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sábado, diciembre 20, 2014

El viaje decisivo




Debemos tomar el ómnibus que conduce a la ciudad de La Plata. Mi esposa y yo estamos en Buenos Aires, a unos doce metros del obelisco en la Avenida 9 de Julio, lugar por el cual fluyen torrentes de personas produciendo una confusión de idiomas o variantes del mismo idioma, de razas y formas. Caminamos a la parada situada en un punto del Metrobus y nada avisa que son cubanos estos dos que van ahora tomando la acera, cruzando la calle porque cambia la señal, deteniéndose detrás de una pareja de ancianos que quizá no sean pareja pero que sí son ancianos, y son dos, y uno lleva muletas, y miro a la muleta y a la avenida porque se eleva el esmog que producen imparables runflas de autos modernos que solo se extinguen en la medianoche y pasa mediodía, caliente en Buenos Aires, con un sol crudo y sus rayos se funden con los jacarandás de flores moradas a un lado. 


Reparo en las muletas porque yo debí usar unas hará diez años en menos de un mes, y porque es 17 de diciembre y en Cuba se celebra la fecha, que es el día de un señor milagroso al cual se representa con muletas. San Lázaro, un pobre hombre vestido de harapos al que siguen pobres perros que lamen sus heridas hasta curarlas. San Lázaro, también llamado Babalú-Ayé, tiene el don de sanar, dicen, y probablemente sea más popular que la propia Virgen del Cobre. Al menos en La Habana pareciera serlo. Por eso cada 17 de diciembre se escuchan tambores en los barrios más populosos, y se forman interminables filas a la entrada a un santuario situado en el poblado de El Rincón donde también existe un leprosorio. Dichos sitios quedan en Santiago de las Vegas, vegas por las vegas de tabaco, que se fuma en honor al santo. La gente supera cualquier barrera para pagarle una promesa a él. Hoy en Cuba habrá cientos de personas pagando promesas, pienso: habrá mucha gente con una vela encendida en el altar. Mañana, eso no lo puedo pensar ahora todavía, quizá haya más. 


En este instante no me pasa por la cabeza nada que teóricamente, o al menos de manera técnica, conlleve a definir vocablos como “sincretismo cultural” o “cultura”. Solo estoy ante una muleta y esa muleta me recuerda una práctica religiosa que es la consecuencia de la manera en que un grupo de humanos interpreta su realidad. En eso llega la guagua, que aquí llaman colectivo. Subimos. Es un ómnibus rojo con inscripción blanca en la que se lee la palabra “Plaza”. Plaza es una de las dos líneas que llevan a la Plata. La otra se denomina Costera. Una tiene ómnibus rojos; la otra, blancos con ribetes rojos y azules y una flor. Los carros de una últimamente tienden a estar zurcidos y sucios; los de la otra, limpios y cuidados. Pero este en el que nos montamos es rojo, oloroso y cuidado, y digo que es un Plaza con aspiraciones de Costera. De modo que estamos en sus cómodos asientos, reclinables y espaciosos, nos llega el agradable aire acondicionado, mi esposa me besa y la beso a ella antes de sacar el teléfono para fijarme en la hora, y cuando abro el Facebook, por si acaso la señal de la wi-fi libre que funciona donde el Metrobus le ha permitido cargarse, encuentro el mensaje de una colega radicada en Quito. Ha escrito una pregunta de asombro: “Dios mío, están liberando a los Cinco?”


Los Cinco, para quien no lo conozca, es el nombre simplificado de la última gran campaña política en la que participó el pueblo cubano. Sucedió a la de Elián González, el niño balsero que quedó huérfano de madre en los mares del estrecho de la Florida y quien por puro milagro pudo salvarse tras el naufragio de la rústica embarcación en la cual navegaban. La causa que inició entonces el progenitor desde Cuba para recuperarlo de su retención en Miami por unos parientes maternos, inició una intensa batalla ideológica encabezada por el líder Fidel Castro. Su nueva apuesta lo condujo a enfrentar las nuevas argucias del Gobierno de los Estados Unidos en su afán por asfixiar la Revolución o lo que para ellos ha sido la “férrea dictadura de los Castro” mediante multitudinarias concentraciones y marchas donde algunos representantes del pueblo decían lo que pensaba este al respecto. Ahora Elián es un apuesto adolescente que estudia alguna carrera militar y se le ha visto alguna vez subir a la tribuna en días señalados. Erguido como los buenos cadetes y con el mentón en alto ha exigido también justicia en el caso de los Cinco. 


