Debemos tomar el ómnibus que conduce a
la ciudad de La Plata. Mi esposa y yo estamos en Buenos Aires, a unos doce
metros del obelisco en la Avenida 9 de Julio, lugar por el cual fluyen
torrentes de personas produciendo una confusión de idiomas o variantes del
mismo idioma, de razas y formas. Caminamos a la parada situada en un punto del Metrobus
y nada avisa que son cubanos estos dos que van ahora tomando la acera, cruzando
la calle porque cambia la señal, deteniéndose detrás de una pareja de ancianos
que quizá no sean pareja pero que sí son ancianos, y son dos, y uno lleva
muletas, y miro a la muleta y a la avenida porque se eleva el esmog que
producen imparables runflas de autos modernos que solo se extinguen en la
medianoche y pasa mediodía, caliente en Buenos Aires, con un sol crudo y sus
rayos se funden con los jacarandás de flores moradas a un lado.
Reparo en las muletas porque yo debí
usar unas hará diez años en menos de un mes, y porque es 17 de diciembre y en
Cuba se celebra la fecha, que es el día de un señor milagroso al cual se
representa con muletas. San Lázaro, un pobre hombre vestido de harapos al que
siguen pobres perros que lamen sus heridas hasta curarlas. San Lázaro, también
llamado Babalú-Ayé, tiene el don de sanar, dicen, y probablemente sea más
popular que la propia Virgen del Cobre. Al menos en La Habana pareciera serlo.
Por eso cada 17 de diciembre se escuchan tambores en los barrios más populosos,
y se forman interminables filas a la entrada a un santuario situado en el
poblado de El Rincón donde también existe un leprosorio. Dichos sitios quedan
en Santiago de las Vegas, vegas por las vegas de tabaco, que se fuma en honor
al santo. La gente supera cualquier barrera para pagarle una promesa a él. Hoy
en Cuba habrá cientos de personas pagando promesas, pienso: habrá mucha gente
con una vela encendida en el altar. Mañana, eso no lo puedo pensar ahora
todavía, quizá haya más.
En este instante no me pasa por la
cabeza nada que teóricamente, o al menos de manera técnica, conlleve a definir vocablos
como “sincretismo cultural” o “cultura”. Solo estoy ante una muleta y esa
muleta me recuerda una práctica religiosa que es la consecuencia de la manera
en que un grupo de humanos interpreta su realidad. En eso llega la guagua, que
aquí llaman colectivo. Subimos. Es un ómnibus rojo con inscripción blanca en la
que se lee la palabra “Plaza”. Plaza es una de las dos líneas que llevan a la
Plata. La otra se denomina Costera. Una tiene ómnibus rojos; la otra, blancos
con ribetes rojos y azules y una flor. Los carros de una últimamente tienden a estar
zurcidos y sucios; los de la otra, limpios y cuidados. Pero este en el que nos
montamos es rojo, oloroso y cuidado, y digo que es un Plaza con aspiraciones de
Costera. De modo que estamos en sus cómodos asientos, reclinables y espaciosos,
nos llega el agradable aire acondicionado, mi esposa me besa y la beso a ella
antes de sacar el teléfono para fijarme en la hora, y cuando abro el Facebook,
por si acaso la señal de la wi-fi libre que funciona donde el Metrobus le ha
permitido cargarse, encuentro el mensaje de una colega radicada en Quito. Ha
escrito una pregunta de asombro: “Dios mío, están liberando a los Cinco?”
Los Cinco, para quien no lo conozca, es
el nombre simplificado de la última gran campaña política en la que participó el
pueblo cubano. Sucedió a la de Elián González, el niño balsero que quedó
huérfano de madre en los mares del estrecho de la Florida y quien por puro
milagro pudo salvarse tras el naufragio de la rústica embarcación en la cual navegaban.
La causa que inició entonces el progenitor desde Cuba para recuperarlo de su
retención en Miami por unos parientes maternos, inició una intensa batalla ideológica
encabezada por el líder Fidel Castro. Su nueva apuesta lo condujo a enfrentar
las nuevas argucias del Gobierno de los Estados Unidos en su afán por asfixiar
la Revolución o lo que para ellos ha sido la “férrea dictadura de los Castro”
mediante multitudinarias concentraciones y marchas donde algunos representantes
del pueblo decían lo que pensaba este al respecto. Ahora Elián es un apuesto
adolescente que estudia alguna carrera militar y se le ha visto alguna vez subir
a la tribuna en días señalados. Erguido como los buenos cadetes y con el mentón
en alto ha exigido también justicia en el caso de los Cinco.
