Ayer la noticia de un golpe de estado conmocionó a la opinión internacional. Sucedía en Ecuador, un país latinoamericano que intenta mover su sociedad hacia lo que el presidente Rafael Correa llama “revolución ciudadana”. Pero, por unas horas, el movimiento social estuvo a punto de colapsar por la fuerza, y ni la más extendida noción de democracia les habría podido salvar. De suceder lo que parece haber sido cautelosamente planificado desde algún grupo de derecha, con poder en ese país, el cartelito colgaría otra vez sobre los latinoamericanos: el cartelito de hombres y mujeres que no se acaban de acostumbrar a los gobiernos incluyentes, donde la ciudadanía podría tener participación real y notoria en las leyes que se decidan. La misma maldición de que el atraso y saqueo de siglos pesa sobre nuestras cabezas como una amenaza permanente. Por suerte, los ecuatorianos, y todos los países del área, hicieron lo imposible y se sacudieron. Hay acciones que no se pueden permitir. Golpes, arrestos forzosos de los militares, imposiciones siniestras ¡no! Ya ese tiempo ha pasado. No se puede permitir. Pasó. Que el siglo XXI abra finalmente las puertas del dialogo. Que se toleren los extremos. Los latinoamericanos tontos no están de moda.
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