Los Cinco acompañaron la rutina de los cubanos en los últimos dieciséis años. Salimos en marcha a la calle con sus rostros encima del tórax. Los vimos alzarse en los desfiles en carteles hechos con pedazos de cartón. Los descubríamos pintados por improvisados artistas en las paredes de los edificios más insólitos, hospitales, barberías, restaurantes, funerarias y hasta en el cuarto de un hotel. Algunos se habrán encontrado sus retratos tantas veces que podrían llegar a confundirse. Un primo mío de seis años, desorientado por el exceso de propaganda allá por el 2002 llegó a preguntarme con su lengua todavía enredada. ¿Tú no estabas preso? Debido a mi constitución de entonces y por los constantes mensajes que del tema veía en la televisión terminó por confundirme con una de aquellas personas. Habrá quien sintiera por los Cinco un afecto como el que se experimenta por un familiar. Dieciséis años es una vida y si un rostro te acompaña de manera perpetua llegas a establecer un vínculo peligrosamente afectivo. 


En octubre de 2011 luego de cumplir una condena de trece años el primero de los Cinco fue felizmente liberado. Tres años después un segundo miembro del grupo, que en el momento de filtrar organizaciones terroristas de Miami era identificado por la inteligencia cubana como “Red Avispa”, consiguió la libertad por las mismas razones de su compañero. Institutos cubanos encargados de divulgar el caso de los Cinco, tal cual el de Amistad con los Pueblos, y asociaciones internacionales creadas para promover su liberación debieron realizarle variaciones a la campaña en favor del fin de la condena establecida a los ya Héroes de la República. No eran los mismos jóvenes visibles en los carteles de principio de este siglo precipitado; tampoco sumaban cinco, sin embargo la causa de la cual tuvieron conocimiento organismos como la ONU, e incluso el vaticano antes de que pudiéramos intuir el protagonismo del actual papa Francisco que para su liberación jugó junto al gobierno Canadiense, siguió identificada por el mismo número milagroso.


Una vez estuve pensando en lo que ha significado el dígito para el pueblo cubano: De cinco hubo un grupo de intelectuales reunidos en torno a una revista literaria dos siglos atrás, de cinco fue aquel gobierno que se extendió por cien días y en cuyo seno había un rebelde nacido en Filadelfia de apellido Guiteras, cinco fueron los patriotas que un día viajaron a Washington para negociar la situación en la cual quedaría el ejército mambí, desangrado durante tres guerras independentistas y que al final de la última vio como el triunfo se le iba de las manos por un pacto entre dos grandes potencias. Uno nunca sabe por qué la mente produce estos flujos de pensamientos. Solo sabe que son inevitables. Y si nos parecen difíciles de pronosticar los pensamientos de uno, más extraños resultan los hechos que llegan a suceder mientras permanecemos enajenados. Lo digo porque la pregunta que acababa de escribir con evidente asombro mi colega desde Quito empieza a enlazarse con lo avisado por otros amigos de la red social. Logro leerlo gracias a que la señal wi-fi resucita en cada parada del Metrobus. “Al mediodía Raúl Castro hará una intervención especial sobre las relaciones con Estados Unidos”. “También el presidente Barack Obama ofrecerá una declaración pública” “Está llegando Allan Gross a la Base aérea de Andrews”.


