
Hace un par de días, un amigo supo de una novela llamada
Nana gracias a otro amigo, suyo. El amigo de mi amigo llevó el libro a Santiago de Cuba, a propósito de un encuentro de narrativa en homenaje a José Soler Puig (
El pan dormido,
Bertillón 166) y, allá, descubrió la obra mi amigo, porque el suyo le contó el argumento. Estaban fascinados con la historia los dos. “El nombre del autor suena a esquimal”, me aseguró...
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