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lunes, enero 20, 2014

La Milagro

foto: kaloian santos cabrera

Cierto amigo llegó un día a casa con su regalo. Era mi cumpleaños y el amigo es fotógrafo, de modo que su regalo consistía en una fotografía, en blanco y negro, tomada con una vieja cámara analógica, artefacto que a él le había permitido ir concretando ideas nacidas durante sus periplos por la isla, pues ese amigo también es aficionado a desandar lugares para después, con la experiencia, ir componiendo su mundo poético.
La imagen con la que llegó aquella noche había sido tomada durante uno de esos viajes que lo dejan casi siempre demacrado y con aspecto de náufrago, pero con la imaginación y la sensibilidad rolliza como si saliera de un banquete. Se trata de una embarcación varada en tierra a la cual habían bautizado de manera tal que sugería un error de género. La instantánea pertenecía, escribió detrás mi amigo, a la serie “Barcos sin H2O” y la había captado en un lugar donde la gente es humilde y a veces pareciera haber retrocedido en el tiempo, o de la geografía haberse movido, la Punta de Maisí, apenas unos días antes, en agosto.
La embarcación, a la cual pudiera clasificar como un simple bote, del cual sale un mástil inmenso, yacía sobre un terreno árido del que la separa lo que parece ser un bastidor de madera. Por sus alrededores se pasean cuatro puercos flacos cuyas sombras se deslizan lentamente mientras en lo alto las nubes parecían revolverse como si el efecto hubiese sido hecho a conciencia a través del Photoshop. También hay una caseta de cemento y cinc, una goma de tractor cortada a la mitad para que en ella beban los animales y una cerca construida con palos cuyas puntas lucen afiladas y peligrosas.
Los tonos son importantísimos en las fotografías y quizá fuera por eso que esta adquirió un aire casi apoteósico para mí y para todos los que la vimos aquel día en que el amigo la sacó del envoltorio en el cual la habría de trasladar hasta mi casa. Si hubiera sido una reproducción con todos los colores de la vida habría carecido de ese efecto, porque entonces mi hermana y yo, y con notros el resto de la familia, salíamos de una experiencia de vida que nos había dejado en blanco y negro como la tonalidad de aquel regalo.
Lo primero que vino a mi cabeza al verla entonces es lo primero que le vendrá a la cabeza a usted: el nombre de la embarcación. Demuestra que los marineros parecen obsesionados con la idea de volver femeninos todos lo que les concierne, desde el mar hasta las herramientas con las cuales consiguen el sustento. En ello parece haber una especie de perenne melancolía de la cual no sé más de lo que deja entrever mi imaginación, ajena a los ajetreos de los marinos pese a vivir en una isla.
Lo segundo, y lo más importante en este caso, es algo que usted no sabe, pero que sí sabía mi amigo fotógrafo y periodista. Supongo que por conocerlo había escogido la imagen para mí, justo cuando dejaba atrás una edad que dicen adversa o mística, o qué se yo como llaman a ese instante que para algunos pareciera encerrar un transición de ciclos, como si a los veintisiete el individuo debiera saltar a otra dimensión, acción imprescindible para mantenerse con vida. Por semejante idea quienes nos encontrábamos en casa aquel día de cumpleaños miramos a mi amigo y este después junto con los otros que allí permanecían me buscaron a mí, el agasajado y quien de verdad había experimentado no la milagro, como se lee en la fotografía, sino el milagro, como lo indica correctamente el castellano.
Y no es que espiritualmente estuviera varado en tierra como la embarcación, estado en el que nunca espero estar, aunque de alguna manera lo estaba el año al que me refiero. Porque también era tremendo que celebrara aquel cumpleaños después de vivir un tétrico accidente automovilístico y luego de sobrepasar una etapa de mala salud, sucesos consecutivos que me habían llevado a volverme sofista y preguntarme si habría de sobrepasar el año, que no era otro que el 2004.
Diez años atrás estuve a punto de sumarme al club de los 27, como Jimi Hendrix y Jim Morrison, como Camilo Cienfuegos. Pero ni tocaba guitarra, aunque guitarra tengo, ni había estado en guerrilla alguna que no fuera la guerrilla de la existencia diría. Mis amigos estaban al tanto. Por eso los que pudieron fueron hasta mi casa aquel día de mi cumpleaños veintiocho en que recibí La Milagro, una vieja foto en blanco y negro que noche y día mientras escribo me está observando. 

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