El mundo recordó al arquitecto Antonio Gaudí esta semana, a 161 años de su nacimiento,
sucedido el 25 de junio de 1852. El buscador más popular de la Internet,
Google, hizo del cabezal que le identifica una alegoría al estilo, técnica y
estética que terminó convirtiéndolo en maestro del modernismo catalán, inscrito
en la corriente modernista que en nuestros predios se le conoce como art
nouveau.
La principal característica del art
nouveau, desarrollado a finales del XIX y principios del XX, es la
flexibilización de las formas, la recurrencia de símbolos y temas reelaborados
por artistas que intentaban romper con el pasado academicista, así como
aspiraban quebrar el influjo de la era industrial. Para reconocer sus rasgos basta ver una portada de la revista Social,
ilustrada por nuestro coterráneo Conrado Massaguer, cuya estética, a propósito,
se conecta con la obra del ilustrador español Javier Gosé o el belga
Henri Privat-Livemont. Con el florecimiento modernista, utensilios, prendas y
dibujos se tornan movedizos. Los edificios adquieren un nuevo orden y
distribución.
En Gaudí la arquitectura imita a la
naturaleza, de modo que todo recuerda al mundo primigenio: bóvedas como cavernas,
columnas y torres que ascienden al infinito como plantas trepadoras. La secuela
de la apresurada imaginación del maestro fallecido también en junio (10, de
1926) subsiste en La Basílica de La Sagrada Familia. Fue su proyecto más
ambicioso, al punto de que hoy permanece inacabado, aunque sea el sitio número
doce de los sitios preferidos para el turismo mundial.
Quizá su mundo creativo se haya
desarrollado en la infancia, mucho antes de matricular en la Escuela
de Llotja, donde al graduarse, su director, el arquitecto catalán Elies Rogent expresó
que entregaban el título a un loco o a un genio. ¿Qué era él? Era
meticulosamente higiénico (podía subsistir con una mínima alimentación, al
punto de poner en riesgo su salud). Era un caminador incansable. Y, sobre todo,
era un hombre capaz de interpretar el mundo de una manera diferente para
hacernos entender que la variación de la forma es también resultado de la
variación de la mente.
A Cuba el art nouveau llegó en
pequeñas porciones y estaba estrictamente ligado a la burguesía. Se encuentran
evidencias en La Habana, donde varias edificaciones lo reprodujeron en los años
treinta. Y aún en el 2009, en el reparto
Kholy se inauguró un parque que vuelve sobre dicha corriente, aunque parece inspirado
directamente en Gaudí. Fue diseñado por el artista Eduardo Guerra y parte del
trencadís, una especie de mosaico creado por Gaudí y puesto en práctica por su
colaborador Josep Maria Jujol. En la apertura de aquel parque estuvo Alejandro
Vargas y su Oriental Quartet, un artista holguinero que, de alguna manera, nos
hizo partícipes del suceso.
Pero ni Gaudí ni el art nouveau son visibles en esta región de Cuba, donde
las edificaciones se val alzando lentamente, según posibilidades, y en materia
de orientación estética prima el gusto sin educación. Se trata de un fenómeno
que golpea toda Cuba y al cual ya se refirió una vez el arquitecto Mario Coyula,
Premio Nacional de Arquitectura: Se está imponiendo el gusto de quien tiene
dinero, pero carece de cultura, de conocimiento estético en materia de
arquitectura. No podríamos llamarle ecléctico a este modo de levantar ciudades,
sino chapucero, determinado por la urgencia, la crisis y la carencia de nuevas
zonas donde crecer.
Además del
teatro Suñol y el ITH, ejemplos de otra corriente conocida como Art decó,
nuestro entorno carece de edificaciones monumentales y hermosas, dignas de ser
veneradas con el tiempo. Prima aquella primera arquitectura electica y
colonial, y entre lo moderno (sean construcciones estatales o particulares)
persiste la monotonía. Recuerdo al arquitecto Luis Felipe Columbié comentando a
la revista Diéresis que “la arquitectura es arte ligado a lo económico” y
que “si limitas el dinero estás limitando las soluciones estéticas”.
Holguín, con su inopia arquitectónica,
resultado de su pobre desarrollo económico y probablemente debido a la
estructura mental de quienes lo habitamos, no concretó majestuosos estilos, ni
tampoco aquel esplendorosamente desarrollado por el catalán Antoni Gaudí, donde
apenas existe algo recto o hierático, sino todo lo contrario, lo he dicho antes:
la figura es voluble, dinámica y suave. Salvo excepciones del pasado, y uno que
otro ejemplo del presente (como una comunidad cercana a la playa Guardalavaca)
carecemos de nuevos inmuebles pensados para seducir. Seguimos carentes de
grandes proyectos, esos que demuestren que el hombre es además de un animal de
costumbre uno con imaginación.
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