En La Habana se acusó al subcontratista norteamericano Alan Gross de intentar subvertir el orden en 1999. Llevó a cabo su acción desde un puesto como empleado de la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID), empresa que por cierto planeó una serie de acciones para conspirar contra el gobierno cubano, y que luego del discurso de Barack Obama, lo sabremos, su director debió de pedir la renuncia de forma inesperada. Por los planes trazados desde la USAID Gross fue condenado a 15 años de prisión, y en alguna prisión estaba cuando su salud comenzó a mermar de manera imparable, lo cual llegó a la opinión publica en más de una ocasión, sobre todo cuando su esposa Judith dedicaba palabras directas al presidente norteamericano. Le recordaba cosas como que el deterioro físico de su marido era el precio que pagaba por servir a la poderosa nación encabezada por él. Incluso el prestigioso New York Times (NYT), en el cuarto de los seis editoriales que ha dedicado últimamente al tema cubano y el bloqueo o embargo económico que mantienen los Estados Unidos llegó a sugerir cuál debía ser la estrategia para poner al norteamericano de vuelta: “Solo hay una manera viable de retirar a Gross de una ecuación suficientemente compleja. La administración Obama debe canjearlo por tres espías cubanos que llevan más de 16 años tras las rejas en Estados Unidos.” 


Minutos antes de que el presidente cubano y norteamericano se dirijan a los ciudadanos de sus respectivas naciones, y más o menos cuando el Plaza en el que vamos se acerca a la terminal de trenes conocida como Constitución, Alan Gross estaba dando sus primeros pasos en suelo norteamericano. Había sido liberado al fin por razones humanitarias. A través de las fotografías tomadas en una base aérea ubicada en Maryland se le puede ver entre la comitiva en la cual se hayan personajes importantes para esta historia de posible y ojalá viable reconciliación, como lo son el senador demócrata por el estado de Vermont Patrick Leahy y el congresista demócrata por el estado de Massachusetts James Mc Gobern, este el hombre a quien se le atribuyen las primeras charlas con el presidente Raúl Castro sobre lo que estará siendo anunciado hoy 17 de diciembre.


Habría de escribir el periodista Michael Crowley que cuando en el primer trimestre del año Mc Gobern visitó La Habana, a propósito de la firma de acuerdos para la preservación de la Finca Vigía y los documentos de Ernest Hemingway en ella acopiados, pues la residencia fue morada del mítico escritor norteamericano, el mismo que llegó a definirse una vez como un “cubano sato”, conversó directamente con Raúl Castro respecto a lo oportuno del momento para, valiéndose de las promesas preelectorales del presidente Obama, trastocar la situación de desavenencias diplomáticas entre ambas naciones y resquebrajar así las leyes que mantienen a Cuba en un estado de guerra en tiempo de paz. Entonces, y al respecto, declaraba el congresista a la revista OnCuba: “Deberían eliminarse las restricciones de viajes, deberíamos comenzar relaciones comerciales entre ambos países, debiera eliminarse a Cuba de la lista de países terroristas porque no hay razón para que esté allí y creo que se debiera resolver el caso de Alan Gross y de los tres cubanos que aún están presos en Estados Unidos.


A Gross, un hombre de 65 años, le faltan algunos dientes y parece cojo cuando lo veamos  en la televisión, pero su rostro avisa la alegría de quien regresa a un país al cual probablemente nunca pensó volver. Lo mismo debieron creer algunos de los Cinco, que en la noche de este día podrán al fin escuchar y ver todos los cubanos y, de a poco, el resto del mundo, y serían las redes colmadas con la idea de que con su regreso se cumple la promesa expresada por Fidel Castro en junio de 2001 durante un discurso en el cual sufrió un desmayo luego de dos horas bajo el abrazador sol del verano pinareño. 


¿Qué pasa?, me pregunta mi esposa, porque no puedo evitar la expresión de sorpresa por cuanto pusieron los de Facebook. La actualizo mirando otra vez la pantalla del teléfono y sus ojos se abren un poco más de lo habitual y comenzamos a intercambiar ideas. Un pequeño arco compuesto por tres líneas cónicas me avisa sobre el final de la señal. El Metrobus ha quedado muy lejos y las ondas que me conectaban con el mundo son demasiado débiles de piernas como para alcanzarnos. Nos movemos por una ciudad de edificios ahora desgastados que me recuerdan a La Habana. Mirándolo balcones derruidos y las esquinas sucias de esta parte de Buenos Aires, donde a la gente la palabra Cuba le produce toda clase de comentarios amables, me dejo llevar por esos pensamientos que le vienen a la mente a uno cuando está viajando y recibe noticias como las que acabo de recibir e inmediatamente estamos como dos futurólogos conjeturando lo que anunciarán los gobernantes al mediodía. 


