Hace tiempo los Premios Nacionales
de Literatura debían ser entregados a escritores más jóvenes, si acaso
mereciera semejante distinción algunos de ellos. No digo a los de veinte o
treinta. Ni siquiera a los de cuarenta, vaya. Y aquí viene mi primera
inquietud: ¿Cuándo se merece un Premio Nacional?
Después de pensarlo un tiempo, me
contestó con más interrogantes: ¿Cuando se tiene un pie en el hospital y otro
en el cementerio?, ¿cuando apenas queda algo que decir?, ¿cuando el intelectual
más que orgullo inspira al jurado lástima por la edad, la salud, lo olvidado
que ha estado, lo vapuleado que fue en una época, etc, etc…?
Cierto es que los Premios
Nacionales de Literatura intentan, como todo lauro de su tipo, rendir tributo a
una vida dedicada a escribir. La idea parece ser la de agradecerles a los
escritores en su último minuto lo que debió habérsele agradecido en su momento
de mayor fecundidad. O, quizás, se le agradece por lo que nunca se debió
agradecer. Para premiar una vida dedicada a la Literatura habría que
preguntarse qué huella se dejó, qué aportes hizo, cuál ha sido su lugar en ese
parnaso cada vez más poblado.
¿Acaso un hombre de cincuenta o
cuarenta años no ha hecho ya su obra de toda una vida? Muchos casos me hacen
pensar que sí la han hecho. Hasta ciertas estadísticas dejan claro que la edad
de mayor productividad entre los actuales premiados ha sido entre los cuarenta
y los cincuenta. Entonces, ¿por qué esperar a los setenta para hacerles merecer
el galardón?
Entre nosotros pasa también un
hecho peculiar. Los paradigmas que se imponen son los de aquella generación hoy
integrante de la tercera edad. Eso es bueno y malo. Me inclino por creerlo malo,
pues la tendencia es a priorizar a una generación que ya lo tiene casi todo
dicho. Sus aportes han sido ya agradecidos. ¡Cuánto bien no haría a nuestras
letras el ejemplo del jurado que distinguió a Carlos Acosta como Premio
Nacional de La Danza
o a René Francisco como Premio Nacional de Artes Plásticas!
Semejante osadía no ha sucedido
en la Literatura
sin embargo. Quizás no se encuentren suficientes buenos escritores entre las
generaciones jóvenes. Quizás. Pero, ahora no puedo menos que pensar en alguien
como Leonardo Padura, por ejemplo. Padura termina este año con más elogios y premios
para su carrera, una carrera que ya hace algún tiempo ejerce influencia en las
nuevas hordas de escritores cubanos. ¿Y el Premio Nacional? ¿A quién le tocará
esta vez? ¿A Nersys Felipe, a Delfín Prats, a María Elena Llana, a Eduardo Heras
León ? Está bien que les llegue el turno. Ojalá le tocara a uno de ellos. Pero,
¿y Padura?
Siento orgullo por algunos de quienes han merecido semejante galardón. Algunos lo recibieron a
tiempo. Otros no. Ya es sabido los que se fueron sin que ganaran un premio
semejante. Quienes entregan del Premio Nacional de Literatura deberán
plantearse nuevas perspectivas. Se deberá evolucionar. Además de servir como un
distingo para un artista podría funcionar el galardón como un pinchazo a la
producción literaria del momento.
¡Que el Premio Nacional más que
objeto de museo o medalla sea arma de batalla es lo que quiero!
Buenas reflexiones: comparto el criterio que se debe pensar con más osadía y menos conservadurismo en la elección de este importante Premio Nacional. A veces pienso que están saldando deudas acumuladas y no es porque sean inmerecidos los otorgados pero mientras tanto no se estimula la fecundidad de un escritor e su debido momento como bien expresas.
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