La gala de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, sucedida este
viernes, no habría sido igual sin el grandioso cierre de Paul McCartney cantando su conocida Hey Jude. Piano y voz. Voces. Todo el
mundo se sabe la canción. Quedó demostrado en el estadio porque allí había
gente de todo el planeta. El tema, según la historia conocida, fue
originalmente escrito por McCartney para darle ánimos al hijo de Lennon, compañero de cuarteto que acaba de divorciarse. No
importa si fue o no así, lo trascendente es la composición. Escrita en un automóvil,
terminó por grabarse en los célebres Abbey Road Studios y Trident Studios entre el 29 y el 30 de julio de 1968. Cuarenta
y cuatro años después ha vuelto a ser noticia gracias al deporte. La apertura
de las olimpiadas en Londres ha tenido gran repercusión, por su elegancia, por
su majestuosidad, por su humor, por el esfuerzo de miles de voluntarios y
especialistas de los que nunca sabremos nada. Me parece memorable que varias
manos encendieran el fuego olímpico. El pebetero está compuesto por muchas
espigas, como debe ser todo fuego humano que simboliza la unidad. Y lo más
importante, por encima de todo, ha estado la cultura. No solo la londinense,
esfuerzo de siglos de evolución en el pensamiento, sino la del mundo. Sin ella,
no habría sido posible la conexión.
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