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lunes, abril 25, 2011

Muerte de Gonzalo Rojas: ¿Para qué las palabras?

Ahora que ha pasado a mejor vida, como dice la gente cuando alguien se muere, he de escribir unas palabras sobre Gonzalo Rojas. No las escribí antes por falta de tiempo, y porque no había existido el pretexto adecuado para sentarme a escribir. En este minuto, la razón visible, es sumarme al homenaje póstumo (¡a quién le sirve eso!) que rinde el mundo al gran poeta chileno de quien, estoy seguro, era uno de los más grandes de la lengua hispana. Entre los vivos era un verdadero genio. Y ya no tiene nada que envidiar: se nos ha vuelto inmortal. 


Albergado en la poesía, jugaba con las palabras y se le veía salir despavorido si al doblar la esquina lo sorprendía un lugar común. Lo suyo consistía en eso: en provocar y jugar y hacerlo de una manera distinta. Quien sabe si tanto juego y provocación no era más que un homenaje constante al tiempo que viviera cuando aún era un niño cuyo único contacto con las letras consistía en la lectura colectiva para su colegio. Dice que por allí comenzó todo. Porque Gonzalo Rojas era medio tartamudo y leer en público puede ser un castigo al que un tartamudo debía por cobardía burlar. Sus lecturas se hicieron originales. Trocaba las palabras que le causaban farfullar ante sus compañeros y en esa especie de acto defensivo se fue creando, sin saberlo, el germen de la obra poética catalogada de “inconclusa”. El resumen de sus textos, lo que se denomina “obra” era ya tan importante a inicios del siglo XXI que, en 2003, recibió el Premio Cervantes.

Pero el XXI (“Poca confianza en el XXI, en todo caso algo pasará…”) le reservaba sus sorpresas. Sobre todo, le reservaba el Cervantes. Haber pospuesto este premio a Gonzalo Rojas fue algo que, aunque casual, pudiera entenderse como una especie de signo indescifrable. Leyéndolo, advierte uno que tanta osadía verbal no pertenece a un siglo viejo ya al oído, como lo es el XX, sino que pareciera edificada en plena era de redes sociales, donde se concatenan los idiomas y se funden las palabras de una manera insaciable. Algún día llegará ese nuevo idioma. Y promoverá una manera indomable de comunicarse. Y pensaremos entonces que, allí, en ese punto de la historia, cada palabra con la cual ha sido calzada la poesía del chileno habrá llegado a su por qué. ¿Para qué las palabras?, se preguntaba un día.

También diplomático y profesor, Gonzalo Rojas supo corresponder a un aliento que en el pasado promovieron coetáneos suyos como Pablo Neruda y Vicente Huidobro. Los dos muertos. A los dos sobreviviente. Y anciano (al morir tenía 94 años), leyendo sus poemas, daba la impresión de ser un hombre desfachatado. No había otra manera, al menos eso pensé luego de su estancia en La Habana, de interpretar la actitud de alguien que lee poemas sobre sexo de la manera en que lo hizo él. Habrá quien que se sonroje aún cuando lo que escuche, que para eso queda video y audio de su voz. Habrá quien quiera corregir el poema. Esta lectura no es para puritanos.

A veces los poemas de Gonzalo Rojas vienen con letras de juguetería. Las vemos moverse, salir despavoridas, como si uno fuera miope y se le hubiesen extraviado los espejuelos. Como si de la lectura huyeran todas a la vez. He ahí la huella de un maestro: producir palabras danzantes, en movimiento, movedizas como la arena de los sueños. ¿Con qué objetivo? Quién lo puede saber. Ya lo advirtió una vez ese chileno que hoy tenía marcada su muerte. Habría sido mejor escoger otro oficio porque, si “uno escribe en el viento: ¿para qué las palabras?” 

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