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miércoles, octubre 05, 2016

Huracán hasta el Río de la Plata

baracoa, 2016, ap
Quien sale de Cuba lleva a cuestas sus obsesiones. Y una son los ciclones, casi siempre huracanes, bestias de viento y agua que giran en dos direcciones y son capaces de hacer volar por los aires animales, árboles, casas y con ellas proyectos y sueños, el esfuerzo añejo de una familia completa. Los huracanes no tienen ideología pero lo persiguen a uno saliéndose de su trayectoria estimada, rompiendo el cono de probabilidades que describen meteorólogos en la televisión, entre ellos Rubiera, de esos fetiches que también terminan acosándote donde quiera que te hayas metido. 
Mathew y Rubiera llegaron juntos a Buenos Aires, uno al lado del otro surcaron el Río de la Plata. “Huracán pa Cuba”, dijo no sé quién. “Rubiera-Huracán”, googlé yo. El célebre meteorólogo saltó ante mis ojos como es natural algo más avejentado que la última vez y el rigor de su responsabilidad lo volvía de repente ojeroso. Para colmo descubrí en él una terrible tartamudez que solo dejó de preocuparme cuando comprendí lo elemental, no era asunto de enfermedades, sino problema de señal. Internet, mala no sé dónde. Miré el modem. Me dije: “Aquí no debe ser”. Para colmo había un fantasma, otro Rubiera vomitaba borbotones de palabras en alguna parte. Así y todo lo seguimos con paciente y disciplinada atención. Hemos visto cada uno de los partes que la televisión cubana, poco interesada en su público más allá de sus fronteras, no transmite pero que sí copia y pasa un sitio llamado CiberCuba.
De manera que también nosotros permanecimos en alerta, y donde quiera que hayamos estado, sea ya un colectivo (la guagua Austral) o un quiosco (el timbiriche tropical), tratando de dormir porque el bebé de ocho meses no lo ha permitido en la noche, cuando alguien comparte el último parte de Rubiera, ¡a correr! Que si está cerca el huracán, que si el ojo es peor que el de un ciclope, que inundaciones, ráfagas, evacuaciones, muertos en Haiti, pero no en Cuba porque la defensa civil evacua a la gente y al que no quiere lo arresta por su bien la policía hasta que llegue el buen tiempo. Al concluir mi mujer mira apesadumbrada. Su familia vive en Banes y Banes está en el trayecto del meteoro y uno casi lo desaparece del mapa.
Luego siguen las explicaciones a los amigos que no saben qué es un huracán y hay que describírselos poniendo por delante a quienes habitan frágiles casitas, sacando el sentimiento como en los tangos pero sin caer en sensiblerías. Hay que contarles, por ejemplo, que el último de los huracanes que uno vivió fue tremendo. Ike, se llamaba, hito en la economía de Holguín y toda Cuba, pues después de apaciguados sus vientos en aquel septiembre de 2008, después de que los contingentes de soldados y vecinos conscientes hubieran limpiado las calles de escombros y basura también quedaron límpidos (tal vez hasta hoy) los estantes de no pocos establecimientos gastronómicos, y se vaciaron las placitas, y aquella feria que se hacía los domingos por los aires voló como la casa de una parienta que aún vive en un campamento de evacuados en Antilla. Hay que decirles que cuando el huracán se lo lleva todo ese todo puede implicar como la vida entera.
Por eso uno lamenta tener que ver a Rubiera, que solo aparece en temporada ciclónica. Al menos lamenta verlo aquí. Y no digo en vivo, que si me lo topo en Corrientes invito a un café o cerveza. Lo triste del caso es que deba buscarlo porque su voz es la voz de un país al borde de la tormenta. También lamento que mucha prensa priorice la consigna por la información, que ponga por delante la visita de los jefes de la defensa civil a no sé qué escuela en lugar de entrevistar a los que en breve serán desolados. Y ni hablar de los estados de ánimos, ahora que todavía se siente el frío y el cielo medio que se encapota. 
A veces pareciera que el Río de la Plata será alcanzado por el huracán. Y uno se entristece. Tiembla por los que están allá en la Isla, resistiendo el viento traicionero y cobarde, que pega sin dejarse ver. Otros cubanos habrá por esta tierra que sigan estrictamente la metodología que llevaban en Cuba: provisiones, vino o ron, laptop encendida, Rubiera y que venga Mathew, Murillo, Macri…o el que sea.