Los Cinco acompañaron la rutina de los
cubanos en los últimos dieciséis años. Salimos en marcha a la calle con sus
rostros encima del tórax. Los vimos alzarse en los desfiles en carteles hechos con
pedazos de cartón. Los descubríamos pintados por improvisados artistas en las
paredes de los edificios más insólitos, hospitales, barberías, restaurantes,
funerarias y hasta en el cuarto de un hotel. Algunos se habrán encontrado sus
retratos tantas veces que podrían llegar a confundirse. Un primo mío de seis
años, desorientado por el exceso de propaganda allá por el 2002 llegó a
preguntarme con su lengua todavía enredada. ¿Tú no estabas preso? Debido a mi
constitución de entonces y por los constantes mensajes que del tema veía en la
televisión terminó por confundirme con una de aquellas personas. Habrá quien sintiera
por los Cinco un afecto como el que se experimenta por un familiar. Dieciséis años
es una vida y si un rostro te acompaña de manera perpetua llegas a establecer
un vínculo peligrosamente afectivo.
En octubre de 2011 luego de cumplir una
condena de trece años el primero de los Cinco fue felizmente liberado. Tres
años después un segundo miembro del grupo, que en el momento de filtrar
organizaciones terroristas de Miami era identificado por la inteligencia cubana
como “Red Avispa”, consiguió la libertad por las mismas razones de su compañero.
Institutos cubanos encargados de divulgar el caso de los Cinco, tal cual el de Amistad
con los Pueblos, y asociaciones internacionales creadas para promover su
liberación debieron realizarle variaciones a la campaña en favor del fin de la
condena establecida a los ya Héroes de la República. No eran los mismos jóvenes
visibles en los carteles de principio de este siglo precipitado; tampoco sumaban
cinco, sin embargo la causa de la cual tuvieron conocimiento organismos como la
ONU, e incluso el vaticano antes de que pudiéramos intuir el protagonismo del
actual papa Francisco que para su liberación jugó junto al gobierno Canadiense,
siguió identificada por el mismo número milagroso.
Una vez estuve pensando en lo que ha significado
el dígito para el pueblo cubano: De cinco hubo un grupo de intelectuales reunidos
en torno a una revista literaria dos siglos atrás, de cinco fue aquel gobierno
que se extendió por cien días y en cuyo seno había un rebelde nacido en
Filadelfia de apellido Guiteras, cinco fueron los patriotas que un día viajaron
a Washington para negociar la situación en la cual quedaría el ejército mambí,
desangrado durante tres guerras independentistas y que al final de la última vio
como el triunfo se le iba de las manos por un pacto entre dos grandes
potencias. Uno nunca sabe por qué la mente produce estos flujos de pensamientos.
Solo sabe que son inevitables. Y si nos parecen difíciles de pronosticar los
pensamientos de uno, más extraños resultan los hechos que llegan a suceder
mientras permanecemos enajenados. Lo digo porque la pregunta que acababa de
escribir con evidente asombro mi colega desde Quito empieza a enlazarse con lo avisado
por otros amigos de la red social. Logro leerlo gracias a que la señal wi-fi resucita
en cada parada del Metrobus. “Al mediodía Raúl Castro hará una intervención
especial sobre las relaciones con Estados Unidos”. “También el presidente
Barack Obama ofrecerá una declaración pública” “Está llegando Allan Gross a la
Base aérea de Andrews”.
