ilustración de paula bonet |
No
sé dónde fue la bronca, pero la hubo. Y los ecos llegaron hasta uno
de los paneles de la última feria del libro, y en Holguín tres
poetas hablaron sobre el estado de la poesía cubana hoy, dos de
ellos mujeres, dos voces reconocidas dentro del ámbito literario,
una con una leyenda incluso para avivarla. O las dos. Se hablaba de las nuevas
voces, de la llamada “generación cero”, y al referirla brotaba
otra vez un conflicto antiguo en el ámbito cultural: la lucha entre
generaciones y el establecimiento de jerarquías.
Partiendo
de la figura de una de las más elogiadas y criticadas poetas jóvenes
de hoy, las panelistas referían el asunto de los centros de poder
desde los cuales se promueven y legitiman nuevas voces. Coincidimos
en que muchas veces estos grupos han terminado compuestos por
mediocres intelectuales que a tenor de su mediocridad van creando los
paradigmas. Pero no todo es mediocridad a la hora de jerarquizar una
poética. También habría que apuntar la corrección política, la
ambigüedad ideológica y hasta infantilismo cultural.
Los
centros de poder están formados por figuras que impulsan el arte a
su manera, y lo hacen a partir de criterios no siempre lógicos y
juiciosos desde la publicación que dirigen o el grupo que encabezan.
Esa conducta se vuelve resbaladiza cuando los códigos estéticos
promovidos se tornan sentencias dictatoriales, únicas y
totalitarias. De modo que cuando alguien intenta resquebrajar los
pilares por ellos establecidos sacando su obra de otro baúl comienza
el problema. Los centros de poder pueden promover obras buenas y
obras malas. Las malas pasan sin mucho ruido. Las buenas, despiertan
el lógico alboroto.
Brota
el cuestionamiento y el celo. Y en los creadores alejados de los
centros de poder, o juntados en centros de poder no tan poderosos,
surgen las preguntas de por qué se lo van a poner tan fácil a estos
de ahora cuando nosotros, en los setenta, por ejemplo, nos tuvimos
que hacer de tripas corazón. Eso podrían pensar algunos escritores
que miran con desdén una zona de la llamada “generación cero”,
“novísima” o comoquiera que se llame, algo que pareciera
tradición en nuestras letras y que no se lo inventan los escritores
de ahora, pues nuestra historia literaria está llena de grupos que
nacieron para anular a los antecesores, de un soplido, de un mazazo,
y hasta de una mordida.
También
salta una especie de rencor camuflado en envidia, pues habrá a quien
le moleste que estos novísimos, a veces de boca sucia y temperamento
soez, sean capaces de decir cosas que los que les precedieron nunca
se atrevieron, y cuando lo dijeron el golpe fue tan fuerte que ya ni
lo recuerdan. La corrección se ha ido resquebrajando para darle paso
a un lenguaje agresivo que no escatima temas y formas, que no le teme
a los tabúes y que se aprovecha de los escoyos llegados con los
tiempos para lanzarse al abismo de la posteridad, ese hueco donde
tanta gente ha terminado enterrado en una fosa común.
Aunque
aquel panel donde se habló de poesía logró buenos criterios, faltó
la confrontación. El menor de los poetas presentes fue incapaz de
oponerse a las consagradas. Y así, algunos se irían de allí
dándole la razón a los que por su obra parecieran tenerla. Yo solo
pensé escribir este texto, para que se conozcan los buenos espacios
de intercambio y porque no me gusta el ataque en grupo. Y prefiero
que las propuestas sean múltiples, nunca únicas. Opto por la
poética abigarrada, no por la total.
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