Fue
mirando a Los Papines. Fue escuchando a Los Papines que me puse a
pensar que la rumba es un baile melancólico. No lo habría
creído antes. Por eso de que suena un cuero y otro y otro más
rítmicamente cuando la mano del negro lo golpea o lo acaricia o lo
roza. Era cosa de alegría. Eso creí antes de escuchar la voz de los
cantantes, la mano pegándole al cuero de un chivo que nunca fue bueno. Y
ahhhhhhhhhhh. La voz de los cantantes por encima de los tambores me
suena a lamento porque es lamento. No había historia Ni palabra.
Solo monosílabo: la, lalala, la. Lamento ancestral heredado de los ancestros.
Al menos tiene ese aire, el aire de los negros bajo el látigo, camino al
cañaveral, debajo del sol tirano, andando. Todo era adverso menos la música.
Y solo quedaba el lamento. La, lalala, la. El tambor daba
ánimos. Y el músico golpea el cuero del chivo que nunca fue bueno. Se torna virtuoso como los instrumentistas del jazz, pero no se conforma y
salta y se contorsiona con brío y es fiesta y sexo y
rebeldía y… la, lalala, la. Que hable el tambor en la rumba, pero
sí hay letra que venga de una vez. Porque cuando solo es el
monosílabo, un mismo monosílabo, la rumba se vuelve triste.
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