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sábado, marzo 09, 2013

Calvert Casey: llegó la era de resucitar


Para Lisandro Otero Calvert Casey contaba con la nobleza de un caballero y lo describía como un tipo “irresoluto y apocado”. Lo conoció en la época de Lunes de Revolución, el magazín dirigido por Guillermo Cabrera Infante, quien aseguraba de Casey que, a pesar del nombre y de haber nacido en Baltimore, era no solamente cubano, sino también un habanero auténtico que empleaba una sutileza y precisión exquisita para ocultar su prosa homosexual. 

Cabrera Infante destinó a Casey un cumplido que, aunque justo, me parece exagerado, dijo que de no ser por sus ensayos, Lunes no hubiera valido la pena. Virgilio Piñera, al saber que Calvert Casey era un joven escritor cubano, llegó a exclamar en cartas: ¡Con ese nombre! Lezama Lima lo creía “extremadamente fino”, mientras que el italiano Italo Calvino, luego de examinar un poco su escritura, llegó a catalogarle dentro de esa clase de escritores para quienes “la literatura es una sutil exploración del límite entre la vida y la muerte”. 

El ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, quien conoció a Casey en persona cuando este trabajaba como traductor de la ONU en Ginebra, dio cuenta de su trato “afable, aunque superficial” y dejó escrito un breve perfil del cubano: “Creía en fantasmas, en espíritus y exorcismos, le atraían por igual la santería cubana y el hinduismo y sufría de dolencias secretas”.

Adoum heredó el estudio de Casey cuando este viajó a Roma, ciudad donde escribiría la novela Gianni, Gianni y donde un 16 de mayo de 1979 terminó suicidándose para abandonar así el mundo al cual había llegado 56 años antes. De Gianni Gianni es Piazza Margana, texto que Jamila Medina Ríos (Holguín, 1981) ofrece al final de este libro en su versión original y de cuyo análisis parte el interés para lo que sería primero una tesis de grado hasta llegar a convertirse en lo que vemos hoy, un texto de 360 páginas, editado por Letras Cubanas el pasado año.

Al examen de la “tan llevada y traída” Piazza Marga, al decir de Jamila, se dedican algunas páginas en Diseminaciones de Calvert Casey un texto dividido en ocho secciones o capítulos donde se repasa el desarrollo literario del autor. La autora rastrea en su discurso, y en él descubre aspectos estilísticos, simbólicos, poéticos en su afán por comprender, y ayudarnos a que lo hagamos con ella, quién fue este extraño habanero de nombre inexplicable y qué cosa subyace en su escritura para que a tantos años de su muerte siga despertando el interés de lectores y académicos.  

Con Diseminaciones…  el Carpentier ratifica su interés en los estudios monográficos, fundamentalmente aquellos destinados a personalidades que padecieron el desdén y malquerencia de ciertos círculos en el pasado. Quizá  por este propósito, pese a las diferencias formales y conceptuales, podamos relacionarlo con Mañach o la República, de Duanel Díaz Infante, o con otros más recientes, como el que le antecedió al de Casey dedicado a Piñera, escrito por el investigador David Leyva. 

Al interesarse en esta generación de escritores que se hicieron adultos con la llegada de la Revolución, Jamila se inscribe además dentro del grupo de jóvenes que, cada cual por su lado, hacemos/hacen/harán arqueología revolucionaria. ¿Objetivos? Revelar personas, momentos y coyunturas esenciales en la cultura cubana y de las que apenas se sabe lo suficiente debido fundamentalmente a manipulaciones, extremismos y diferencias ideológicas. Ella misma apunta una idea que evidencia la esencia de los nuevos arqueólogos, porque arqueólogos siempre habrá: “En general- dice- los análisis históricos- críticos existentes en Cuba sobre la literatura de los sesenta son poco numerosos y obvian o no atienden detalladamente algunos géneros y figuras”. 

Ese vacío o maltrato interpretativo lo ha sufrido Casey, de quien sabemos muy poco, o nada, pese a sus 7 libros publicados. Así, lo que aparece, al decir de Jamila, está, “contaminado a ratos por la ambigüedad o sesgado por alguna laguna.” Evitándolas, se ha escrito este texto que pasa por el ensayo y la poesía, por el ensayo y el periodismo, porque en los anexos, además de la útil cronología y los textos escritos en inglés, se incluye una esclarecedora entrevista al escritor Antón Arrufat, amigo de Casey.

Calvert Casey fue definitivamente un hombre extraño, y de muerto no lo ha sido menos. No lo digo por el interés que ahora despierta, al punto volverse centro para una holguinera radicada en La Habana, quien hace una tesis que se convierte en libro, donde hay de poesía y ensayo a la vez. Lo digo porque el propio Jorge Enrique Adoum relata una anécdota fabulosa en su libro De cerca y de memoria.
 
Escribe Adoum que, luego de la muerte de Casey en Roma llegó a sentirlo desandar la habitación que de él había heredado en Ginebra. Escuchaba su voz, sus pasos, su respiración, sus golpes sobre los objetos y se volvíeron estos tan insistentes que él, quien jamás había visto ni  creído en aparecidos, tuvo que mudarse para siempre.

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