
En 1930 el poeta granadino Federico García Lorca visitó La Habana. Eran los días de Machado y la capital cubana se encontraba en plena ebullición revolucionaria. Los muchachos evitaban los tranvías durante sus marchas, resueltas ante el llamado de Pablo de la Torriente Brau desde Alma Mater: “¡Arriba muchachos, que no podemos retroceder ni avergonzarnos!”. Un poeta observaba la calle desde la ventana del sabio Fernando Ortiz y se decía: “¿Qué hago yo aquí donde no hay nada grande que hacer?”
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