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jueves, julio 03, 2014

Verano

la siesta, de antonio gattorno

Aunque en Cuba tengamos un verano eterno, cuando le corresponde el turno a la estación no hace falta ser experto para darse cuenta que ha llegado: la gente instala sus asientos en aceras para apresar así la poca brisa, y los bordes de las vías quedan bloqueados con balances y banquetas y butacas donde suele atrincherarse la familia; y en el centro la abuela, quien ni con una penca logra producir alguna brisa, solo conseguirá un vaho angustioso para animar sus historias. El perro tumbado a su lado la escuchará mientras mira con ojos ansiosos porque dos moscas se disputan los restos de lo que fuera un suculento mango.
En verano los días a veces suelen ser despedidos con aguaceros torrenciales a los que acompañan rayos y centellas de espanto que a los transeúntes ponen la carne de gallina, y corren a sus casas en busca de refugio, de modo que todos los puestos de trabajo, o casi todos, vienen perdiendo el ánimo a la vuelta del mediodía. Porque entre el calor y la amenaza del diluvio que no acaba de ocurrir nadie se atreve a permanecer lejos de los suyos, y solo al integrarse a la muchedumbre de la calle se dará cuenta de que, de tanto hervir, el asfalto enseguida se bebe el líquido para que al amanecer el panorama quede como si no hubiera pasado nada.
Una dama del siglo XVIII dejó escrito que los de aquí espantaban el estío no con vino, sino con jugos de frutas naturales y buenos chapuzones en los ríos de apacibles y cristalinas corrientes. Pero eso fue tres siglos atrás, porque para conseguir hoy la fruta y para llegar hasta el río hay que acalorarse tanto que no vale la pena el supuesto instante de placer posterior. El transporte, el viaje y los recursos para garantizar viaje y estancia diluyen la emoción. Eso, sin contar que para encontrar un río emocionante hay que adentrarse en la manigua como si uno se fuera a instalar en ella. Los ríos han ido degenerando por nuestra culpa, y quizá también por la de nuestros antepasados, que se habituaron a arrojar en sus aguas los restos del piscolabis y quizá algún objeto como una pluma estilográfica.
¿Una pluma estilográfica? Esta sí no me la hubiera imaginado en el lecho de un río, pero sí, que también habrá habido escritor que sin dobles sentidos buscara humedecer las musas, que ya se ha dicho que con tanto calor no se puede pensar correctamente. Por eso hemos tenido más escritores de temperamento que de profundidad filosófica, y cuando ha habido profundidad filosófica se ha conseguido, con contadas excepciones, en un cuarto refrigerado o en geografías primero más amables, viendo desde la ventana cómo se congelaba el mundo e impidiéndolo con una estufa a punto de estallar para que les recordara al verano cubano.
Un breve repaso por la historia de la literatura me hace pensar que buena parte de nuestros libros y novelas principales nacieron lejos del verano, y que de haberlo padecido con tanta intensidad pocos libros se habrían escrito, pues entre las consecuencias de esa hora del día en que el mundo pareciera detenerse dejándonos de frente al fogaje del sol, y el gallo que canta encima de la tapia, y el cerdo que chilla en el patio del vecino, y el comentarista que grita “goool” desde el televisor de arriba, y el rastrero que estremece la cuadra con el claxon de su rastra, y la sirena que instaló aquel que teme le roben cuatro aparatos electrónicos traído de no sé qué misión, no hay cabeza que encadene una buena idea; no una grande, ninguna.
Pero… bueno, esto de saltar para la escritura en tiempos de verano es culpa de la dichosa pluma estilográfica, ¡como si alguien se detuviera en objetos semejantes! Si acaso llegamos al río, y nos ponemos a buscar en sus contornos, será una moneda, o un objeto de valor -una cadena, un arete, un guillo-. Y la simple idea de encontrarla hará estallar nuestra imaginación, volviéndola más viva que la de todos los Premios Nobel del mundo, y retando al verano fantasearemos con castillos, vehículos, trastos de toda clase y hasta con estaciones espaciales donde seguro pasaremos los veranos siguientes.        

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