En Buenos Aires y en toda Argentina casi son las dos de la tarde, pero en La Habana, Cuba, esa isla-archipiélago que rompe la categoría del mar, faltan unos segundos para que sea el horario medio, la peor hora de atenerse al clima despiadado en el trópico del Cangrejo o a las imprudencias del estómago cubano tan deseoso de ocuparse cuando ni los gallos quieren cantar. Pero, de interpretarlo como una metáfora, el mediodía no podría tornarse mejor momento como fondo de cuadro épico. El sol llega a lo alto,  limpiando la tierra con su luz clara e hirviente, la luz deseada por los poetas patriotas para morir cegados en el campo de batalla, la luz que ilumina y mata si se padece de una enfermedad que nos haga sensible a los rayos ultravioletas. Pienso en lo que hablan Raúl Castro y Barack Obama y soy incapaz de completar este crucigrama político. Presumimos lo que pudieron hablar durante la primera ocasión en que parece ser que se vieron, aquel día de diciembre, un año antes exactamente. 


Sucedió en el estadio Soccer City de Johannesburgo. Allí, sin saberlo nosotros quizá, empezaran a tejerse estos hilos que hoy parecen juntarse para sorpresa de todos los cubanos donde quiera que estén, cualquiera sea su ideología o preferencia política. Fue bajo las energías de Nelson Mandela, en su funeral, cuando se estrecharon por vez primera las manos los actuales gobernantes, no un gobernante norteamericano con un revolucionario cubano, que ya Fidel había saludado a Nixon y a Carter y a Clinton. Resultó un momento demasiado extraño como para que algunas tuercas de la historia no se destrabaran allí. Un tipo pudo timar al mundo fingiéndose intérprete para sordomudos, dos de las esposas del difunto se fundían en un abrazo y Michelle Obama lucía incomoda porque su marido se había dejado retratar sonriente por la excéntrica Helle Thorning, primer ministra de Dinamarca, una rubia al parecer graciosa que parecía tomarse en serio eso de los sudafricanos de despedir a sus muertos con un ambiente festivo. 


Pero Obama, después de las fotos y el discurso, después de reír y recuperar la seriedad, terminaba por cortesía frente al enemigo político de las administraciones que le precedieron, el enemigo de su país desde el mismo año en que había asomado al mundo. Allí estaban frente a frente al fin, dedicándose breves saludos, acaso intuyendo lo que debía pasar. Fue un proceso largo, le escucharíamos decir a Raúl Castro cuando pudimos ver su alocución de mediodía, la que ofrece ahora, cuando vamos por la autopista y a un lado tenemos al mítico estadio de Boca y enseguida a los edificios de Don Bosco, Bernal y Quilmes, y cuando todos nuestros amigos argentinos deben estar también expectantes, como nosotros, y como el mundo entero lo está.


Raúl habla desde su despacho y no por artificio lo escoltan retratos de algunos patriotas pilares en nuestras luchas independentistas: Antonio Maceo, Máximo Gómez y, encima de todos, Martí. Sabe que este es un paso trascendente para la historia cubana y sobre él tiene un peso de siglos de entendimientos y desentendidos, de luchas y abrazos, de precauciones. En marcos pequeños, casi como un misterio, las imágenes de otros héroes más cercanos, amigos desde los tiempos de la Sierra Maestra cuando él empezó a mostrar sus cualidades como estratega e inspiraba toda clase de leyendas, la de hombre amable y familiar y recio y pragmático a la vez, el primero de los rebeldes en negociar con norteamericanos luego de hacer prisioneros a un grupo capturado en la zona del Segundo Frente bajo su mando. Obama, en cambio, comunica su decisión desde la misma plataforma ubicada en la Casa Blanca desde la cual suele dirigirse a la nación. Va de traje, al contrario del cubano, quien optó simbólicamente por el uniforme militar rematado con sus grados de Jefe de Ejército. El primero, lee mediante un teleprompter. El segundo, sigue lo que lleva escrito en unas pocas cuartillas que va hojeando despacio. 


