Un libro donde los personajes
persiguen algo que desean más que nada en el mundo. Recuerdo mi lectura de Las Palmeras salvajes,
la novela de William Faulkner publicada en 1939, su novela número once. A Faulker
había llegado por García Márquez, quien le llamó maestro al momento de recoger
su Nobel. Después, en la asignatura de Literatura Universal, impartida por un coetáneo
de la Facultad de Artes y Letras de La Habana, recientemente asesinado en
México, incrementé la lectura del norteamericano gracias a un seminario que me
llevó a Mientras Agonizo. Muchos son los libros que he leído y comprado
de él, pero ninguno me deja tan buenos recuerdos como aquel cuya primera acción
comienza con un aldabonazo. Un golpe sobre la puerta. Una llamada. Una
advertencia. Su lectura constituyó otro acercamiento a la literatura, a las
formas de narrar y mirar la narración. Símbolo subrayado por el hecho de
enlazarse con García Márquez, a quien, la edad, le hacen perder la memoria en
estos tiempos. Nadie, sin embargo, olvida a Faulkner 50 años después de su
muerte. Ni siquiera cuando las palmeras de hoy sigan siendo tan salvajes como lo
fueran en el mundo a finales de los años treinta. Un diario gritaba: La Segunda
Gran Guerra comenzó. Y en su vieja casona el escritor inventaba historias como si estuviera condenado.
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