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sábado, mayo 04, 2013

César Portillo de la Luz, en la distancia


Un día me encontré a Cesar Portillo de la Luz. No cantaba sus inolvidables canciones. No cantaba, sino que hablaba. Hablaba y hablaba. Pero no hablaba con nadie. Hablaba solo en una esquina, mirando anaqueles y libros, títulos y nombres de autores. Lo miré de refilón, pero no me dirigí al maestro. Fui todo oreja. Y como buena oreja, me le acerqué sigilosamente. 

César, el grande del feeling y amigo de José Antonio, hablaba del mundo cultural, a su juicio podrido por el amiguismo. Por ejemplo, en la industria editorial, solo se publicaban entre amigos, y mientras la cosa siga así..., se quejaba: 1Y el pueblo! Yo, la verdad, lo miré con feeling, pensando hasta qué punto tenía la razón, pero pensando hasta qué punto el pueblo estaba interesado en la industria editorial. Ojalá lo estuviera, en masa, como dicen que es el pueblo. 
 
“Ya me que quejado hasta con el ministro. Ya me he quejado”, mugía el cantautor que ahora ha muerto de noventa años, en La Habana. 

César vestía de blanco y estaba delante de un fila de libros cuando nos encontramos. Ambos eramos los únicos usuarios del Hurón Azul, que creo así se llama la librería de la Uneac, donde todo parece llamarse Hurón Azul (O soy yo quien se equivoca al decirlo?)

Fue aquel mi unico encuentro con Portillo de la Luz, a quien tantas veces había escuchado. También sus letras las descubrí en la garganta de los más diversos intérpretes, desde Luis Miguel hasta Pablo Milanés, desde Cristina Aguilera hasta Elena Burke. Todos le cantaban y él cantaba, pero nadie imitaba su estilo, porque era más autor que cantante. Pero, cuando cantaba su música lo hacía de forma inigualable. Lo hizo en bares y clubes. En la televisión.

A veces fungió como promotor de los jóvenes. A veces los miraba con sospecha, pues dudaba de su talento como toda persona que empieza a envejecer y supone que alguien quiere invadirle su espacio. Pero es que el suyo es imposible de invadir. Es único, y quedó clausurado, como le sucede a todos los grandes. 

César Portillo de la Luz era grande. Lo recuerdo aquella tarde en la librería de la Uneac. De blanco y Hablando. Siempre hablando.

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