De ambos discursos se desprenden revelaciones estremecedoras para la mayoría de las naciones, fundamentalmente para las latinoamericanas, testigos y hermanas en este enfrentamiento político que sobrepasa el medio siglo. Ahora la noticia del restablecimiento de relaciones diplomáticas y el posible alivio del bloqueo promueve cataclismos sentimentales, oleadas de estremecimientos entre los políticos y entre los cubanos esparcidos por todo el mundo, de Groenlandia a la Antártida, de La Pampa a Siberia. Pero se habrán estremecido más quienes habitan Miami o cualquier otra ciudad norteamericana y, por supuesto, los cubanos que permanecen en Cuba, los que contra lluvia, sol y sereno, resisten. En la Isla dicen que está ocurriendo un terremoto emocional, un geiser de alegría que hace saltar a quien puede espantarse la conmoción. Algo estalla en los corazones de las familias divididas real o afectivamente aunque de pronto parezca solo que la gente se alegra en masa por el regreso de los tres prisioneros que completan los Cinco. 


Al final los Cinco fueron canjeados por quien el propio Obama ha llamado “uno de los más importantes agentes de inteligencia que los Estados Unidos han tenido en Cuba y que ha permanecido en prisión durante casi dos décadas”. Su nombre se mantiene en un misterio, pero en pocas horas la prensa comienza a filtrar un nombre y un perfil, el del primer teniente de la dirección de Inteligencia del Ministerio del Interior Rolando Sarraf, de 51 años, graduado de Periodismo en La Habana en 1990 y prisionero cinco años después, cuando fue acusado de “espionaje”, “revelación de secretos concernientes a la seguridad del estado”, “contra la seguridad del estado” y “apropiación indebida”. Por tales causas Sarraf fue condenado a 25 años de prisión. Pese a esto, nadie fuera del círculo de oficiales que han tramitado su caso sabe de su existencia, es un ente anónimo pese a su importancia en este minuto. Por él dicen que la CIA pudo ubicar a los diez agentes cubanos de llamada “red avispa” entre cuyos integrantes solo se mantuvieron inamovibles los que hoy se conocen como los Cinco.


Pienso otra vez en ese número y miro a la planicie que va dejando el ómnibus. El sol se mantiene intenso y mi esposa se mantiene tan entusiasmada como yo. A veces abro el Facebook y leo las últimas noticias que se pudieron cargar. Algo decisivo pasa en este minuto y no sabemos nada más porque vamos en un ómnibus camino a La Plata, que ya se acerca, que casi llega para que con ellas lleguen las preguntas y los comentarios y las suposiciones y los miedos. Algunos argentinos son recelosos con los norteamericanos, algunos solo recuerdan una frase del Che, que no solo hablaba del imperialismo norteamericano sino de todo imperialismo. Pero Estados Unidos no es un monolito, es una nación múltiple con la que los cubanos han mantenido siglos de amistad, han vivido en sus ciudades, han padecido y aprendido de ellas, han luchado incluso por su libertad.  Por suerte logro leer algunos de los mensajes que quedaron retenidos, e intuyo el entusiasmo que se avecina. No es el fin del bloqueo económico todavía, pero son los primeros pasos para su desmontaje, el cierre de un ciclo, la vuelta de un amigo que por diverso es peligroso, el cambio en la historia con el que todos soñamos un día, cuando éramos el último ser que esperaba en la larga cola, cuando entre tinieblas recibíamos la triste iluminación de un candil, cuando solo arroz había en la mesa y uno iba por la vida, y hasta habrá quien le pusiera una vela a los santos por la simple esperanza de que un día los de “arriba”, ¡siempre los de arriba!, se pudieran entender.

foto: Fidel ante el monumento a Lincoln en Washington,  abril de 1959, Korda.

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