sábato |
Pero, quiso su personalidad inclinarse por la literatura y la pintura y por ese aspecto alejado de la ciencia que es el impulso de la subjetividad, la cual mezclada con la capacidad racional de un científico puede ser bastante explosiva. En la cabeza de Sábato algo hizo ¡Boooom! de una manera tan tremenda que estuvo a punto de suicidarse un día. Pero al otro se dio cuenta Ernesto Sábato que lo mejor, lo más prudente, lo más lógico era ponerse a escribir.
Y escribió textos para revistas y logro terminar Uno y el Universo (1945), libro donde ensayaba sobre su propia experiencia en el mundo y lo que de este pensaba en tiempos de revoluciones tecnológicas. Tres años después, en la revista Sur, apareció “El túnel”, texto existencialista que admiró a Albert Camus al punto de impulsar su publicación en Europa.
Ya Sábato no era el hombre normal que vestía de saco y pensaba en las fórmulas físicas cuando se tumbaba en la cama tras un día agotador, sino que en su cerebro se iba trasformando en el de un ser obsesionado con las letras: iba tras ellas, las buscaba donde quiera que estuvieran, las sacaba de viejos baúles y las obligaba a permanecer quietas en los legajos preparados por él mismo.
Así, sin darse cuenta, un día, gracias a esta cacería del idioma, cuatro palabras quedaron atadas. Al percatarse advirtió que sonaba bien la frase resultante de la unión: Sobre Héroes y Tumbas (1961). Se trataba de historias, historias de amor y de familia, y también, la historia de la argentina. Después, ya el bicho literario en el que se había transformado era un gran bicho y las personas no volvieron a hablar demasiado del científico ni esperaron de él una teoría que lo hicieran saltar por los aires como había saltado Einsten con aquello de la relatividad.
Sabato, el raro, también estaba movido por potentes fuerzas morales desde el principio de su existencia y en épocas de dictadura se ajustó los espejuelos, los pantalones, y se aferró al papel para entregar otro texto de importancia: Abaddon, el exterminador (1974). Fue activo del Partido Comunista, pero un día el dictador Videla invitó a algunos intelectuales a un almuerzo en el que estuvo Sábato, y el hecho causaría críticas y cuestionamientos que el escritor pudo soportar porque, entre otras cosas, había estado trasmutando de bicho literario a lenguaraz político.
Después, en los ochenta, encabezó una comisión para investigar las violaciones de los derechos humanos en tiempos de dictadura y el informe final fue reflejado en el libro Nunca Más (1985). Un año antes, Ernesto Sábato, el bicho literario ampliamente reconocido, había sido merecedor del premio Miguel de Cervantes y Saavedra.
Ya escribí de un viejo que se iba a arengar jóvenes en un estadio de Buenos Aires. El viejo era Ernesto Sábato que no era científico para entonces, ni escritor, ni lenguaraz político. Ya era otra cosa. Era una historia de casi cien años, en la que había intervenido incluso el mítico Che Guevara luego de un carta enviada a él en la que aseguraba que ser escritor le había parecido “lo más sagrado del mundo”.
Todos esperábamos que Ernesto Sábato llegara a cumplir sus cien años este 24 de junio. Pero, no pudo ser. Hay cosas contra las que no puede el cuerpo. El único consuelo es que, al final de su vida, otra vez el hombre se nos ha trasformado (si acasos en él no habitaron siempre muchos hombres). Ahora, sin saberlo en su casa de Santos Lugares, Sábato quedó como un espécimen inmortal.
foto de Santi Cogolludo, tomada de el mundo.es
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