Son extraños
esos peces del abismo. O mejor: es extraño lo que el abismo hace con los peces
que viven en él. Tanta presión deforma sus hábitos, extiende su metabolismo y
les disminuye a tamaños caprichosos. Ante lo ojos del humano, el pez provoca
espanto: dientes como puñales, bocas de fosa y aquel puñado de bacterias que
les convierte en lumínico ambulante, farola en movimiento a mil kilómetros bajo
el mar. La luz del pez es inadvertida a flor de mar; pero, abajo, un espectáculo
conmueve: verdes y azules, chispas que sirven para engañar. Quien se entretenga
será la carnada: energía para el pez de las profundidades, aquel que nunca será
estrella, líder, figura, centro, protagonista de un serial aún cuando un foco alumbre eternamente
su cabeza.
texto escrito para la columna "la llave maestra". revista ip, vigo, españa. septiembre. 2010.
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