Lo mejor de Carlos Acosta, además de la precisión con la cual ejecuta los movimientos, es la sencillez que le impregna a la danza. Con él, el baile adquiere la condición de ejercicio cotidiano. Es una manera natural de desplazamiento, acaso porque resume a esa clase de artistas que toman su vocación sin ningún tipo de poses, sin creerse que se es superior a nadie.
El hecho se puede comprobar cuando
baila, pero también cuando se queda quieto en el centro del escenario, duchado
por la luz que deja ver a un mulato de 38 años, cuyo comportamiento podría ser
el mismo que pueda identificarle a pasar por una acera. Quizás un día se le vea
saltando mientras se va a tomar una guagua, o visita a un amigo, o llega a la
sede del Ballet Nacional. Saltando o contorsionando su cuerpo al compás de la música
que decida para la ocasión.
Tanta sencillez parece haber
detrás de este peculiar ejemplo de la escuela cubana del ballet que el espectáculo
con el cual se ha presentado en la ciudad de Holguín lo demuestra. Sucedió hace
unas horas. Sobre las nueve del domingo. El Teatro Eddy Suñol estaba lleno. Se había
llenado para ver al Premio Nacional de la Danza 2011. Se encendieron las luces y quedamos frente a una silla. Luego llegó él. Y todo comenzó como comienza una jornada
de entrenamiento: bolsos, ropas, zapatos, sudor.
Seis coreografías fueron
suficientes para arrancarle largos aplausos al público y para hacer que la Dirección de Cultura le
otorgara la Condición
de Hijo Ilustre. Música en vivo, gracias a la violonchelista Amparo del Riego,
y grabada (Andy Cowton, Murcof, Jacques Brel). Jacques Brel le avivó el
temperamento al bailarín, el genio y la maestría. Les bourgeois, se titula la
obra. Era tan explosiva la unión de danza y melodía que alguien tuvo que gritar:
“Ponla buena otra vez, Carlos Acosta.”
Parecería una frase ordinaria, vulgar,
pero a esas alturas de la presentación qué mejor halago. “Ponerla buena”
significa hacerlo bien, muy bien, tan bien como sea uno capaz de hacerlo. Y Carlos
Acosta acaba de demostrar que no por gusto había conquistado el Premio
Nacional de la Danza. No por gusto. No lo había merecido por haber sido alumno de Ramona de
Sáa, no por haber brillado en Londres y New York, no por provenir de una
familia humilde. O por eso también. Lo cierto es que “la había puesto buena” y
el público lograba comprenderlo.
Se trataba de la última
presentación del bailarín en esta Gira Nacional que le ha permitido llevar su
manera de bailar a varias ciudades. Lo dijo en la televisión: “Lo hago ahora
antes de que no pueda hacerlo.” Otra muestra de humildad: uno no es eterno. Llagará
el fin, algún día. Pero, ahora, en plena forma, Acosta baila. Bailó. Solo y acompañado
de Laura Ríos. Con música grabada y en vivo. Retorcía a veces sus músculos como
si no fuera un hombre, sino un animal. Y la gente trataba de cazarlo con lo que tuviera a su alcance.
"Les bourgeois" es una obra que Acosta lleva ensayando y presentando hace años tanto en Cuba como en el extranjero. Siempre es bueno saber que figuras de su talla pasean por las provincias de Cuba y presentan su trabajo a públicos menos favorecidos en opciones culturales. Esa coreografía en específico tiene, además de su golpe maestro de cotidianidad en el movimiento, como bien señalas, algo más difícil aún: hacer danza del desequilibrio, del tropiezo, de la embriaguez ordinaria; sintaxis corporal manierista, pareciendo que va a caer, como un borracho más, cuando, sorprendentemente, nos asalta con otro giro, en franco desafío contra la gravedad. Hacer danza y arte del ridículo carácter de un personaje es difícil, y él lo logra.
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