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jueves, septiembre 04, 2014

Noche sin crisis bajo la Luna Park



Lo había escuchado en sitios imposibles de casar: dentro de un auto norteamericano de 1956, en el sidecar de aquella bicicleta, camino a la playa en una guagua cargada de veraneantes, a través de una reproductora de discos compactos durante un invierno desganado, cuando la fiesta por el fin de curso, en la discoteca poco antes de medianoche, en un bar que cobraba servicios en divisas o desde un balcón donde puede verse el océano atlántico mientras La Habana pareciera carcomida como su voz. Había escuchado el disco 19 días y 500 noches de Joaquín Sabina hasta destartalado en una cama de hospital; pero nunca en el Luna Park.

El Luna, como también le dicen, es una institución bonaerense cuya fama sobrepasa las fronteras argentinas. Un sitio techado cuya capacidad de mutación le permite fines diversos, lo mismo acoge peleas de boxeo, partidos de voleibol, mítines políticos o recitales a los cuales asisten miles de personas. Bajo la misma cubierta anduvieron indistintamente el púgil Carlos Monzón, el papa Juan Pablo II y Néstor Kirchner. Además, fue el sitio escogido para los funerales de Carlos Gardel. Y Joaquín Sabina lo ha comentado al pisar Buenos Aires: Le habría gustado ser Carlos Gardel. Pero solo fue una estrategia, una manera de agradar a la prensa y al público, el mismo que la noche del 3 de septiembre terminó abarrotando el edificio.

En principio serían cuatro presentaciones en el Luna Park. Lo supimos a inicios de año, cuando a través de la página CiudadSabina el cantautor español anunciaba que agosto era el mes escogido para comenzar la gira 500 noches para una crisis. Había decidido cantar íntegramente lo que con él denomino su trabajo más intenso, el disco 19 días y 500 noches, de 1999, álbum magnífico nacido de lo que su autor confesó al escritor español Juan José Millas fueron los dos meses más fantásticos de su existencia. En esa etapa no hizo otra cosa que componer canciones enloquecidamente alimentando el espíritu con whisky y café.

Así parecían ser los planes, pero por la rapidez con la cual se agotaban las entradas debió duplicar el número de espectáculos, de manera que las presentaciones en Argentina se extenderán hasta el 28 de septiembre, cuando parta al norte del país rumbo al teatro Metropolitano, porque además de los espectáculos del Luna Park, Córdoba y Rosario tendrán los suyos. Antes había llegado a Santiago de Chile y Lima, donde arrancó este nuevo periplo que realiza junto a seis músicos excelentes y que tendrá punto final en Montevideo.

Previo a las nueve, hora en que debía comenzar, el Luna Park estaba a medio llenar. De a poco iban llegando personas de todas las edades y así se fueron copando las filas mientras en una pantalla podía leerse escrita en rojo la palabra Sabina, que es como las marcas de ropa o de cualquier producto: casi presuponen o conllevan una actitud. Afuera podían verse grupos de hombres o mujeres que daban fe de lo que digo. Algunos cubrían sus cabezas con sombrero o bombín al mejor estilo de quien nació en Úbeda pero se ha hecho famoso cantándole a Madrid y sus noches. Tanto sobre el asfalto como en las aceras uno encontraba pulóvers -acá llamadas: remeras- de distintos tipos, estampadas siempre con el rostro del artista o rotuladas con el nombre de la gira, visible en una pancarta inmensa que puede distinguir uno desde que baja por Corrientes.

Dentro, pasando por la puerta cinco, una muchacha vende Muy personal, el nuevo libro con dibujos del artista editado por Planeta cuyo costo es de 500 pesos argentinos. Si no alcanzas puedes llevarte en ciento cincuenta una tasa para chocolate con la cara de quien en la tapa del disco que ahora nos convoca se le ve con gafas oscuras, un cigarro humeante y alas como de cuervo. Él mismo refirió el asunto de la vejez, aplicándole una breve variación a la letra de A mis cuarenta y diez. Antes había hecho saltar de sus asientos a buena parte de los presentes con temas como el muy clásicos 19 días y 500 noches.

Sabina viste de verde, y al respecto suelta con humor tocándose el traje: “Es un símbolo del plan de mi vida que ahora estoy consiguiendo: ser un viejo verde.” Su ironía es tan natural como su capacidad para inventar buenos versos. Mas, parece convencido de que ahora mismo nada es como lo era cuando nos regaló el disco, cuando agonizaba el siglo XX acosado por lo que llamaron el mal del milenio.

