Rastreaba un disco de 1997. Fui a la
avenida Corrientes, una tarde. A dos disquerías. Ninguna estuvo a la altura de
mis espectativas. Uno de los empleados me informó incluso que no lo hallaría en
toda la Argentina. Apenas estuve a pasos de mi propósito cuando al menos di con
cuatro versiones del tema músical que movía mi interés; Chucho Valdés, Oscar de
León, un septeto argentino llamado Dos gardenias y la agrupación desconocida
por mí de nombre: Orquesta Serenata Tropical. ¿Puede reproducir ese, por favor.
Claro, me respondió la vendedora.
De pronto, ese maravilloso ritmo que
tantas veces he percibido en La Habana
Vieja o en decenas de ciudades de Cuba, sobre todo si hay turistas en los
alrededores. No era ninguna de las interpretaciones incluidas en el disco que
anhelaba, pero sí señor, volvía a escucharlo: El manisero, de Moisés Simons; y
como me encontraba en una de esas calles ávidas de la ciudad de Buenos Aires
recordé de inmediato a Borges, quien en su “El atroz redentor Lazarus Morell”
tuvo el yerro de llamarle “rumba deplorable” a lo que es un pregón-son muy
feliz.
Pero aquel Borges de Historia Universal de la Infanmia, a la
vez que ponía una mala etiqueta incorporaba de manera ingeniosa el dato de
interés: tanto la canción El manisero como el género Habanera encontraban su
origen si se quiere en la buena voluntad del fraile Bartolome de las Casas,
quien por misericordia con los indios antillanos pidió al rey Carlos V manera
de apaciguarles el sufrimiento. La solución fue importar negros desde Africa,
de manera que fueron ellos, escencialmente el latido de la madre África, lo que
posibilitó esa canción tan popular sonando para mí en la tarde bonaerense.
De hecho Moises Simons era parte de este
mestizaje o transculturación. Había crecido en el barrio habanero de Jesus María
y como estudiante de música su oido parecía afilado a los sonidos de alrededor.
Un día iluminado por los pregoneros locales, cada vez menos ingeniosos en el
presente, acabó dando con este tema que habría de entregar a la carismática Rita
Montaner quien enseguida lo popularizó. En 1928 lo grababa con la Columbia
Record y tres años después por lo menos se daban cuenta de 17 versiones.
Era tan pegajoso el ritmo, colmada del
doble sentido de las calle su letra, que no demoró en propagarse por todo el
mundo. Ernesto Lecuona lo incluyó en un filme para Hollywood en 1931 y otro cubano,
el afamado Antonio Machín, echaba leña a la hoguera de su fama definitiva
interpetándolo desde 1929, en Madrid y New York, allá acompañado por la
orquesta de Don Alpiazu, cienfueguro y pionero en promover la música cubana en
los alrededores del Bronx. Alpuazu fue también uno de los traductores para el
publico anglosajón.
Tampoco era Rita la única mujer repitiendo
eso de “maní, maní, si te quieres por el pico divertir…”; Jane Powell y Mistingette,
actrices famosas, alguna de ellas popular en Cuba porque visitaba La Habana
como ahora Riahana, se apropiaron del tema otorgandole su gracia y sensualidad,
aún cuando para el público de otras latitudes el pregón sonara algo distinto: “peanut,
peanut…” se escucha todavía en el escenario de YouTube. Tan vertiginoso iba
resultando la difusión del ritmo que Alejo Carpentier no escatimó en
calificarle: “nuestro manisero nacional”, y añade en una crónica europea: “Los
pick-up de los boulevards lo repiten sin cesar; Mistinguette lo canta en el
Casino de París; ha invadido Berlín, Bélgica, la Costa de Azur… Se escucha en
Palestina, junto al Muro de las Lamentaciones; se ejecuta en Constantinopla, en
los cabarés de princesas rusas, víctimas de la revolución; sus maracas suenan
junto a los puestos de fritura que hacen toser a la gran esfinge de Egipto…”
Entre los primeros en hacer suyo sobresalen
Miguel Matamoros y su trío, Louis Armstrong y una dama del Río La Plata nacida
en el barrio de San Telmo que alcanzó la fama en España. Imperio Argentina,
quien por cierto debe su nombre artístico al escritor y Premio Nobel de
Literatura Jacinto Benavente, lo grabó junto a la Orquesta Típica Cubana en
1932, fecha para la cual en la tierra de Martín Fierro había otro extraño y hoy
casi olvidado Manisero; por supuesto un tango pero quién sabe si influenciado
por el pregón cubano famoso.
Sus conexiones tendrá El manisero
argentino con el cubano, porquie volviendo a Borges el género Habanaera era la madre
del Tango, y si lo tomaramos como un silogismo, ambos surgieron gracias a la
piedad de de las Casas. Pero, el dato con el cual pretendo seguir por el
momento es que el tango - por las calles
de mi barrio siempre pasa un manisero, andaluz dicharachero, con más garbo que
un torero y una gracia sin igual- lo escribió Emilio Falero, tenía música
de Virgilio Carminalo y fue popularizado por Ignacio Corsini, el mismo que puso
de moda eso de Fumando espero a la mujer
que quiero...
¿Conoce el manisero de Coursini?, pregunto
a los empleados de la disquería en Corrientes y todos ponen una mueca. Uno
escarva entre los discos de tangos y al fin halla tres antologías de Corsini.
En ninguna se incluye El manisero. Luego pregunté en un quiosco especializado
en tangos. ¿El manisero argentino? No, nunca lo he oído, me asegura un hombre
de 70 años que pasa el día a un paso de la estación Uruguay del Subte, y se
pone a buscar entre libros y discos hasta que saca uno de la Sonora Matancera.
No versionan El manisero. Ninguno de los dos. Tampoco.
Respecto al pregón cubano, además de la
peculiar Imperio Argentina hubo otro en el Río La Plata que legó una versión
famosa. El pianista Bebu Silvetti, productor de éxito y talento ademas, al
punto de encargarse de aquellos Romances
del méxicano Luis Miguel, hizo suya la canción para sumarla al repertorio personal
donde el sintetizador conquista un lugar cardinal, de modo que puede escucharse
en su disco de 1976 otra vez en el mejor estilo de los setenta.
El disco que buscaba, por lo pronto, no
lo encuentro ni en los gabinetes de psicoanalistas - me pregunto si está
expresión sería la corecta para sustituir la cubana: ni en los centros
espirituales-. Se trata de “25 versiones del Manisero”, editado en Barcelona,
una importante recopilación que abre con la voz de la Montaner y cierra al estilo
genial de Bola de Nieve, pasando por
apropiaciones inolvidables como las de Bebo Valdes y Stan Kenton. Claro que hay
otras igualmente geniales no recopiladas aquí. Pienso en Perez Prado y Cachao.
Dicen que en la actualidad se registran
cientos de versiones de este tema millonario que a pocos años de su estreno
había logrado miles solo por derecho de autor. Y deben existir cientos de
versiones más, porque se sigue buscando esta melodía inmortal y visado absoluto
de cubanidad. De hecho “cantar el manisero” es también una frases popular y significa:
morirse. Y razón tiene la voz del pueblo. Definitivamente para un cantante
cualquiera integrar El manisero, de Moises Simons, a su repertorio viene siendo
algo así como morirse, lo cual si nos dejamos llevar también por los refranes es
otra gran verdad en este caso. A veces frases como: “Esto es morirse” en cubano
significa que nada será mejor y más gratificante después.
publicado en: OnCuba
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