La escasa polémica en torno a la
suspensión (censura burda) de la obra El rey se muere, del director Juan Carlos Cremata
(1961), sirve para recordar una discusión planteada en Cuba desde el principio
de la Revolución, cuando la mirada política comenzara a imponerse sobre la vida
social como un lineamiento de fuerza.
El tema data de 1961, cuando la censura
del cortometraje P.M trastocó para siempre las relaciones entre arte y
política, y con ello el entendimiento de lo que debía ser un “producto cultural
correcto” en una sociedad como la que los teóricos pretendían.
El hecho dio pie a una reunión donde
autoridades de la política y los artistas -intelectuales- se vieron las caras
con el fin de analizar lo que los primeros entendieron “problema” y los
segundos “deber”, o sea: la representación de la realidad mediante los más
diversos registros de las artes.
Durante el encuentro sucedido en la
Biblioteca Nacional la autoridad máxima de la Revolución expresó una frase
contundente simplificada en cuatro palabras que todavía funcionan como
sentencia para una obra en cuestión: “dentro”, “todo”; “contra” y “nada”.
Tan estricta ha sido la autoridad de semejantes palabras como ambigua su interpretación. Tomándolas como bandera ocurrieron encendidas polémicas entre facciones de toda índole: la ortodoxia
contra la heterodoxia, la disidencia contra la oficialidad, los nuevos contra
los veteranos, los moderados contra los que no sienten nada qué perder y sueltan criterios a diestras y siniestras.
Algunas discusiones milagrosamente
fueron llevadas a la opinión pública en momentos de excepcional lucidez, pero buena parte de ellas y durante la mayor parte del tiempo se han desplegado a través de
canales paralelos, elitistas, clandestinos y casi a espaldas de la mayoría, tan
absorbidos por el verdadero problema: la existencia.
El “ente” al cual se dirigen todos los
proyectos, el pueblo, suele mantenerse ausente de la discusión en torno a la
conveniencia o no de una obra, atendiendo a su tema, forma o registro, y cuando
"la masa" toma partido es a partir de condicionamientos sutiles y
partiendo de un sentimiento que les obliga a cegarse ante los verdaderos
propósitos del arte.
De este modo algunas figuras y asuntos
parecieran prohibidos a la mirada crítica y subjetiva del artista, aun cuando
formen parte de un universo simbólico que, aunque queriéndolo, no lo pueden
ignorar.
Ni siquiera ha sido razón convincente,
para que las autoridades lleguen a un concilio entre política y arte, la
posibilidad de que la interpretación de una obra puede arrojar al público, al
pueblo, a un verdadero y beneficioso cuestionamiento de la realidad. O quizá
temiéndole a ello es que no acaba de establecerse un acuerdo.
El rey se muere fue escrita por
Eugene Ionesco en 1962 y se inscribe dentro del teatro del absurdo. Cremata
(filmes: Nada, Viva Cuba, El premio flaco…) quiso
adaptarla a la realidad cubana y al parecer tuvo buena acogida en las dos
únicas funciones posibles, antes de que el Consejo de las Artes escénicas la
bajara de cartelera.
Según artículo emitido por uno de los
especialistas de la estructura: “Lo cuestionable está en la ausencia de
matices, en la pérdida de un pulso que pudiera graduar el del choteo, la
parodia como mecanismos propiamente teatrales de desacralización de la
política, del discurso oficial, de los rituales patrióticos. El problema
de la puesta estriba en que la crueldad deja de ser una categoría teatral
con la cual jugar (como en principio propone el texto original de Ionesco)
para convertirse en ejercicio estético suicida, que violenta las
estructuras sociales y culturales en las que está inmersa el
juego escénico…”
Y una vez más ocurre, ahora en las redes
sociales, en las páginas web (publicadas fuera de Cuba), una polémica en torno a la
censura de una obra. Y aquel “Dentro” y “todo”, “contra” y “nada” nos lanzan
siempre a la tan llevada y traída política cultural.
En tiempos en que poco puede ser
silenciado, las estructuras relacionadas con la “gestión” y “control” del arte
deberían reformularse de una vez su existencia si es que de verdad pretenden
salvar la cultura. Su labor sigue siendo beneficiosa a la hora de velar
por el cuidado de manifestaciones poco estimadas por el cruel influjo del
comercio, pero tendrá que cuidarse de pasos torpes que empañan su funcionamiento.
En los medios de
opinión pública no hay por qué tomarla con quien lleva una banderita Norteamérica en su auto, si no
con el que no produce la cubana para que alguien la pueda llevar, e incluso
sobre su cuepo. Sería como pensar que la apertura que se experimenta a partir
de ahora restablecidas las relaciones no traerá para Cuba (como cultura) la
posibilidad de penetrar la potencia ante la cual se mantiene en guardia.
El problema de la política
cultural precisamente parte de su origen. Debería centrarse de una vez por todo
en lo cultural y despojarse, al menos directamente, de la política como camisa de fuerza.
imagen tomada en: http://www.danstontarn.fr/2014/02/20/saint-juery-le-roi-se-meurt-de-ionesco-par-la-troupe-arscene81/
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