Había un señor de apellido Sábato en la Argentina. Un día quiso ser físico, y hasta llegó a trabajar en los célebres laboratorios Curíe. Pero, el científico, existencialista de temperamento, prefirió dedicarse a escribir. Buena terapia esa de matar los traumas inventándose historias. El hombre se hizo escritor. Y su apellido se volvió apellido célebre.
Sábato tenía un nombre: Ernesto. Algunos de sus libros le han dado la vuelta al mundo, como aquel que habla de héroes y tumbas, de la historia argentina, de su esencia. Hace tiempo es referencia. Nombre y apellidos, juntos, se repitieron hasta este año como posibles ganadores del Nobel de literatura. Ya mereció el Cervantes. Pero, el Nobel fue un imposible para Ernesto Sábato (1911).
Además de científico y escritor, también fue activista político. Se opuso a la dictadura (aunque cenó con el dictador). Se opuso a los malos gobiernos. Iba a los mítines donde arengaba a la multitud en épocas de crisis. Mas, el tiempo no de para más. Nadie puede extenderlo como si fuera un elástico. Ni matusalén. Por muy físico o escritor que se sea. Sábato murió poco antes de los cien. Y queda una esperanza: al menos su literatura ingirió vitaminas de inmortalidad.
Este texto se debe a un proyecto impulsado por un amigo. pero, como el proyecto (por cuestiones ajenas a la voluntad de mi amigo) nunca fraguó, aquí les dejo con el primero de la serie "El hombre invisible". espero guste.
entre a http://myway.globered.com/index.asp?fecha=9/29/2011%2012:15:34%20AM
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