domingo, abril 03, 2016

Presentándoles al Aseregaucho



Para dejar rastros de mi experiencia por Argentina decidí abrir otro blog. Su título es El Aseregaucho. No explico detalles sobre el término porque estos serán ofrecidos en cada entrada, una especie de aventura de un personaje que, sin ser yo, reproduce mucho de lo que vivo.
De manera que esta es la mirada satírica de un cubano por tierras latinoamericanas cuyas peripecias ilustro con dibujos hechos al vuelo, mejorados algunos en la computadora, poco valiosos pero propios. 
Aseregaucho alterna con Cubavistaalasseis, o vive paralelo al blog porque son dos maneras de decir, dos temas que me conmueven. Espero disfruten la saga… (Y pronto actualizo, con sustancia, este)

https://aseregaucho.wordpress.com/ 

viernes, febrero 12, 2016

De escritores cubanos en Corregidor, y de Ediciones Corregidor

gala, maría fernanda y manuel pampín
Antes de conocerla en persona la había imaginado de unos sesenta, largo cuello adornado por antiguos collares, respingada nariz, distante. Pero no, María Fernanda Pampín es joven, de apariencia cercana, trato sencillo, cordial, amable. 
Basta charlar un par de ocasiones para percatarse de que ama a su familia tanto como a la empresa editorial que fundara su padre, un bibliográfico de pasión hirviente llamado Manuel Pampín, allá por 1971: ediciones Corregidor. 
Corregidor es una importante y prestigiosa casa que, superando las más variadas incertidumbres, sigue apostando por la buena literatura, la cultura popular y maestros argentinos como Macedonio Fernández. Sin embargo, el año pasado otra vez dio entrada  a un autor cubano y el hecho determin este intercambio breve con una de sus editoras, directora de la colección Archipiélago Caribe. 
Pregunta: Con la novela La catedral de los negros, de Marcial Gala, Ediciones Corregidor subraya su intención de difundir la literatura cubana en Argentina, ¿qué catapultó este paso dentro de una editorial tradicionalmente relacionada con la literatura regional, sudamericana.
Respuesta: Corregidor ha publicado literatura latinoamericana históricamente, y no solamente regional. La catedral de los negros fue publicada en el marco de la colección Archipiélago Caribe, que ya ha dado lugar a autores puertorriqueños (Eduardo Lalo y Edgardo Rodríguez Juliá) y dominicanos (Aurora Arias) también. Por otra parte, anteriormente hemos publicado otros autores clásicos cubanos: dos antologías de José Martí: Escenas norteamericanas y otros textos (selección de crónicas y ensayos a cargo de Ariela Schnirmajer, con prólogo y notas) y Poemas selectos (con prólogo y selección mías). Luego publicamos Flores de invernadero y otros textos de Julián del Casal (una antología de poemas, crónicas y traducciones, con selección, prólogo y notas a cargo de Schnirmajer) y dos antologías de autores imprescindibles del siglo XX cubano: Cuentos selectos de Virgilio Piñera y Ensayos selectos, que recoge textos fundamentales de Alejo Carpentier, ambos con prólogo de Celina Manzoni. Con esto puede verse que el interés en la literatura cubana no es algo novedoso en nuestro catálogo.
P: Publicaron también un libro de Antonio José Ponte, el primero de los escritores contemporaneos incorporados al catálogo...
R: Para Corregidor, la literatura cubana no termina en la producción de la isla: la literatura cubana no tiene fronteras. Fuera de ella están apareciendo desde hace tres largas décadas algunos autores fundamentales para pensar la nación, el exilio, la diáspora; entre ellos se encuentra Antonio José Ponte, del que publicamos Un seguidor de Montaigne mira La Habana, un pequeño y muy valioso libro que experimenta entre el ensayo, la narrativa y la poesía. Nos interesa muy especialmente la producción contemporánea pero también seguimos con la idea de seguir incorporando autores cubanos ya considerados clásicos, como venimos haciendo desde otras colecciones (Letras al Sur del Río Bravo o La inteligencia Americana).
P: María Fernanda, eres una estudiosa de Cuba, al menos una martiana fervorosa, ¿cuándo despertó en ti este interés por la cultura cubana? y ¿qué autores te resultan impredecibles?
R: Mi interés personal en la literatura cubana despertó hace muchos años mientras cursaba la carrera de letras en la Universidad de Buenos Aires, con las clases de Celina Manzoni, mi directora de tesis de doctorado. Cursé un seminario dedicado exclusivamente a autores cubanos cuando estaba por finalizar la carrera y allí comencé a interiorizarme en el área. Como decís, soy una martiana fervorosa y leí muchos autores decimonónicos durante el período del doctorado, pero disfruto más de la lectura de los contemporáneos: las novelas de Marcial Gala, Abilio Estévez y Ena Lucía Portela. Los ensayos de Antonio José Ponte y Rafael Rojas resultan imprescindibles para comprender la situación cubana. Y, aunque seguramente en este momento esté olvidando a muchos autores, en ninguna biblioteca podrían faltar Reinado Arenas y Guillermo Cabrera Infante.
P: ¿Cómo avizoras el trabajo de Corregidor, una editorial independiente, en los nuevos tiempos políticos de la Argentina? 
R- La situación política actual y el giro hacia la derecha en Argentina (como en otros países latinoamericanos) complica mucho el futuro de editoriales independientes como Corregidor, que luchan desde hace décadas diariamente para ofrecer un catálogo alternativo al de las grandes editoriales multinacionales. La apertura indiscriminada de las importaciones (esto es, sin regulación alguna) afecta sin lugar a dudas el espacio otorgado en las librerías a las pequeñas y medianas editoriales así como el lugar en la prensa local. Por nuestra parte, continuaremos nuestro proyecto basado en difundir clásicos y nuevos autores latinoamericanos.

