ilustración de paula bonet |
Ella mira al
reloj. Abre la gaveta de la cómoda y busca entre los objetos. Por un instante se
detiene a ver su rostro en el espejo: un cristal rectangular en donde las
manchas de humedad han preferido los bordes. Permanece sentada sobre una
banqueta, cercana al montón de ropas que cuelgan en perchas. El bolso, en una
parrilla de madera. Hay frío. Cierra la gaveta de un tirón.
Apoya el
cuerpo sobre la cómoda. Dos
dedos van a posarse en una mejilla. La pinza desclava los pelos que no se
alinean en las cejas. Con las manos apoyadas en la superficie de la cómoda inspecciona
su rostro suplicado. Abre la gaveta y pone el instrumento en su interior. Sobre
la mesa, el lápiz labial y el rimel. Subraya el borde sus ojos. Las pestañas surgen
copiosas, largas, indispensables para esas almendras de semilla verde. Mira el
reloj.
Una voz avisa
desde afuera: Apúrate, por favor.
Su rostro se
torna tenso. Extiende una mano y hace girar una ruedita plástica en el aire
acondicionado. Frota sus hombros varias veces, queriendo producir un poco de
calor. Se mantiene viendo el espejo. Le parece que su copia luce como una mujer
absurda.
Es una muchacha
joven de labios gruesos y oscuros cabellos hasta los hombros. La blusa de
tirantes le hace sobresalir los pechos. En su piel, las huellas de un día en la
playa. Se acerca a la cama en busca del pantalón y de sus manos cae el creyón
de labios. Suelta una queja, maldice.
La voz insiste:
Vámonos ya, no debemos demorar tanto.
Mira la aguja
y se mete en una tela que le constreñirá el cuerpo. Pierde el equilibrio, cae
sentada al colchón. Se incorpora, vuelve a caer. Ya está vestida. Escruta a su
doble ahí delante, el frente, los costados. En el abdomen ha surgido algo de
grasa. Se coloca de espaldas.
La voz alcanza
un tono inusitado, quizás hubiera algo de reproche en ella: No ves que se
repiten las cosas que te he dicho, ¿tú me oyes?
Mira el reloj.
Siente que él se apoya sobre la puerta. Escucha la cerradura en movimiento.
Toma el lápiz labial y lo restriega contra sus labios.
La voz le
advierte, violenta: Voy a pasar, tengo que recordarte…
Ella lleva sus
codos hasta la superficie de la cómoda. Los dedos se le encajan en el cabello. Su
rostro va tomando una expresión grave, pierde toda sensualidad, toda dulzura. Se
ha quedado contraída, encogida.
Antes de ver
el cuerpo es la voz primero diciendo mira, yo te había dicho…
Mira a su
doble y siente aprensión al verse. Busca en el minutero y descubre que ese
sonido la pone frenética. Observa la puerta. Todavía hay frío en el cuarto. Se
escucha el llavín.
Antes de verle
el cuerpo es la voz primero diciendo: Mira, yo te había advertido… Pero el
hombre la descubre en ese estado, sus codos sobre la cómoda, mirándolo de esa
manera. Deja de moverse y solo puede preguntar: ¿Qué te pasa ahora?, porque
lloraba.
cuento incluido en: el invitado
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