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miércoles, octubre 30, 2013

Rompiendo la dictadura del cuerpo

El público se acomoda en círculo y no pierde de vista a los bailarines. Algunos se desplazan en sillas de ruedas, de modo que mientras el tango brota por una bocina, la pareja compuesta por una muchacha blanca y esbelta, y su compañero discapacitado, danzan antes los ojos de niños con sus padres, abuelos o conocidos.
La silla de ruedas no parece impedimento. A veces pareciera esfumarse mientras quien la maneja con maestría responde a la cadencia apasionada de la música. Tuve la impresión de que era puro artilugio. Pero dependen de ella tres de los integrantes de este colectivo.
El Grupo Alma es una compañía de danza integradora dirigida por Susana González que a Holguín llegó desde Buenos Aires, ciudad que vio emerger el proyecto hace 16 años. La mayoría de las obras, me explica ella, intentan “resinificar el valor que la sociedad le da a la silla de ruedas. A través de la silla de rueda estamos despertando la alegría en la gente. Estamos quitando de la cabeza eso de que pobrecito discapacitado, ¿No sufre? No, porque esta gente encontró una vocación, un por qué existir”
Ahora baila otra pareja. Es mujer quien ocupa la silla de ruedas y el público ve admirado como en determinado momento su compañero la levanta en peso, mientras la silla es llevada por la inercia hasta el borde desde el cual otra bailarina se la regresa, y ambos terminan sentados.
“Generalmente los bailarines tienen un ego muy algo”, comenta González: “hay mucha competencia. El cuerpo para la danza tiene que ser estilizado, delgado, bello, con un entrenamiento muy grande, con mucha flexibilidad… Esta es una ruptura. Rompemos con esquemas tradicionales de belleza y con la idea de lo que es un cuerpo para la danza. De acuerdo a lo que algunos dicen somos un grupo revolucionario.”
Susana González vino por primera vez el año pasado. Entonces impartió conferencias sobre danza integradora en espacios como el Congreso Iberoamericano de Pensamiento. “Venir este año era mi sueño. Todo el mundo estaba esperando al grupo. Puse lo tenía para cumplir este sueño, y aquí estamos. Creo que vale la pena”.
El espectáculo concluye. Fue más o menos una hora en la cual los bailarines de Alma interactuaron con los de Codanza, primero mediante improvisaciones que sacaron aplausos apasionados, luego con obras propias. Al día siguiente ambos conjuntos compartirían en el Suñol.
Ahora muchos quieren fotos, y los argentinos, mientras acomodan el vestuario o hacen rodar las sillas, aceptan la escena con cotidianidad. Hay asombro en el público. Hay admiración. Es sábado en la noche y la presentación de  Alma, promotores de esto que llaman danza integradora, ha dejado un buen sabor. Noche diferente. Sin filme de Hollywood o ballet clásico. Todo ha sido más bien cuestión de sentimiento. 

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