domingo, diciembre 27, 2015

Goar Mestre y la necesidad del Mar


“Pero no tenés el acento”, dice el taxista. Le estaba viendo por el retrovisor y me preguntaba qué sabe un taxista argentino de acentos cubanos. Afuera, la lluvia. Habíamos tomado un taxi para llegar lo más rápido posible a la parada de la guagua que aquí llaman colectivo. Pero el hombre, de unos sesenta y tantos años, no daba tregua, proseguía su charla lexicológica. “Mestre tenía otro acento, trabajé para él”. “¿Qué Mestre?”, debí preguntarle. “Goar Metre. Hace mucho, pero me acuerdo de su acento. Y no era así”. Y porque el taxi iba llegando a la 9 de julio por la estrecha Juan Domingo Perón, señaló a los edificios: “Por aquí estaba su oficina”.
Un año después caminé la cuadra donde estuvo la oficina de Goar Mestre en el barrio de San Nicolás, Buenos Aires. La había alquilado a un amigo luego de que expropiaran la anterior, en la calle San Juan. Miré a los balcones y a lo alto de los edificios; a las persianas, a las puertas. Nada recuerda el espacio de trabajo del empresario fundador del aún influyente Canal 13 en Argentina; más bien nada recuerda a alguien en particular por esta cuadra salvo una inscripción derruida con el nombre diminuto de un arquitecto que desconozco. El resto es lo que vemos en cualquier lugar: negocios, una senda para bicicletas, autos, personas y basura.

Tampoco en Cuba existe algo especial que me hubiera hecho recordar a un hombre cuya trascendencia radica en su habilidad para la publicidad y el negocio al punto de desarrollar los medios de difusión masiva hasta convertirlos en referentes mundiales. No creo haberlo notado en Santiago de Cuba, donde nació el 25 de diciembre de 1912. La Habana, ciudad que podría tenerlo en cuenta por edificios que perpetúan su antigua modernidad, olvidó el nombre a principio de los sesenta agobiada por la urgencia de hacer borrón y cuenta nueva.

Goar Mestre proviene de una familia aristocrática instalada frente al Mar Caribe por seis generaciones. Muy joven fue enviado a los Estados Unidos a formarse en las mejores universidades, hecho por el que de alguna manera un día sería acusado como “esbirro del imperialismo yanqui” desde los micrófonos que había hecho instalar. Graduado de economía por Yale su enorme talento lo llevó a trabajar como empleado a cargo de marketing en una firma de pilas y linternas en la Argentina. Luego retornó a La Habana con la que sería su esposa, Alicia Martín.

Poco después aquel joven de espejuelos (junto a sus hermanos Abel y Luis Augusto) alcanzaron notoriedad en la Llave del Golfo con la adquisición de la CMQ, estación de radio devenida verdadero imperio comunicacional simbolizado por Radio Centro, estructura construida por ellos en la Rampa habanera, pensada al estilo del Radio City de New York. A este edificio, donde hoy se encuentra el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) y emisoras insignias como Radio Reloj, le sigue otro aún más colosal: el FOCSA, un libro abierto que mira al mar. Ese lado de la ciudad era su reducto, el centro de su poderío mediático.