En La Habana se acusó al subcontratista
norteamericano Alan Gross de intentar subvertir el orden en 1999. Llevó a cabo
su acción desde un puesto como empleado de la Agencia Estadounidense para el
Desarrollo Internacional (USAID), empresa que por cierto planeó una serie de
acciones para conspirar contra el gobierno cubano, y que luego del discurso de
Barack Obama, lo sabremos, su director debió de pedir la renuncia de forma
inesperada. Por los planes trazados desde la USAID Gross fue condenado a 15
años de prisión, y en alguna prisión estaba cuando su salud comenzó a mermar de
manera imparable, lo cual llegó a la opinión publica en más de una ocasión, sobre
todo cuando su esposa Judith dedicaba palabras directas al presidente
norteamericano. Le recordaba cosas como que el deterioro físico de su marido
era el precio que pagaba por servir a la poderosa nación encabezada por él.
Incluso el prestigioso New York Times
(NYT), en el cuarto de los seis editoriales que ha dedicado últimamente al tema
cubano y el bloqueo o embargo económico que mantienen los Estados Unidos llegó
a sugerir cuál debía ser la estrategia para poner al norteamericano de vuelta:
“Solo hay una manera viable de retirar a Gross de una ecuación suficientemente
compleja. La administración Obama debe canjearlo por tres espías cubanos que
llevan más de 16 años tras las rejas en Estados Unidos.”
Minutos antes de que el presidente
cubano y norteamericano se dirijan a los ciudadanos de sus respectivas
naciones, y más o menos cuando el Plaza en el que vamos se acerca a la terminal
de trenes conocida como Constitución, Alan Gross estaba dando sus primeros
pasos en suelo norteamericano. Había sido liberado al fin por razones
humanitarias. A través de las fotografías tomadas en una base aérea ubicada en
Maryland se le puede ver entre la comitiva en la cual se hayan personajes
importantes para esta historia de posible y ojalá viable reconciliación, como
lo son el senador demócrata por el estado de Vermont Patrick Leahy y el
congresista demócrata por el estado de Massachusetts James Mc Gobern, este el
hombre a quien se le atribuyen las primeras charlas con el presidente Raúl Castro
sobre lo que estará siendo anunciado hoy 17 de diciembre.
Habría de escribir el periodista Michael Crowley
que cuando en el primer trimestre del año Mc Gobern visitó La Habana, a propósito
de la firma de acuerdos para la preservación de la Finca Vigía y los documentos
de Ernest Hemingway en ella acopiados, pues la residencia fue morada del mítico
escritor norteamericano, el mismo que llegó a definirse una vez como un “cubano
sato”, conversó directamente con Raúl Castro respecto a lo oportuno del momento
para, valiéndose de las promesas preelectorales del presidente Obama, trastocar
la situación de desavenencias diplomáticas entre ambas naciones y resquebrajar
así las leyes que mantienen a Cuba en un estado de guerra en tiempo de paz. Entonces,
y al respecto, declaraba el congresista a la revista OnCuba: “Deberían
eliminarse las restricciones de viajes, deberíamos comenzar relaciones
comerciales entre ambos países, debiera eliminarse a Cuba de la lista de países
terroristas porque no hay razón para que esté allí y creo que se debiera
resolver el caso de Alan Gross y de los tres cubanos que aún están presos en
Estados Unidos.
A Gross, un hombre de 65 años, le faltan
algunos dientes y parece cojo cuando lo veamos en la televisión, pero su rostro avisa la
alegría de quien regresa a un país al cual probablemente nunca pensó volver. Lo
mismo debieron creer algunos de los Cinco, que en la noche de este día podrán al
fin escuchar y ver todos los cubanos y, de a poco, el resto del mundo, y serían
las redes colmadas con la idea de que con su regreso se cumple la promesa expresada
por Fidel Castro en junio de 2001 durante un discurso en el cual sufrió un
desmayo luego de dos horas bajo el abrazador sol del verano pinareño.
¿Qué pasa?, me pregunta mi esposa,
porque no puedo evitar la expresión de sorpresa por cuanto pusieron los de
Facebook. La actualizo mirando otra vez la pantalla del teléfono y sus ojos se
abren un poco más de lo habitual y comenzamos a intercambiar ideas. Un pequeño
arco compuesto por tres líneas cónicas me avisa sobre el final de la señal. El
Metrobus ha quedado muy lejos y las ondas que me conectaban con el mundo son
demasiado débiles de piernas como para alcanzarnos. Nos movemos por una ciudad
de edificios ahora desgastados que me recuerdan a La Habana. Mirándolo balcones
derruidos y las esquinas sucias de esta parte de Buenos Aires, donde a la gente
la palabra Cuba le produce toda clase de comentarios amables, me dejo llevar
por esos pensamientos que le vienen a la mente a uno cuando está viajando y
recibe noticias como las que acabo de recibir e inmediatamente estamos como dos
futurólogos conjeturando lo que anunciarán los gobernantes al mediodía.
