Giusseppe Liverani era un joven de apenas veintiún años en 1968. Se había dejado crecer la barba otorgándole a su rostro adolescente el aire de rebeldía que identifica a su generación. La mayoría de los compañeros en la Universidad Estatal de Milán lo reconocían como uno de los líderes estudiantiles de la Facultad de Humanidades cuando llegó aquella primavera anunciando fuertes temporales. Había barrunto de revoluciones.
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