Respecto al control en la opinión pública él mismo comentaría en palabras recogidas por su biógrafo argentino Pablo Sirvén: “En plan de suposición me pregunto qué habría pasado con los Mestre en Cuba si Castro no hubiese llegado al poder en 1959. Tal vez hubiésemos terminado de todos modos con graves problemas por el excesivo control de la industria de la radio y la TV que llegamos a tener y que, en cierto momento, tuvo forma de monopolio: el 92 por ciento de las señales televisivas que se veían en Cuba estaban directa o indirectamente generadas por nosotros. No creo que eso fuese bueno y yo mismo, con el correr del tiempo, me convertí en un ferviente enemigo de cualquier clase de monopolio privado o estatal. La vertiginosa carrera por la competencia que libramos nos llevó a esa posición y ni tiempo tuvimos de corregirnos. La CMQ sola tenía mucho más influencia que el resto de los medios juntos. Creo que con el tiempo esa situación se hubiese vuelto insostenible y alguien en lugar de Castro también habría intentado echarnos.”

Aunque había apoyado la lucha revolucionaria y se había plantado ante ciertas leyes de control impuestas por Fulgencio Batista, llegada la Revolución los Mestre perdieron siete canales de televisión, nueve estaciones de radio y más de veinte empresas de variadas funciones. Su fortuna estaba fijada entre las más poderosas del país según el valioso catálogo Los propietarios de Cuba, del periodista e investigador cubano Guillermo Jiménez. Pero, asegura Ani Mestre, su cuarta hija, que “todo lo que ganaban lo reinvertían en Cuba”. “Él nunca quiso inmiscuirse en política, decía que su lugar estaba en la libertad de expresión y la libertad de empresas”, afirma en nuestra conversación.

- Cuando el viejo llegó a la Argentina trajo sus trece colaboradores para fundar un canal; puso una escuela de iluminadores, escenógrafos, camarógrafos que funcionó de marzo a octubre de 1960, cuando se inauguró. Dijo que no quería un solo empleado que hubiera trabajado en el medio. Su política fue que todo el mundo pagara lo mismo por el anuncio. Le dijeron que era imposible, pero respondió diciendo: “no, lo vamos a sostener desde una competencia leal, y vamos mantener la tarifa venga quien venga”. Se le fueron un montón de anunciantes, pero después volvieron todos, porque tener palabra y pautas inamovibles, a la larga, paga; y eso es lo que no saben los países donde no hay reglas claras. En Argentina no se entiende eso, en Cuba ni hablemos que no se entiende. Se entiende en Estados Unidos, donde la regla se cumple, y tienes que tener una conducta comercial.

- ¿Eso lo aprendió él en sus estudios norteamericanos?

- Lo aprendió de su madre y su padre. Obvio, él tuvo formación americana, pero  la parte ética de cómo hay que ser en la vida la aprendió de mi abuela, cada carta era una lección de ética, donde decía lo que debía hacerse y no. Con nosotros fue igual. Mi padre me enseñó cosas como que un negocio tiene que ser bueno para las dos partes, que no se puede hacer  nunca un negocio donde sabes que al otro le va a ir mal. Eso no se hace.

En Buenos Aires, dos años después de su muerte en 1994, la editorial Sudamericana publicó la biografía de Sirvén. En ella se le describe como un hombre “pintoresco, gracioso y temible, que marcó a fuego, con sus aciertos y errores la historia de la tv latinoamericana.” Al periodista cubano Luis Báez, el único radicado en Cuba que tuvo comunicación con él después de su exilio, le parecía en 1988 un hombre “que al parecer le gusta escucharse”. Para su cuarta hija, Ani Mestre, se trata de “un personaje familiar muy fuerte”.

La biografía de Sirvén describe el ascenso de Goar Mestre como empresario exitoso, sus encontronazos con el poder; con Fulgencio Batista, Fidel Castro y María Isabel Perón. Tenía 47 años en 1959, cuando tuvo que reorganizar sus negocios. Según dijo una vez, las malas noticias se asimilan con menor dolor a los 47, de modo que el exilio en marzo de 1960 y la pérdida de sus propiedades le pareció “un desafío”. Catorce años después recibió un segundo golpe estatal cuando el gobierno argentino lo obligó a desprenderse del Canal 13 y PROARTEl. Años después logró recuperar una parte de las acciones perdidas.

La entrevista de Báez, el libro de Sirvén y mis lecturas y conversaciones con amigos y profesores (todo catapultado por el encuentro con aquel taxista) me obligaron al paseo por la calle Perón en un busca de lo que había sido la última oficina del santiaguero, magnate de los medios de comunicación, el hombre del Circuito CMQ, un imperio. Vuelvo a recordar el cuestionamiento del taxista y ella me asegura que su padre tampoco tenía tal.

Es una dama elegante y refinada la que tengo del otro lado de la mesa. Muestra un distinguible modo cubano en el hablar y tratar al desconocido que le había pedido reunirse debido al interés que le suscitaba esta escena. ¿Cuál era la escena? La de la familia Mestre, y por supuesto, Goar, caminando las calles de La Habana. Es 1987. No tenía rastros que me llevaran hasta alguien cercano a esa familia hasta que un día la encontré por casualidad.

