Lo había escuchado en sitios imposibles
de casar: dentro de un auto norteamericano de 1956, en el sidecar de aquella
bicicleta, camino a la playa en una guagua cargada de veraneantes, a través
de una reproductora de discos compactos durante un invierno desganado, cuando la
fiesta por el fin de curso, en la discoteca poco antes de medianoche, en un bar
que cobraba servicios en divisas o desde un balcón donde puede verse el océano atlántico
mientras La Habana pareciera carcomida como su voz. Había escuchado el disco 19 días y 500 noches de Joaquín Sabina hasta
destartalado en una cama de hospital; pero nunca en el Luna Park.
El Luna, como también le dicen, es una
institución bonaerense cuya fama sobrepasa las fronteras argentinas. Un sitio techado cuya capacidad de mutación
le permite fines diversos, lo mismo acoge peleas de boxeo, partidos de voleibol,
mítines políticos o recitales a los cuales asisten miles de personas. Bajo la
misma cubierta anduvieron indistintamente el púgil Carlos Monzón, el papa Juan
Pablo II y Néstor Kirchner. Además, fue el sitio escogido para los funerales de
Carlos Gardel. Y Joaquín Sabina lo ha comentado al pisar Buenos Aires: Le habría
gustado ser Carlos Gardel. Pero solo fue una estrategia, una manera de agradar a
la prensa y al público, el mismo que la noche del 3 de septiembre terminó
abarrotando el edificio.
En principio serían cuatro
presentaciones en el Luna Park. Lo supimos a inicios de año, cuando a través de
la página CiudadSabina el cantautor español anunciaba que agosto era el mes
escogido para comenzar la gira 500 noches
para una crisis. Había decidido cantar íntegramente lo que con él denomino
su trabajo más intenso, el disco 19 días
y 500 noches, de 1999, álbum magnífico nacido de lo que su autor confesó al
escritor español Juan José Millas fueron los dos meses más fantásticos de su
existencia. En esa etapa no hizo otra cosa que componer canciones enloquecidamente
alimentando el espíritu con whisky y café.
Así parecían ser los planes, pero por la
rapidez con la cual se agotaban las entradas debió duplicar el número de espectáculos,
de manera que las presentaciones en Argentina se extenderán hasta el 28 de
septiembre, cuando parta al norte del país rumbo al teatro Metropolitano,
porque además de los espectáculos del Luna Park, Córdoba y Rosario tendrán los
suyos. Antes había llegado a Santiago de Chile y Lima, donde arrancó este nuevo
periplo que realiza junto a seis músicos excelentes y que tendrá punto final en
Montevideo.
Previo a las nueve, hora en que debía comenzar,
el Luna Park estaba a medio llenar. De a poco iban llegando personas de todas
las edades y así se fueron copando las filas mientras en una pantalla podía
leerse escrita en rojo la palabra Sabina, que es como las marcas de ropa o de
cualquier producto: casi presuponen o conllevan una actitud. Afuera podían
verse grupos de hombres o mujeres que daban fe de lo que digo. Algunos cubrían
sus cabezas con sombrero o bombín al mejor estilo de quien nació en Úbeda pero
se ha hecho famoso cantándole a Madrid y sus noches. Tanto sobre el asfalto
como en las aceras uno encontraba pulóvers -acá llamadas: remeras- de distintos
tipos, estampadas siempre con el rostro del artista o rotuladas con el nombre
de la gira, visible en una pancarta inmensa que puede distinguir uno desde que
baja por Corrientes.
Dentro, pasando por la puerta cinco, una
muchacha vende Muy personal, el nuevo
libro con dibujos del artista editado por Planeta cuyo costo es de 500 pesos
argentinos. Si no alcanzas puedes llevarte en ciento cincuenta una tasa para
chocolate con la cara de quien en la tapa del disco que ahora nos convoca se le
ve con gafas oscuras, un cigarro humeante y alas como de cuervo. Él mismo
refirió el asunto de la vejez, aplicándole una breve variación a la letra de A mis
cuarenta y diez. Antes había hecho saltar de sus asientos a buena parte de los
presentes con temas como el muy clásicos 19 días y 500 noches.
Sabina viste de verde, y al respecto
suelta con humor tocándose el traje: “Es un símbolo del plan de mi vida que
ahora estoy consiguiendo: ser un viejo verde.” Su ironía es tan natural como su
capacidad para inventar buenos versos. Mas, parece convencido de que ahora mismo
nada es como lo era cuando nos regaló el disco, cuando agonizaba el siglo XX
acosado por lo que llamaron el mal del milenio.
