Un día me encontré a
Cesar Portillo de la Luz. No cantaba sus inolvidables canciones. No
cantaba, sino que hablaba. Hablaba y hablaba. Pero no hablaba con
nadie. Hablaba solo en una esquina, mirando anaqueles y libros,
títulos y nombres de autores. Lo miré de refilón, pero no me
dirigí al maestro. Fui todo oreja. Y como buena oreja, me le acerqué
sigilosamente.
César, el grande del
feeling y amigo de José Antonio, hablaba del mundo cultural, a su juicio podrido por el amiguismo. Por ejemplo, en la industria
editorial, solo se publicaban entre amigos, y mientras la cosa siga
así..., se quejaba: 1Y el pueblo! Yo, la verdad, lo miré con
feeling, pensando hasta qué
punto tenía la razón, pero pensando hasta qué punto el pueblo
estaba interesado en la industria editorial. Ojalá lo estuviera, en
masa, como dicen que es el pueblo.
“Ya me que quejado
hasta con el ministro. Ya me he quejado”, mugía el cantautor que
ahora ha muerto de noventa años, en La Habana.
César vestía de blanco
y estaba delante de un fila de libros cuando nos encontramos. Ambos
eramos los únicos usuarios del Hurón Azul, que creo así se llama
la librería de la Uneac, donde todo parece llamarse Hurón Azul (O
soy yo quien se equivoca al decirlo?)
Fue aquel mi unico
encuentro con Portillo de la Luz, a quien tantas veces había
escuchado. También sus letras las descubrí en la garganta de los
más diversos intérpretes, desde Luis Miguel hasta Pablo Milanés,
desde Cristina Aguilera hasta Elena Burke. Todos le cantaban y él
cantaba, pero nadie imitaba su estilo, porque era más autor que
cantante. Pero, cuando cantaba su música lo hacía de forma
inigualable. Lo hizo en bares y clubes. En la televisión.
A veces fungió como
promotor de los jóvenes. A veces los miraba con sospecha, pues
dudaba de su talento como toda persona que empieza a envejecer y supone
que alguien quiere invadirle su espacio. Pero es que el suyo es
imposible de invadir. Es único, y quedó clausurado, como le sucede
a todos los grandes.
César Portillo de la Luz
era grande. Lo recuerdo aquella tarde en la librería de la Uneac. De
blanco y Hablando. Siempre hablando.
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