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viernes, julio 24, 2015

Lo que acompaña a Gonzalito Rubalcaba



gonzalito rubalcaba en buenos aires, 2015
Comienza con la mano derecha. Un dedo, y solo la mano derecha rozando las teclas de un imponente Steinway & Son. Después mirará al frente, al pentagrama más tarde, alguna vez. Luego la otra mano se suma al juego de martillear el mecanismo para sacar resonancias caprichosas que hemos identificado como música, recuerdos y palabras, objetos, olores, colores, sabores como dijera el poeta.

Tarda un poco en dialogar con el público, y cuando lo hace es para decir que le produce pánico hablar ante tanta gente. El teatro está lleno, y queda en Buenos Aires, cerca de una costa donde no nadan ballenas. Pero la sala se llama así: la ballena azul. Y es inmensa. Y está llena de personas de cualquier edad. Han llegado para verle.

El jazzista se llama Gonzalo, pero todos le dicen Gonzalito. Gonzalito Rubalcaba era casi un niño cuando su manera de interpretar la música sacaba halagos de afamados intérpretes, compatriotas suyos o visitantes colosales como Dizzy Gillespie.Tocaba en casa, en teatros y restaurantes de una ciudad así en la paz como en la guerra.

Al rato dice el pianista que ha tratado de no aburrir al público, a quien sigue ofreciendo temas de su disco Fe (2010). Los alternará con piezas conocidas del repertorio internacional no específicamente jazzístico. Bésame mucho. El mil veces versionado Manisero. También dice que tocar solo es una tragedia, un reto que requiere mucho apresto. Debe el instrumentista dar la impresión de estar acompañado cuando no lo está. O, como dijo Gonzalito, se trata de constatarlo: nadie se encuentra solo, siempre hay algo que lo acompaña a uno.

Anoche le acompañaba la música que produce el martilleo dentro de su piano que a la vez es el martilleo dentro de su cabeza donde confluyen ritmos de infancia y adultez, tropeles cubanos y norteamericanos que a la vez han sido africanos y europeos, humanos.

Hace mucho el pianista se estableció en Estados Unidos. Desde entonces un pie pisa La Habana. El otro, Florida. El pie del pasado y el presente fundidos en un cuerpo musical. Y ahora bastan dos manos. Una. El dedo índice al teclear la música. 

foto: Kaloian Santos Cabrera

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