En Buenos Aires y en toda Argentina casi
son las dos de la tarde, pero en La Habana, Cuba, esa isla-archipiélago que
rompe la categoría del mar, faltan unos segundos para que sea el horario medio,
la peor hora de atenerse al clima despiadado en el trópico del Cangrejo o a las
imprudencias del estómago cubano tan deseoso de ocuparse cuando ni los gallos quieren
cantar. Pero, de interpretarlo como una metáfora, el mediodía no podría tornarse
mejor momento como fondo de cuadro épico. El sol llega a lo alto, limpiando la tierra con su luz clara e
hirviente, la luz deseada por los poetas patriotas para morir cegados en el
campo de batalla, la luz que ilumina y mata si se padece de una enfermedad que
nos haga sensible a los rayos ultravioletas. Pienso en lo que hablan Raúl Castro
y Barack Obama y soy incapaz de completar este crucigrama político. Presumimos lo
que pudieron hablar durante la primera ocasión en que parece ser que se vieron,
aquel día de diciembre, un año antes exactamente.
Sucedió en el estadio Soccer City de
Johannesburgo. Allí, sin saberlo nosotros quizá, empezaran a tejerse estos hilos
que hoy parecen juntarse para sorpresa de todos los cubanos donde quiera que
estén, cualquiera sea su ideología o preferencia política. Fue bajo las
energías de Nelson Mandela, en su funeral, cuando se estrecharon por vez
primera las manos los actuales gobernantes, no un gobernante norteamericano con
un revolucionario cubano, que ya Fidel había saludado a Nixon y a Carter y a
Clinton. Resultó un momento demasiado extraño como para que algunas tuercas de
la historia no se destrabaran allí. Un tipo pudo timar al mundo fingiéndose intérprete
para sordomudos, dos de las esposas del difunto se fundían en un abrazo y Michelle
Obama lucía incomoda porque su marido se había dejado retratar sonriente por la
excéntrica Helle Thorning, primer ministra de Dinamarca, una rubia al parecer
graciosa que parecía tomarse en serio eso de los sudafricanos de despedir a sus
muertos con un ambiente festivo.
Pero Obama, después de las fotos y el
discurso, después de reír y recuperar la seriedad, terminaba por cortesía frente
al enemigo político de las administraciones que le precedieron, el enemigo de
su país desde el mismo año en que había asomado al mundo. Allí estaban frente a
frente al fin, dedicándose breves saludos, acaso intuyendo lo que debía pasar. Fue
un proceso largo, le escucharíamos decir a Raúl Castro cuando pudimos ver su alocución
de mediodía, la que ofrece ahora, cuando vamos por la autopista y a un lado
tenemos al mítico estadio de Boca y enseguida a los edificios de Don Bosco,
Bernal y Quilmes, y cuando todos nuestros amigos argentinos deben estar también
expectantes, como nosotros, y como el mundo entero lo está.
Raúl habla desde su despacho y no por
artificio lo escoltan retratos de algunos patriotas pilares en nuestras luchas
independentistas: Antonio Maceo, Máximo Gómez y, encima de todos, Martí. Sabe
que este es un paso trascendente para la historia cubana y sobre él tiene un peso
de siglos de entendimientos y desentendidos, de luchas y abrazos, de
precauciones. En marcos pequeños, casi como un misterio, las imágenes de otros
héroes más cercanos, amigos desde los tiempos de la Sierra Maestra cuando él empezó
a mostrar sus cualidades como estratega e inspiraba toda clase de leyendas, la
de hombre amable y familiar y recio y pragmático a la vez, el primero de los
rebeldes en negociar con norteamericanos luego de hacer prisioneros a un grupo
capturado en la zona del Segundo Frente bajo su mando. Obama, en cambio, comunica
su decisión desde la misma plataforma ubicada en la Casa Blanca desde la cual suele
dirigirse a la nación. Va de traje, al contrario del cubano, quien optó
simbólicamente por el uniforme militar rematado con sus grados de Jefe de
Ejército. El primero, lee mediante un teleprompter. El segundo, sigue lo que
lleva escrito en unas pocas cuartillas que va hojeando despacio.
