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viernes, marzo 21, 2014

El ingreso de Elpidio Valdés


En el año 91 Elpidio Valdés estaba ingresado en el hospital Frank País por asuntos semejantes a los que hicieron permanecer poco más de seis meses ininterrumpidos en una de sus salas a alguien próximo a mí. Si la enfermedad del coronel Valdés hubiera ocurrido diez años después, cuando estudiaba Periodismo, mucho se hubiera alegrado Antonio, aquel compañero madrileño que tuvimos hasta tercer año de la carrera, si mal no recuerdo.
Antonio odiaba a muerte a Elpidio Valdés, rabiaba, lo maldecía y las palabras no le parecían suficientes para hacernos saber todo su enojo, contra él y sus secuaces, pues hasta el más raso de los soldados mambises caían en eso que se llama choteo al enemigo, compuesto nada menos que por coterráneos suyos. Y recuerdo que los diálogos por los cuales tanto parecía molestarse, a nosotros, desde niños, nos sacaban violentas carcajadas.
Podíamos memorizar cada frase dicha por los mambises y hasta por los españoles como no hacíamos con las tablas de multiplicar. De manera que el sufrimiento de nuestro compañero de estudios había sido nuestra satisfacción máxima en la primaria, la secundaria, y hasta el preuniversitario, por eso de que somos algo infantiles, condición que arrastramos los cubanos hasta el hogar de ancianos.
Y si alguna vez le deseamos mal al mambí carismático fue cuando este hizo a un lado aquellas burlas desde nuestra visión ultranacionalista, en los noventa, para adquirir una especie de existencia conciliatoria con el enemigo. Los chistes fueron menos divertidos, las burlas fueron menos burlas debido a que el enemigo de antaño, aquellos compatriotas de Antonio, se habían convertido también en socios comerciales que podían echarnos una mano tras el descalabro de la Unión Soviética. Dicen que Juan Padrón debió aflojar la mano, y Valdés concentrarse “en el yanqui, compay” .
En verdad era Juan Padrón quien había ido a parar al Frank País, hospital donde hacía de las suyas el doctor Álvarez Cambra. Y fue Padrón quien, el día luminoso en que a mi padrastro le concedieron su alta médica, hizo un rápido dibujo que poseo como un tesoro. Viendo que se trataba de un hombre tan alto que nadie podía mirarlo a los ojos sin levantar la cabeza, garabateó la idea que ahora muestro en esta página.
Es extraordinario poseer un trabajo hecho por un maestro del dibujo animado y la historieta cubana. Eso sin contar que pocos pueden darse el lujo de compartir sala junto al célebre mambí. Aunque fuera en un hospital. Yo no estuve allí, la verdad, pero sí lo estuvieron mis familiares. Y fue suficiente para recordar la anécdota.     

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