creo que ya había utilizado
este recurso, hace tiempo. El pescador.
Pero es el tiempo lo que se malogra; en
esta Isla el tiempo se traba, se detiene, se altera en absurdo que idolatran
los extraviados del mundo modernizado y sin, los idealistas y románticos de allá
donde la novedad apura y une con la urgencia que a la vez distancia. Fluye todo
alrededor, y otra vez la adrenalina brota por las venas y estallan los sonidos chocando
entre filones. Y otra vez la certeza mendaz de haber regresado y vivir. Y el
turista mirando al citadino, y le sonríe; y levanta los brazos con la certeza
de desafiar los males junto a él, de resistir, de forjar, de toda esa morralla
de infinitivos que a nado suelen acercarse mientras alguien bebe la cerveza o
estampa su firma en un papel o discursa en la tribuna. Vivir. Volver. Y una
Isla. Y los turistas. Y el avión sale en media hora. El tiempo, una pasta dulce
cayendo desde la vitrina, gota a gota al suelo de baldosas con figuras de
formas triangulares. Antiguas islas triángulos. Islotes levitando del ayer.
publicado originalmente en OnCuba
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