Ni la melodía, que lleva nuevos arreglos -a veces más suaves, a veces menos intensos-, ni él, ni el público. Quien asiste a un concierto como este no lo disfruta igual que como lo habría disfrutado quince años atrás. Si entonces la atención estaba puesta completamente en el cantante y sus músicos, ahora lo está en las pantallas que tienen delante la mayoría de los aproximadamente ocho mil asistentes. Toda clase de artefactos electrónicos sirven como mediación. Ya no somos nosotros y el artista. Ahora está el teléfono móvil, la cámara e incluso la tablet. De hecho, cuando Sabina se acerca al borde del escenario no lo acosaban cientos de manos dispuestas a tocarlo, sino decenas de cámaras detrás de la cual sus propietarios – mujeres y hombres- esperan la mejor fotografía o, mejor, el video más nítido para subirlo a YouTube.

También juega él con la tecnología. Se trajo consigo los dibujos del libro y -con la intervención de Vicente Fontecha sobre ellos- los hace proyectar en una pantalla a sus espaldas. Mientras se esmeraba con Una canción para la magdalena- tema que por cierto lleva música de Pablo Milanés- y para el cual, como en casi todos, recibía la excelente compañía vocal y física de Mara Barros, la pantalla se apagó. Terminada la canción dijo estar algo “endiablao”, pues justo debían haberse  pasado las fotografías de Juan Gelman, gran poeta argentino, Premio Cervantes, y amigo suyo al cual recordó más de una vez en el concierto: “Me habría gustado dedicárselo en vida, pero no pudo ser”.

Después, al fin, aparecieron las fotos de Gelman y Sabina evocó el futbol: “Los colores de uno hay que apoyarlos cuando las rachas no son buenas”. Correspondía a una de las más movidas del disco, una letra llena de guiños a la Argentina, tierra que en más de una ocasión ha llamado “su casa”. Dieguitos y Mafaldas. Los seguidores del Boca Juniors saltaban en los pasillos y gritaban desde las gradas mientras podíamos escuchar aquello de: A la cancha de Boca por Laguna, va soñando “hoy ganamos el partido”, la jermu que me engaña con la luna…

Porque “uno no canta para los gobiernos, sino para la gente”, Sabina a mitad de  función presentó a Ajinoam Nini, conocida por Noa, intérprete israelí que él conociera en Tel Aviv junto a Serrat y por cuya amistad lo tenían bastante jodido en las “malditas redes sociales”. “Es una militante por la paz como toda gente de bien”, apuntó el anfitrión antes de pasar a la siguiente interpretación que harían a dúo. ¿El tema?: Tú. Hubo aplausos y el español se fue por una esquina para que su invitada nos mostrara sus cualidades. Y lo hizo. Noa tiene temperamento y voz. Uri, por su melodía e interpretación, conmueve. Lo quiso dedicar a “toda las madres israelíes, palestinas y argentinas que siguen esperando el regreso de sus hijos”. Todos aplaudimos mucho. Incluso en el siguiente tema otra vez juntos, A la sombra de un león.

Además del espacio concedido a Noa, Sabina se vale de sus músicos para refrescar un poco la voz y hasta el cuerpo, aunque a los sesenta y cinco se le ve vital y lucido como siempre. El guitarrista Jaime Asua versionó El caso de la rubia platino, Mara Barros La Canción de las noches perdidas y sus fieles compañeros y más que mano derecha, Pancho Varona y Antonio García de Diego, se encargaron de clásicos como Conductores suicidas o Si volvieran los dragones. Punto y aparte - aunque aquí sea seguido- para el baterista Pedro Barceló y el multifacético Josemi Sagaste.

Hubo para todos anoche en el Luna Park. Momentos de silencio y de mucha emoción, como el que siguió a la interpretación de Con la frente marchita, dedicada a Guido, el nieto recién identificado de Estela de Carlotto. Y el público explotaba con los clásicos de siempre, esas melodías que no se incluyen en 19 días y 500 noches, pero de las que nunca podrá escaparse Sabina porque carga con ellas como una maldición: Contigo, Princesa, Peor para el sol, Pastillas para no soñar, la última de las canciones luego de que los aplausos lo sacaran a él y a su equipo por tercera vez tras haber dado por terminada la noche. ¿Venden pastillas para no soñar? En la calle, otra vez ajustando los abrigos porque se necesitaban, quienes habíamos asistido al concierto, eso y más nos preguntábamos.


foto: kaloian santos cabrera

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