Ani Mestre es lectora de Leonardo Padura y asistió a la conferencia que el escritor ofrecía en el teatro del MALBA. Una amiga académica, luego de que hubiéramos hablado sin que mediaran presentaciones y cuando dio la espalda, me avisó su identidad. ¿Mestre? Pensé inmediatamente en el taxista y en todas las historias que había escuchado en la universidad y en la estación de radio donde crecí. Corrí a pedirle una conversación.

Estamos en Le Pain Quotidien, barrio de Recoleta. Bebemos un café y hablamos. Ani Mestre regresó a Cuba en 1984. El viaje fue descrito como “lo más emocionante que me haya pasado en la vida entera. Lo más conmocionaste; más que el nacimiento de mis hijos, mis nietos…lágrimas”. En este momento desconozco que hubiera anotado las particularidades de la visita en un libro que tendrá la gentileza de regalarme. Mis tres adioses a Cuba. Diario de dos viajes (Editorial El Ateneo, 1999) es una narración llena de desgarros e iluminaciones sentimentales de lo que para otros podría parecer un recorrido inútil y traicionero. Para ella y su familia, en cambio, significó recuperar la infancia perdida desde el mismo momento en que abandonó su casa.

Estudió humanidades y periodismo. Actualmente preside COAS, una ONG que brinda ayuda a los hospitales públicos de Buenos Aires. Su voz es agradable, tiene acento entre porteña y habanera, pero a veces se impone lo cubano en el decir. Pregunto: ¿Cómo ocurre el viaje de su padre a Cuba?

-          Él no iba, pero estaba la necesidad de establecer un vínculo con la tierra natal, que no es político, no es negocio; es algo afectivo, emocional. Cuando regresamos del primer viaje, papá me preguntó por teléfono: “¿hija te gustó tu tierra?” Lloraba del otro lado. Por eso cuando nos dijimos: la misión ahora es que el viejo vaya a Cuba, tiene que ir; no se puede morir sin volver a la tumba de su padre. Él no quería, pero insistimos. El embajador que nos había ayudado a nosotros, que después se volvió un amigo entrañable, insistió y llegaron a un acuerdo. Su visita iba a ser anónima, y así sucedió.

-          ¿Y pudo ver amigos?

-          No, en Cuba no quedaba nadie. Ningún amigo, parientes sí.

-          ¿Quién era el mejor amigo de su padre?

-          Arturo Chabau, que no sé a dónde se fue a trabajar. Amigos, que yo recuerde… Alberto Hernández Catá, después trabajó con él; muchos de sus mejores amigos vinieron a trabajar con él a la Argentina. Chicho Ortiz se fue a vivir a Miami, era íntimo amigo. Amigos de verdad no quedaron en Cuba, se fueron. Mis amigas se fueron todas, fue un desparramo.

-          Una hecatombe, supongo.

-          ¡Qué te parece! El exilio es lo peor que te puede pasar.

-          Luis Aguilar León. No sé si sabes quién es. Era abogado en Cuba, estaba casado con una Mestre. Hay una cátedra con su nombre en la Universidad de Georgetown, fue profesor de Clinton, por ejemplo. Nunca le dieron permiso para ir a ver a su madre agonizante en Cuba. Era de los que más enojados estaba con nuestro viaje, y después que escribo el libro fue como la revelación. Dijo: “ahora entiendo”. Lo llevó a la editorial para que lo publicaran en Miami. Hay gente que lo ha vivido en carne viva. El exilio ha sido muy duro para  mucha gente. Nosotros vinimos a la Argentina y adoptamos este país. En mi casa se dio vuelta de página. Adoro Cuba, pero adoro la Argentina.

-          Y ahora que hay movimientos, ¿se animaría a invertir un día en la Isla?

-          ¿En Cuba? Me encantaría. Querría vivir la mitad de mi tiempo en Cuba y ayudar a reconstruirla. Lo mismo que he ha ayudado aquí en el área de la salud me encantaría ayudar. Me encantaría ser embajadora Argentina en Cuba. Me gustaría establecer puentes entre los dos países. Tengo alma de voluntaria.

-          ¿Qué lugar le gusta más de su tierra natal?

-          Mira, el viejo pedía siempre que lleváramos sus cenizas a la Bahía de Santiago y en casa, con bastante humor negro, decíamos que los muertos no mandaban. Estoy pensando hacer una reducción de restos y llevarlos. Se merece ese esfuerzo. El mar de Cuba es lo que más me gusta.


publicado en: OnCuba