A veces,
por no decir casi todos las semanas, aparecen mensajes de amigos que
se quejan por el comienzo de la semana. “Lunes... !puaff!”,
gruñen entre dientes, o lo gritan sin vergüenza: “LUNES..
!PUAFF!”. Y es verdad, la rutina del trabajo se vuelve detestable.
Nos convierte en autómatas, repetitivos, zombis de una acción que
se realiza, sobre todo, para sobrevivir.
Sin
embargo, no es el lunes el día de la semana donde menos a gusto me
siento. Quiero quejarme de otra jornada, esa en la cual, entre
nosotros, las mujeres suben a la azotea para poner a secar su ropa;
los niños, libres de la escuela, gritan y corren por el patio; el
abuelo marca el puesto frente al televisor, porque en la tarde ese
programa pasa la pelota, o la familia del al lado saca los bafles al
portal y castiga a Cándido Fabré a que cante todo el día. Domingo.
Ningún
otro momento de la semana me resulta más aburrido que el domingo.
Desde antes de tomar conciencia de que el domingo tenía sus
características. Si estaba en la residencia estudiantil (entre
nosotros lada beca) nadie más quedaba en el edificio que aquellos a
quienes la casa quedaba lejos. Si te asomabas a la ventana, en busca
de una buena imagen, te rompías la nariz con calles desiertas,
tejados vacíos y árboles fustigados por el sol, que al mediodía del
domingo es peor que escuchar una canción de Los pasteles verdes, un
domingo, en medio de una reunión familiar.
El
domingo, contrario a la mayoría, quizá, lo prefiero lejos, en una
novela de ciencia ficción, en la calle donde los protagonistas del
filme esperan el tranvía, en una canción o en cualquier sitio donde
sea lunes o miércoles o jueves. Pasar de un salto el domingo.
!Lejos, domingos y días feriados! Porque... si uno debe trabajar,
mientras los demás descansan, la abulia del asueto se cuadriplica.
Es cierto Leo, hasta hace un tiempo pensé que los domingos eran el peor día, pero tienen algo especial, me pueden matar del aburrimiento o hacerme muy feliz, porque si escucho la música que me gusta un domingo o me siento a tomar fresco en el balcón, lo apacible, sobre todo si ha llegado la tarde, me transporta, solo los domingos logro eso.
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