“A
mí me gustan las películas del Kung fú. También me gustan las películas de
trompones. Los chinos dando brinco por to la casa”, dice El tosco a la entrada
de la canción El baile Chino, grabada allá por los lejanos noventa, cuando NG
La Banda era joven y se adentraba en una etapa decisiva de la mano de Ryū
Murakami, escritor de éxito y hasta nuestros días promotor cultural de la
música cubana en las tierras del sol naciente.
Murakami
en 1992 había escrito obras como Azul casi transparente (1976),
bestseller que lo catapultó a la fama para convertirlo, junto a Haruki, en uno
de los dos Murakami más famosos de la literatura nipona. El caso es que se
hallaba de visita en La Habana cuando, según me contaba José Luis Cortés:
descubrió a NG La Banda durante un concierto frente a La Catedral, en el núcleo
de La Habana Vieja. “Ahora Eusebio no quiere música popular en la Catedral”,
apuntaba el flautista una tarde, mientras daba órdenes a los nuevos integrantes
de su orquesta, que vocalizaban y hacían sonar los instrumentos y era tanto el
entusiasmo que debió soltarme un: ¡Oye como los tengo!
Pero
los músicos de hoy, por los tiempos o por la nostalgia o porque es idea mía, no
sacan sonidos como los que lograban aquellos famosos “metales del terror”, como
decía el sempiterno Tony Calá, de los primeros en la agrupación que en sus
orígenes hace 25 años también integraban Elpidio Chapotín, Germán Velasco,
Feliciano Arango, Peruchín, Giraldo Piloto, Isaac Delgado, entre otros. Pese a
mi criterio, El tosco asegura tener el grupo como nunca. “He logrado bajar el
promedio de edad a 29 años. Casi todos son graduados de música.”
Mejor,
peor o igual lo cierto es que NG La Banda revolucionó la música bailable desde
su creación y suscitó polémicas considerables con críticos que parecían no
comprender la esencia de sus canciones y la novedad de su propuesta. Algunos
puritanos reprochaban desde los periódicos la esencia de sus letras, provocando
el temperamento salvaje del tosco, que será muy delicado con la flauta pero con
el verbo y la armonía es demencial y descomedido. Fue la sonoridad, junto a los
temas escogidos para sus historias narradas en el lenguaje más callejero
posible, que las canciones de NG provocaron aspaviento en los noventa, etapa en
que coordinaban los detalles para una estancia en Tokio dividida en periodos
entre 1992 y 1997.
Luego
de haber grabado discos como NG la banda en la calle, larga duración
producido por la EGREM y donde se incluían los exitosos: Necesito una amiga o
La protesta de los chivos, les llegó un periodo coronado por mayor
experimentación. Con la influencia nipona en la sangre de los instrumentistas y
en la cabeza de José Luis Cortés fundamentalmente, la agrupación se adentraba
por senderos donde la influencia del jazz y la vuelta a ritmos tradicionales
sellaban un estilo que nada tuvo que envidiarle al de las orquestas del ayer,
muchas veces exageradamente infladas por la nostalgia. Entonces, y gracias al
escritor Ryū Murakami, cuyo agradecimiento quedó explícito en unas de sus
canciones memorables, Murakami`s Mambo, consiguieron el reconocimiento
asiático, cuando la música bailable tomaba auge y ponía sobre el tapete
polémicas entorno a térmicos como “salsa”, “son” y “timba”.
El
mambo de Murakami, ya un clásico de su repertorio, llegaba junto a otros como
el ya mencionado baile chino o Échale limón, sonoridad cubana robustecida en la
gira asiática, que logró despertar el interés de miles de admiradores, algunos
de ellos profesionales de la música y promotores de los ritmos caribeños como
la entonces notoria Orquesta de La Luz.
Veinte
años después NG La Banda regresa al Japón. Se habla de conciertos
multitudinarios donde los asiáticos bailan temas clásicos del repertorio
compuesto en mayoría por José Luis Cortés, un hombre a quien, dice, le cuesta
más escribir un tema popular exitoso que ejecutar uno de esos clásicos de la
llamada música culta. Se trata del líder de una de las mejores orquestas de la
música cubana de todos los tiempos, un negro que asegura ser “de barrio”, ese
lugar donde mejor se fraguan las historias que cuentan sus canciones y las
palabras con las que estas son contadas.
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