scioli y macri, terminado el debate presidencial |
Junto al Obelisco una pantalla refleja
lo que transmiten los canales televisivos. Casi todos iban dando ganador a Mauricio
Macri por sobre Daniel Scioli, según resultados a boca de urna. Los números para
el candidato opositor, de Cambiemos (PRO-UCR), suben o bajan levemente, pero demuestran una
sostenida superioridad sobre los del Frente para la Victoria, otra coalición de
partidos y agrupaciones políticas peronistas nacida en el 2003 para apoyar a Néstor
Kirchner, quien alcanzó la presidencia luego de una segunda vuelta malograda porque
Carlos Menem aceptó su derrota tres días antes, el 14 de mayo.
Doce años después, Mauricio Macri terminaría
imponiéndose en el primer balotaje de la historia argentina desde que Raúl Alfonsín
propusiera el método a Menem en lo que se conoce como Pacto de Olivos. Macri ha
sido el gobernador en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; es ingeniero civil formado
en universidades privadas de los Estados Unidos y Argentina, presidió con éxito
el Club Boca Juniors 1997-2007 y es hijo de Franco Macri, un emigrado italiano,
poderoso empresario industrial y eje de una de las tantas familias argentinas que ha sufrido el secuestro de
algún familiar, en este caso el de dos de sus hijos: Florencia y Mauricio.
Un día Mauricio Macri contó con amabilidad que esa
experiencia le había provocado el síndrome de Estocolmo. Y desde el 10 de
diciembre venidero quien alguna vez hubo de sentir ese raro sentimiento de compasión
por quienes lo habían raptado a cambio de 6 millones de dólares será el
presidente de la Argentina para conmoción de los militantes Kirchner, no
necesariamente se trata de la izquierda tradicional.
Por casi tres puntos –más de medio
millón de votos-, Macri superó a Scioli, la propuesta oficialista, el político alguna
vez corredor de lanchas, actividad que le costó un grave accidente con la
consiguiente pérdida del brazo izquierdo. Hijo de un empresario de
electrodomésticos y dueño de un canal televiso en los setenta -víctima igualmente
de secuestros-, Scioli es gobernador aún
de la Provincia de Buenos Aires en mano de Cambiemos desde el 10-D. Es un
hombre de aspecto calmado –por la calle también se oye de la solicitud de calma
para el discurso oficial- tuvo muchos factores en contra: la sombra de una
presidenta de personalidad intensa, las disconformidades de una militancia puritana
y fanática, así como la pésima campaña que vino a mejorar en la última semana.
En la noche del domingo, y en el Obelisco,
que corta la Avenida 9 de Julio y la famosa calle Corrientes, cada variación en
las cifras emitidas por la Dirección Nacional Electoral es respaldada con el vuelco
de globos y pancartas. Suenan las vuvuzelas y una bandera argentina roza la
cabeza de un turista. Siguen llegando paseantes y vecinos del microcentro, como
yo. Todavía hay poca gente concentrada, pero en la medida en que los resultados
avanzan se unen seguidores de la coalición triunfante, que si bien no forman
una masa amplia y derivada de los estratos más populares- como es fácil de
advertir entre los seguidores del FpV, y que vi por última vez en este mismo
lugar un día antes del debate presidencial organizado por Argentina Debate,
cuando muchos llegaron para apoyar a Scioli- se trata de prototipos de la clase
media, y algún que otro individuo de extracción menor.
Desde un auto alguien vocifera al gentío
una palabra contra Macri y el gentío, como era de esperar, le responde a la mujer
–es mujer, de unos treinta, quien maneja el auto moderno- con un casi masivo: “¡A
laburar!” Entonces la mujer, que espera por la luz verde en la 9 de julio a
unos cincuenta metros del grupo, abre la puerta, sale al asfalto y responde con
más gritos y gestos a los que otra muchacha decide responder yendo a su
encuentro. Pero queda en el camino, porque la del auto, furiosa, ha regresado
al asiento, cierra la puerta, y se aleja. “¡A Laburar!”, grita el gentío.
La escena es natural en la Argentina; en
las universidades se enfrentan con vehemencia los adversarios políticos;
también discuten en sus casas, en la televisión y en las redes
sociales; pero a mí me llevó a un lugar y una fecha, el 25 de octubre.
Entonces me encontraba en el colegio de
Santa Rosa de Lima, Munro –cuna del cine sonoro argentino, porque allí se
instalaron los estudios Luminton, importantes para la industria nacional-. Una
amiga nos consiguió puesto remunerado como fiscal de una de las cinco tendencias
en disputa y allí estuvimos hasta llenar nuestra planilla cuando concluyó el conteo de la mesa más retrasada pasada las nueve de la
noche. Al fiscal correspondía además la comprobación cada cierto tiempo de que no ocurrieran incidentes negativos dentro del cuarto oscuro; es decir, que los cinco bultos
mantuvieran orden y abundancia. También debía reponer los papeles en caso de
que alguien hubiera roto por saña la boleta de la facción contraria.
