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luisa maría jiménez en gibara |
Luisa María Jiménez es una mujer
sensual. Lo ha sido siempre y ahora lo es más porque el erotismo distingue esas
fotografías suyas descubiertas en el lobby del cine Jibá, en Gibara, durante la
apertura del Festival de Cine Pobre, acontecimiento donde ella es centro. Puede
verse su silueta en el cartel. Su espalda. Mitad mujer. Mitad sirena.
Puede vérsele de cerca, cuando desanda las
calles donde la gente la intercepta solo para hablarle de una de sus actuación
memorables en la televisión. Tan bien lo hizo a mediado de los ochenta que
mucha gente todavía se refiere a ella como la Tojosa, aquella muchachita
esclava en una de las telenovelas más populares que ha tenido la televisión
cubana, Sol de Batey.
Pero, la chica inexperta fue dominando
la interpretación y se le vio crecer en telenovelas no menos populares como El naranjo del patio, en el teatro y el
cine. “Fue la última musa de Humberto Solas”, ha dicho el cineasta Lester
Hamlet a una multitud congregada en el parque de la Villa Blanca, donde los
pobladores confluyeron luego de una marcha iniciada cinco cuadras antes. Ella,
emocionada, dio las gracias al pueblo “amoroso”, “caritativo”, “esplendido”. “¡Tengo
tantos adjetivos para definirlos!”, exclamó.
En diciembre, la actriz vivió una
experiencia que la puso al borde de la muerte. Fueron muchos los que se
preocuparon entonces por su salud en extremo frágil. Amigos cercanos o simples
admiradores se preguntaban qué pasaría con aquella mujer de ojos rasgados y
hablar como susurro. Ahora, la actriz está de vuelta, vital y con otra visión de la
vida, sabiendo que por el tiempo se debe uno desplazar a toda máquina. Y que
conste, no lo desaprovecha ella, que ha
sido mujer, actriz, modelo exitosa.
Luisa María habría de ir descubriendo a
otra Luisa María, la que posó para el fotógrafo catalán Pedro Coll, quien a los cuadros le puso por título “La Actriz”, quizá porque también en esa mujer de
mirada inocente siempre subyace la otra, la que no quiere darlo todo y lo que
da, en parte, pasa por el prisma de la simulación.
Una a una fue descubriendo Luisa María los
retratos, seguida por una coral de curiosos que gritaban, aplaudían, se
emocionaban cada vez que sus manos agarraban un trozo de papel para terminar rasgándolo.
Entonces aparecía al fin aquel cuerpo desnudo de mujer adulta que parece adolescente, tendida sobre
una cama, mirándolo a uno con naturalidad, con picardía, con ganas.
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