Este sábado, noticia: los cines para tercera dimensión (cines 3D), crecientes en los últimos tiempos, deben
“cesar de inmediato”, según nota informativa firmada por el comité ejecutivo
del consejo de ministros publicada en Granma. La leo y pienso en mis amigos que
sí llegaron a visitarlos. Una vez me invitaron a uno, pero por asuntos de
trabajo me perdí la función que ahora no veré probablemente.
Mas, como buen despistado que soy, me
fui a un cine en 3D esta tarde. Bastó con preguntar dónde quedaba el más
cercano y una vecina generosa me indicó la dirección del que había visitado su
nieto y del cual había escuchado maravillas. Faltaron pistas en la fachada del
chalet para asociarlo con un cine, sala de video o al menos la cafetería
que decían habría de encontrarme primero. Solo
un jardín y paredes había. Crucé la reja y llegué a la puerta. Un timbre.
Me abrió el responsable. Y… claro
que estaba cerrada. Me cuenta el muchacho que esta fue de las primeras en la
provincia, que decidieron abrirla cuando en La Habana había muchas, como muchas
había en otras zonas del país. La sala o cine más famoso de todos era propiedad de un humorista
llamado Robertico, con quien por cierto un día me torturaron en un ómnibus
de ASTRO.
Este cine al cual llegué contaba con una
clientela aceptable. Los días de semana llenaban las dos funciones de la noche.
Sábado y domingo el horario era de 10 a 10. El precio fijado, 15 pesos para adultos
y 10 para menores que, por ningún concepto, afirma el propietario, podían
entrar fuera de función para ellos.
Se trata de la habitación de una buena
vivienda dispuesta con una pantalla de 55 pulgadas y equipo de audio de seis
bocinas, al que llaman “5.1 digital”. Cuenta
con aire acondicionado y capacidad para
veinte personas, veinte clientes que debían ponerse sus espejuelos antes de
dejarse llevar por alguno de los filmes del catálogo. Aventuras, películas de
terror y animados, los preferidos.
“Las personas llamaban antes y
alquilaban para diez o quince. Llegaban desde los municipios aledaños y comunidades
rurales”, me cuenta el muchacho.
El cine era en verdad una cafetería, que
sus responsables hoy dudan si mantendrán, pues fue solo la manera de sostener
un tipo de actividad que, según cuentan, creyeron en las autoridades cuando les aseguraron que pronto legarizarían la actividad de su interés. La totalidad
de los propietarios carecen de patente en el acápite “cine” o algo parecido, pese a su intención de poseerlas.
El dueño de este al que me fui afirma haber mantenido
una programación compuesta por filmes que, en buena parte de los casos, pasaron
ya por la televisión cubana. Sus contenidos fueron concebidos a tenor del
entretenimiento, con películas como el Titanic, grandes producciones a las que
la industria adaptó al 3D, tecnología que hoy hace atractivas las salas de todo
el mundo.
Me asegura estar dispuesto a un asesoramiento del ICAIC incluso, si acaso se temiera la proliferación de un
tipo de material por algunos considerado no acorde la sociedad, algo que por
cierto considero argumento pasado de moda y estúpido en estos tiempos.
Y creo que desde el punto de vista de la
recreación, más que mal, las salas de cine en 3D prestaban un servicio efectivo.
Ofrecían entretenimiento a un público que hoy, en casa, puede ver los
materiales que considere oportunos. Eso, sin tomar en cuenta que los cines adscritos
al ICAIC, al menos en Holguín, se encuentran en un estado calamitoso y que a veces
su programación ofrece materiales tan superfluos como los que se podían
encontrar en una de estas salas.
Lo curioso del asunto es que legalmente
los cines en 3D, como tantas cosas, nunca existieron en Cuba. Si ahora se toma
la determinación de hacerlos cesar es asunto de la metafísica, no porque el
fenómeno haya tomado una fuerza arrolladora. Lo único malo es que con la
noticia sí que se habla de su existencia. Y ahora serán más quienes pidamos legitimar
su realidad.
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