De ambos discursos se desprenden revelaciones
estremecedoras para la mayoría de las naciones, fundamentalmente para las
latinoamericanas, testigos y hermanas en este enfrentamiento político que
sobrepasa el medio siglo. Ahora la noticia del restablecimiento de relaciones
diplomáticas y el posible alivio del bloqueo promueve cataclismos sentimentales,
oleadas de estremecimientos entre los políticos y entre los cubanos esparcidos
por todo el mundo, de Groenlandia a la Antártida, de La Pampa a Siberia. Pero
se habrán estremecido más quienes habitan Miami o cualquier otra ciudad
norteamericana y, por supuesto, los cubanos que permanecen en Cuba, los que
contra lluvia, sol y sereno, resisten. En la Isla dicen que está ocurriendo un
terremoto emocional, un geiser de alegría que hace saltar a quien puede espantarse
la conmoción. Algo estalla en los corazones de las familias divididas real o
afectivamente aunque de pronto parezca solo que la gente se alegra en masa por
el regreso de los tres prisioneros que completan los Cinco.
Al final los Cinco fueron canjeados por
quien el propio Obama ha llamado “uno de los más importantes agentes de
inteligencia que los Estados Unidos han tenido en Cuba y que ha permanecido en
prisión durante casi dos décadas”. Su nombre se mantiene en un misterio, pero
en pocas horas la prensa comienza a filtrar un nombre y un perfil, el del primer
teniente de la dirección de Inteligencia del Ministerio del Interior Rolando
Sarraf, de 51 años, graduado de Periodismo en La Habana en 1990 y prisionero
cinco años después, cuando fue acusado de “espionaje”, “revelación de secretos
concernientes a la seguridad del estado”, “contra la seguridad del estado” y “apropiación
indebida”. Por tales causas Sarraf fue condenado a 25 años de prisión. Pese a
esto, nadie fuera del círculo de oficiales que han tramitado su caso sabe de su
existencia, es un ente anónimo pese a su importancia en este minuto. Por él
dicen que la CIA pudo ubicar a los diez agentes cubanos de llamada “red avispa”
entre cuyos integrantes solo se mantuvieron inamovibles los que hoy se conocen
como los Cinco.
Pienso otra vez en ese número y miro a
la planicie que va dejando el ómnibus. El sol se mantiene intenso y mi esposa se
mantiene tan entusiasmada como yo. A veces abro el Facebook y leo las últimas noticias
que se pudieron cargar. Algo decisivo pasa en este minuto y no sabemos nada más
porque vamos en un ómnibus camino a La Plata, que ya se acerca, que casi llega
para que con ellas lleguen las preguntas y los comentarios y las suposiciones y
los miedos. Algunos argentinos son recelosos con los norteamericanos, algunos
solo recuerdan una frase del Che, que no solo hablaba del imperialismo
norteamericano sino de todo imperialismo. Pero Estados Unidos no es un
monolito, es una nación múltiple con la que los cubanos han mantenido siglos de
amistad, han vivido en sus ciudades, han padecido y aprendido de ellas, han
luchado incluso por su libertad. Por
suerte logro leer algunos de los mensajes que quedaron retenidos, e intuyo el entusiasmo
que se avecina. No es el fin del bloqueo económico todavía, pero son los primeros
pasos para su desmontaje, el cierre de un ciclo, la vuelta de un amigo que por
diverso es peligroso, el cambio en la historia con el que todos soñamos un día,
cuando éramos el último ser que esperaba en la larga cola, cuando entre
tinieblas recibíamos la triste iluminación de un candil, cuando solo arroz
había en la mesa y uno iba por la vida, y hasta habrá quien le pusiera una vela
a los santos por la simple esperanza de que un día los de “arriba”, ¡siempre
los de arriba!, se pudieran entender.
foto: Fidel ante el monumento a
Lincoln en Washington, abril de 1959, Korda.
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