La primera vez que supe de Martí tuve
que meterme en su pellejo. Yo estaba en preescolar y me escogieron para
representarlo en un desfile de pioneros. Tenía una cabeza martiana y la nariz no crecería hasta la adolescencia.
Recuerdo que aquel honor fue uno de mis
primeros problemas. O mejor, lo fue para mi madre, quien casi se vuelve loca
buscando un chaleco y un traje como los de Martí. Yo no tenía ningún traje.
Nunca he tenido trajes como los suyos, pese a que era un hombre de humilde
vestir.
Por suerte un amigo de entonces tenía
dos. Y como él también desfilaría representando a otro padre de la patria no
hubo problemas y su madre le tendió la mano a la mía. Nos fuimos para el
estadio. Carlos Manuel de Céspedes y Martí. Lo recuerdo como si fuese ahora..
Me habían pintado un gran bigote y me
habían acomodado el pelo como el apóstol. Mi abuelo hasta me fabricó un machete
de madera y meneándolo en el aire vi a la gente mirarme de una forma extraña.
Ahora no puedo explicar las sensaciones
que me dejó ese momento. No lo tengo claro. Había visto a Martí demasiadas
veces: en el busto de la entrada, en la foto del periódico, en la televisión.
Martí, Martí, Martí. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué tantas veces repetido?
Eso sucedió hace mucho tiempo. Y tal vez
solo yo lo recuerde. Quizá sea un evocación que no tengo modo de probar. Y otra
vez me surge la duda. ¿Habré sido un buen Martí a los cinco años? ¿Cómo puede
saberse?
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