La escritora Nivaria Tejera
(1930-2016) murió esta semana a los 86 años en Paris donde vivía desde hace tanto tiempo que
apenas unos pocos le recuerdan. Nació en Cienfuegos, pero la familia se
hubo de trasladar a esa otra isla de nombre Tenerife cuando tenía unos dos años. Tenerife era la tierra
paterna y vivieron en ella hasta que a su padre la vida se le puso difícil con
la llegada de Franco.
De modo que Nivaria Tejera regresó a Cuba
por la Guerra Civil, salió de Cuba por el golpe de estado de Batista, volvió al
Caribe atraída por la Revolución y decidió alejarse definitivamente en 1965. “Demasiado
fusil, demasiada vigilancia individual y colectiva, demasiado uniforme, demasiados
patria o muerte”, diría años después de su último viaje para radicarse en
Paris.
A mediado de los sesenta rechazó su responsabilidad
como agregada cultural en la embajada cubana en Roma remarcando sin quererlo una
característica singular en su escritura, ese “persistente exilio”, exilio por
ella definido como “anomalía” que habría de aparecer continuamente al punto de calificarlo
como un “cierto desquicio impulsivo”, una “denuncia tajante de cuanto me fuera
opresivo”.
En el exilio Tejera escribió poemarios y
novelas entre las que sobresale Sonámbulo
del sol, Premio Biblioteca Breve en 1971. Fue la segunda cubana en merecerlo,
siguiéndole la pista a Cabrera Infante que lo había obtenido en 1964. La investigadora
cubana Madeline Cámara asegura que con el prestigioso Seix Barral ratificaba lo
que había insinuado desde la publicación de su primera obra en prosa, El barranco; o sea: Nivaria Tejera era “una
de las voces más originales y poderosas de la novelística cubana actual”.
Pero fue la poesía lo que le hizo ganar reconocimiento a la
cienfueguera desde el principio. Había sacado amables y estimulantes adjetivos a consagrados y compañeros de
generación desde los años cuarenta. Quizá por este aspecto Loló de la Torriente
prefería denominarla: mujer-poeta. En tanto Luis Marré habría de dedicarle su poemario
Los ojos en el fresco, a ella y a Fayad
Jamis, su primer esposo; también, por cierto, a Virgilio Piñera y a Pedro de
Oraa.
Para 1963, año que ve la luz el libro de
Marré gracias a Ediciones R, Nivaria Tejera había publicado poemas en Orígenes, Ciclón y Lunes de Revolución,
magazín dirigido por Cabrera Infante y Pablo Armando Fernández que en abril del
59 la presentaba a sus lectores como “una de nuestras escritoras jóvenes más
brillantes”. Y entregaba a consideración muestra principal de sus versos.
Uno de los poemas en Lunes
de Revolución habla de Paris, la ciudad donde ahora ha muerto a los 86 Nivaria. El poema
repasa calles abundantes de perros, ausentes de personas; otoño. Comenzaba: “ La calle
está llena de perros/ Perros
que marchan en todas direcciones/
Perros cabizbajos y sangrientos...”
Para la fecha en que se leían estos en Cuba, Samuel Feijóo preparaba desde la Universidad Central de las
Villas la edición cubana de El barranco.
Había sido por su tirada parisina, según Loló de la Torriente, por la cual Flora
Díaz Parrado, la camagüeyana, estuvo tantos días entusiasmada en Francia. Era en verdad “un excelente libro que relata angustias y preocupaciones de una niña de once años”. Y
Advertía Loló: “Las páginas de El barranco
están impregnadas de tal sentimiento triste –nostálgico– que solo puede ser
esencia, extracto, del propio corazón”.
Con El
barranco la mujer-poeta entró en la narrativa con el pie derecho. Y parecía
alimentar su mundo espiritual con iguales dosis de prosa y poesía. Al menos, en
aquella famosa encuesta del magazín sobre los diez libros cubanos más
importantes según los encuestados, mostró sus gustos al alternar entre poetas y narradores eligiendo libros de autores
como Ramón Meza, Villaverde, Martí, Piñera, Carpentier, Carrión,
Vitier, Lezama, Guillén y Marinello.
Entre poesía y prosa trascurrió la vida
de Nivaria Tejera, la poeta “nostálgica” que ahora ha muerto en Paris en el
olvido para tanta gente. Para colmo leo que su hija Rauda Jamís promueve una
campaña para recaudar fondos que hagan posible su funeral. ¡Vaya destino el de
los escritores de todos los tiempos, poetas de todos los universos! Y pienso irremediablemente en aquella
poesía. Las calles de París están llenas de perros, había escrito Nivaria Tejera: perros que salen de mi corazón como saldría una caravana de huesos del
fondo de la tierra.
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