Ni la melodía, que lleva nuevos arreglos
-a veces más suaves, a veces menos intensos-, ni él, ni el público. Quien
asiste a un concierto como este no lo disfruta igual que como lo habría
disfrutado quince años atrás. Si entonces la atención estaba puesta
completamente en el cantante y sus músicos, ahora lo está en las pantallas que tienen
delante la mayoría de los aproximadamente ocho mil asistentes. Toda clase de
artefactos electrónicos sirven como mediación. Ya no somos nosotros y el artista.
Ahora está el teléfono móvil, la cámara e incluso la tablet. De hecho, cuando Sabina
se acerca al borde del escenario no lo acosaban cientos de manos dispuestas a
tocarlo, sino decenas de cámaras detrás de la cual sus propietarios – mujeres y
hombres- esperan la mejor fotografía o, mejor, el video más nítido para subirlo
a YouTube.
También juega él con la tecnología. Se trajo
consigo los dibujos del libro y -con la intervención de Vicente Fontecha sobre
ellos- los hace proyectar en una pantalla a sus espaldas. Mientras se esmeraba
con Una canción para la magdalena-
tema que por cierto lleva música de Pablo Milanés- y para el cual, como en casi
todos, recibía la excelente compañía vocal y física de Mara Barros, la pantalla
se apagó. Terminada la canción dijo estar algo “endiablao”, pues justo debían haberse
pasado las fotografías de Juan Gelman,
gran poeta argentino, Premio Cervantes, y amigo suyo al cual recordó más de una
vez en el concierto: “Me habría gustado dedicárselo en vida, pero no pudo ser”.
Después, al fin, aparecieron las fotos
de Gelman y Sabina evocó el futbol: “Los colores de uno hay que apoyarlos
cuando las rachas no son buenas”. Correspondía a una de las más movidas del
disco, una letra llena de guiños a la Argentina, tierra que en más de una
ocasión ha llamado “su casa”. Dieguitos y Mafaldas. Los seguidores del Boca Juniors
saltaban en los pasillos y gritaban desde las gradas mientras podíamos escuchar
aquello de: A la cancha de Boca por Laguna,
va soñando “hoy ganamos el partido”, la jermu que me engaña con la luna…
Porque “uno no canta para los gobiernos,
sino para la gente”, Sabina a mitad de función presentó a Ajinoam Nini, conocida por Noa, intérprete israelí que él conociera
en Tel Aviv junto a Serrat y por cuya amistad lo tenían bastante jodido en las “malditas
redes sociales”. “Es una militante por la paz como toda gente de bien”, apuntó
el anfitrión antes de pasar a la siguiente interpretación que harían a dúo. ¿El
tema?: Tú. Hubo aplausos y el español se fue por una esquina para que su
invitada nos mostrara sus cualidades. Y lo hizo. Noa tiene temperamento y voz. Uri,
por su melodía e interpretación, conmueve. Lo quiso dedicar a “toda las madres israelíes,
palestinas y argentinas que siguen esperando el regreso de sus hijos”. Todos aplaudimos
mucho. Incluso en el siguiente tema otra vez juntos, A la sombra de un león.
Además del espacio concedido a Noa,
Sabina se vale de sus músicos para refrescar un poco la voz y hasta el cuerpo,
aunque a los sesenta y cinco se le ve vital y lucido como siempre. El guitarrista
Jaime Asua versionó El caso de la rubia platino, Mara Barros La Canción de las
noches perdidas y sus fieles compañeros y más que mano derecha, Pancho Varona y
Antonio García de Diego, se encargaron de clásicos como Conductores suicidas o
Si volvieran los dragones. Punto y aparte - aunque aquí sea seguido- para el
baterista Pedro Barceló y el multifacético Josemi Sagaste.
Hubo para todos anoche en el Luna Park. Momentos
de silencio y de mucha emoción, como el que siguió a la interpretación de Con
la frente marchita, dedicada a Guido, el nieto recién identificado
de Estela de Carlotto. Y el público explotaba con los clásicos de siempre, esas
melodías que no se incluyen en 19 días y
500 noches, pero de las que nunca podrá escaparse Sabina porque carga con
ellas como una maldición: Contigo, Princesa, Peor para el sol, Pastillas para
no soñar, la última de las canciones luego de que los aplausos lo sacaran a él
y a su equipo por tercera vez tras haber dado por terminada la noche. ¿Venden pastillas para no soñar? En la
calle, otra vez ajustando los abrigos porque se necesitaban, quienes habíamos
asistido al concierto, eso y más nos preguntábamos.
foto: kaloian santos cabrera
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