![]() |
foto: kaloian santos cabrera |
El caso del santiaguero se
demuestra que entre los declamadores había talentos verdaderamente
trascendentes, que no era asunto solo de agarrar un texto y recitarlo
con un tono impostado para sacarle el llanto a las abuelas y a las
señoritas románticas; interpretar una poesía podía ser más,
debía ser más, era tomar el poema y hacerlo tan propio que uno
podía dudar si en verdad pertenecía al declamador o al
poeta que lo había creado.
Así más o menos me pasó
con La Rumba, de José Zacarías Tallet, texto que Carbonell declamó
tan bien, le puso tanta música, que hasta el autor debió
sorprenderse y felicitarlo y entonces La Rumba pasó a ser una
invención de los dos, de Tallet porque la había escrito, y de
Carbonell porque al leerla en lugar de escucharse uno leyendo,
escuchaba la voz del santiaguero, con su acento, su dejo, su finura.
Creo que junto a Luis
Carbonell, que siguió con noventa años a su amiga amada Ester
Borja de cien, y creo que fue su partida lo cual lo motivó a retirarse de este mundo de una vez, muere algo de una época ya extinta. Y no solo lo digo aludiendo a los
declamadores, que hacía rato estaban muertos, si no por lo que
simbolizaba él, por lo que defendía aún, por eso a lo que en su
casa, solo y quieto en la plenitud de sus recuerdos, parecía
aferrarse a toda costa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario