Una lombriz de hierro surca las montañas de mayarí. Muere cerca de donde habrá una presa. Entonces, abre su boca, resguardada por un entramado de varillas de acero y pasillos aéreos, para vomitar la tierra recogida sobre el vagón de un tren, otra oruga de hierro que marcha en sentido contrario. Ambas orugas trasladan minerales y supone un esfuerzo inmenso de los hombres que las vieron brotar de la tierra, extenderse por sobre ella.
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