La lectura de los
primeros libros escritos por el coterráneo Leonardo Padura no solo me ratifican
su efectividad narrativa, sino que me han puesto delante -y esto gracias a Tusquets
Editores- la obra del fotógrafo canadiense Robert Polidori (Montreal, 1951).
Polidori, según las consultas, ostenta
un currículo envidiable para un montón de artistas. En principio- y saltándonos
los en tal caso elementales premios, libros y exposiciones-, porque ha vivido
en New York y París, ciudades ambas ansiadas por quienes sueñan catapultarse al
mundo de la fama.
Pero no es su residencia lo que me hizo escribir estas líneas, sino algunos de sus hallazgos artísticos, en este caso lo que supo descubrir
al interior de ciertas mansiones habaneras. El canadiense puso a prueba su
olfato y como el mejor sabueso ubicó moradas insólitas antes los ojos del mundo
moderno. Se trata de casonas situadas en el Vedado o Miramar, otrora radiantes
y vitales, pero que al sobrepasar sus puertas, ahora, el visitante descubre un
mundo de objetos que sobreviven la carestía.
Paredes donde la pintura dibuja mapas
del mundo medieval, electrodomésticos deseados por el más exquisito
coleccionista, sillones abstinentes, muñecas fantasmales y montañas de libros
como señal de que allí habita una raza humana que se niega a morir y la cual
para la sobrevida se alimenta con la sabiduría del mundo, atesorada, cuidada,
persistente.
Con imágenes donde la desolación toma el
lugar de los hombres Tusquets presenta las novelas de Padura, al menos las concernientes
al policía Mario Conde, editadas en Buenos Aires, subrayando así uno de los
aspectos fundamentales en los contextos padurianos -siempre relacionados con aspiraciones
y realidades arruinadas-: la melancolía.
También Polidori parece un hombre con preferencia a lo melancólico. Se entrega a largas caminatas por ciudades arrasadas por el tiempo o
el viento – como aquella novela que me ha hecho olvidar la memoria- y solo se
detiene al ser deslumbrado por la más desconsolante belleza. Entonces instala su
cámara y capta imágenes donde apenas hay rastros de humanidad. O rectifico:
capta el rastro de una humanidad en extinción. Para él, lo importante es el
objeto, la construcción que a su conveniencia hizo el hombre y que la
naturaleza se va encargado de demoler con su puño de acero.
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