A veces las de Cambiemos aparecían arrugadas
o rotas. Lo mismo sucedía con las del Frente para la Victoria, razón para que
fuesen sus fiscales quienes se vieran en la obligación de realizar las rondas
con mayor asiduidad. Entre todos se fue creando un ambiente amable a lo largo
del día, si bien registramos una eventualidad con cierta representante de Cambiemos,
una señora anticuada que se negó a que los cuatro fiscales errantes entre los
que me encontraba -los de Margarita Stolbizer, la líder de Progresistas-,
compartiéramos el mismo local. De ahí que terminamos en un cubículo minúsculo entre
los bolsos y mochilas de los fiscales del Frente para la Victoria y la
gendarmería, apilados, tirados en el suelo a la hora de comer, hablando de
cualquier asunto vinculado a las elecciones y el mundo que queda antes y
después.
Pese a eso, lo repito, la relación fue
de cordialidad. Y hasta hubo risas a costas de alguno, como fue el caso del
fiscal de la facción encabezada por Sergio Massa –el peronista disidente del
gobierno de Cristina Fernández-. Era un hombre acho, medio encorvado y de pelos
en rulos quien solía proteger su bulto de boletas arremangadas dentro de una
jaba bajo el brazo. Suministradas las mesas, los papeles del Frente
Renovador terminaban ensortijándose sobre sí mismos. Y alguien lo soltó: “De
esa manera no acumulará ni un voto”.
El Frente Renovador con Massa delante
acumuló los votos necesarios para quedar en tercer puesto, seguido del Frente
de Izquierda y de los Trabajadores, Progresistas y Compromiso Federal votantes
todos fundamentales para los resultados de la segunda vuelta. La mayor parte de
estas facciones confesaron preferir el “cambio” –palabra escencial de la
campaña y el triunfo- ofrecido por Macri ante la perpetuación del modelo
vigente que, reconociéndole logros, evaluaron de autoritario y corrupto. De los
seguidores de los tres grupos restantes salieron los poco más de 3 millones de
votos para Scioli y los 4 millones y medio de Macri en el balotaje. Solo los izquierdistas
habían confesado votar en blanco, de modo que su desquiciado aporte a la democracia
fueron 600 mil boletas menos, entre las blancas y nulas declaradas por la
Dirección Nacional Electoral.
En un momento de descanso intercambié
con los fiscales de Macri. Uno de ellos se había molestado al parecer cuando supo que yo
era cubano - probablemente creyera que un cubano debía fiscalizar las boletas
del Frente para la Victoria y no la de otro partido-, pues: “Usted sabrá que
Stolbizer es la derecha” - gritó. “Sí”, dije calmado. Ignoraba el hombre que mi papel, en
verdad, debió haber sido considerado como observador. Etnógrafo. Después íbamos por un
pasillo el fiscal del Frente para la Victoria, el de Cambiemos y yo. Tuve que preguntarle
si acaso ambos eran de Munro. Que sí, dijeron. ¿Y se conocen de siempre? Que Claro.
¿Y no se pelean por ser contrarios políticos? ¡Cómo nos vamos a pelear si esto
es así! Y sonrieron.
Recordé la escena en cuanto la mujer
había subido a su auto por la 9 de Julio, y el grupo creciente del Obelisco – o
para ser preciso, quienes se encontraban al final del grupo, unas diez personas
de la multitud- musitaba aquello de “¡A laburar!”. En ese preciso momento cientos de
militantes peronistas, especialmente los jóvenes kirchneristas de La Campora seguían esperando en La Plaza de Mayo. Algunos habían
empezado a llorar. Los resultados tomaban una tendencia definitiva a un paso
del cincuenta por ciento de las mesas escrutadas.
Después decidimos abandonar el Obelisco
y terminar la noche siguiendo los acontecimientos por la televisión y la Internet.
En el camino encontramos lo de siempre: comensales en los cafés, pizzerías y
restaurantes de Corriente, autos que salían de los parqueos, librerías abiertas
y grupos de turistas brasileños pasando ante el hombre de treinta años que cada
día pide limosna junto a su niña a las puertas del supermercado Carrefour. Al día
siguiente una quietud dominaba la ciudad desde mi ventana y solo después de
mediodía Buenos Aires parecía recuperar su dinamismo.
El portero de mi edificio se mantiene escéptico
respecto al nuevo gobierno. Votó a Scioli - aunque no es que le gustara tanto-,
y cree que el gobierno de los Kirchner dejó una huella positiva en cuanto a
derechos a los trabajadores – él es un trabajador con educación primaria y
algunos cursos para el aprendizaje de varios oficios-, a
estándar de vida, infraestructura urbana en distintas ciudades del interior,
derechos humanos, ciencia y cultura. Otro del edificio opina parecido. “Macri es un
hijito de papá”, dice. En tanto la productora de medios audiovisuales supone
que con el nuevo gobierno llegaran más oportunidades para todos. Al historiador, ninguno de los dos lo convencen. Un amigo entrañable encuestó
a varios cubanos instalados por acá y en mayoría, de poder votar, habrían optado
por Cambiemos.
Acabo de ver la declaración de Guido
Lorenzino, diputado provincial del Frente para la Victoria y cercano a Scioli
desde hace años en su gobierno. Se presentaba en la televisión y ante la
pregunta respecto a los resultados fue directo y sincero: “La gente no se equivoca, y si
votó así es por algo”. Todavía en la ciudad se escucha algún claxon, pero no
tantos como el domingo en la noche, cuando los sentimientos encontrados
repercutían dentro de las viviendas. Para varios amigos queridos significa el fin del mundo;
para otros, un nuevo paso en democracia. Mientras tanto, el presente es historia
y todos siguen atentos a los rumbos de un gran país que continúa maduro, vigilante,
civilizado e inteligente.
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