La avioneta cruzó la ciudad a media mañana y los niños se alborotaron en la acera para mirarla. Iba despacio y parecía cambiar de velocidad. Dentro de las casa, al rumiar del motor le variaba el tono. Pronto los niños fueron pasando la voz y ya no decían “¡Avionetas!”, “¡Avionetas!”, sino: “Allí está lloviendo hombres, abuela”.
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