Los estudiantes de cuarto año de
Periodismo y yo, que soy su profesor lo mejor que puedo, hicimos un experimento
el otro día. En el aula, en versión radial (versión radial porque la aspiración
era imaginar la obra mediante el juego de la voz), presentamos Electa Garrigó de Virgilio Piñera.
No lo hicimos porque se esté
celebrando el centenario del autor natural en Cárdenas (o quizá lo hayamos
hecho por eso), sino porque acabábamos de repasar los años previos al 59 en la
asignatura de Procesos Culturales Cubanos.
Realizar ese tipo de ejercicios siempre
resulta agradable. Los alumnos puede que se lo tomen mitad en broma mitad en
serio; pero, seguro que les quedará el
recuerdo de lo hecho. Probablemente sea la mejor manera para que adolescentes, casi
a punto de dejar de serlo, se acerquen a los clásicos nacionales, a la cultura
de un modo menos convencional.
Porque de convenciones están
hechos no solo los estudiantes universitarios. He comprobado la tendencia (que también
debió estar de alguna manera en mí) de repetir lo que encontramos en los libros
sin hacer el menor esfuerzo por comprender el origen a cuanto se dice.
Muchos ni siquiera conocen el
nombre del verdadero responsable de la ristra de adjetivos y términos (desconocidos
en la mayoría de los casos) de los cuales se valen durante un seminario. Además
de traicionar a Varela (al padre Varela, no a Carlos Varela, que habrá quien
los confunda todavía), con repetir y repetir lo único que logramos es ir
estrangulando nuestra capacidad mental de una manera espantosa.
Conozco casos de personas con la
capacidad mental estrangulada. Vienen siendo como Frankestein del intelecto. Son
cerebros armados con los trozos que los cuerpos fueron hallando mientras marchaban a
la decrepitud de la vejez.
Y, aunque hay ancianos
venerables, lúcidos de mente como jovenzuelos, estos esperpentos que vemos
aparecer todos los días no darán para mucho, porque crecieron de citas, sacadas de filósofos
contrarios, ideólogos enemistados, poetas del fascismo y el socialismo, como si
un solo grito hubiese salido de su pecho (¿de quién era su pecho?): ¡Tendencias
de todos los países uníos en mi cabeza! ¿Y qué resulta de esa cabeza? ¿Qué hay
allí?, ¿Qué signo, qué mensaje, qué advertencia, como escribiera Carpentier en
su descripción de aquel caracol?
Se lo he aconsejado a mis
estudiantes, que más me parecen compañeros de edad menor a la mía, y hasta me
hacen sentir envidia por los algo más de treinta que tengo. Les aconsejo que no basta con repetir lo que se
escribe en un libro, o lo que dijo aquel en la televisión o lo gritado por otro en una
tribuna. Hay que analizar. Y cuestionar. Y dudar. Y entonces debemos armarnos
el asunto como si el mundo naciera nuevo.
¿Que qué tiene que ver esto con
Electra Garrigó y el ejercicio hecho por los estudiantes de cuatro año? Ah,
pues eso yo no lo sé. Mira tú lo caprichoso que es el cerebro.
Qué bien estudiantes universitarios haciendo una representación de Electra Garrigó, muy buena estrategia, profe.
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