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viernes, mayo 06, 2011

Ivette Cepeda invoca a los dioses, y se echa el público al bolsillo



foto tomada de internet
Hasta la puerta de la Casa de Iberoamérica llega la voz de Ivette Cepeda, una de las participantes en las Romerías de Mayo. Después de superar la entrada, las mesitas donde unas muchachas venden cervezas, las columnas y los siguientes portones, se abre a uno el patio interior, colmado de público. En el centro está la intérprete, acompañada por cuatro músicos, sus músicos. Él público los envuelve, acomodado en sillas, o de pie, mirando cuidadosamente el espectáculo. Unos focos de colores muestran los detalles de esta mujer que nació en Santi Spíritus.

Tiene la apariencia de una dama sencilla. Viste colores cremas, calza tacones y sonríe. Siempre exhibe una dulce sonrisa cuando se dirige al público para comentarles un tema preciso o solo para dialogar con él. Les habla del tiempo que ha debido circunscribir su trabajo a centros nocturnos, en sitios donde su público era eventual y comenzó a reconocer en ella sus dotes para la canción. Pero, ahora, Ivette Cepeda ha logrado grabar un disco (“Estaciones”), ha hecho conciertos y parece tener a la prensa de su lado. En el público hay personas de la televisión, la radio y la prensa escrita. Algunos aplauden como locos cuando Cepeda acaba algún tema.

Ya estuvo en Holguín y ahora vuelve en Romerías. Cantó en la Casa del Joven creador y en La Plaza de la Marqueta. Esta vez lo hace en el patio de la Casa de Iberoamérica. “Canto canciones muy nuevas y también muy viejas. Hoy quiero cantar esos temas viejos”, dice, con una voz ligeramente enronquecida. Y rompe la música. Y viene su voz apropiándose de la melodía escrita por el holguinero Juanito Márquez: “Como un milagro”. Después, su tono desciende al piso, se pone grave y pronuncia una palabra que a la gente parece enloquecer: “Duele…Mucho…”

Uno de los aspectos que han señalado varios especialistas en la interpretación de Ivette Cepeda es su apropiación de estilos. Ella es una mujer muy original en cuanto a proyección en el escenario y colocación de la voz, estilo y aprehensión de la letra. Pero cantar como otros ayuda a meterse al público en un bolsillo. Tanto es así que este puede quedar acurrucadito en el fondo si se vuelve sobre dioses del olimpo musical cubano. Ivette los invoca. Mira al cielo. La noche está estrellada y tiritan azules los astros a lo lejos. Al momento se trasforma en Elena Burke, Moraima Secada y Silvio Rodríguez. El público se revuelve. Grita: ¡Bravo! Aplaude todavía más desquiciado que antes.

Es cierto que la intérprete nunca deja de ser ella mismas, que hace lo imposible por mantenerse Ivette Cepeda en todo momento de su presentación que ya doblaba los cuarenta minutos. Esta capacidad la convierte en peculiar. La ayuda a sobrevivir en un mundo exigente como lo es el de la interpretación, donde resistirá el olvido no quien tenga más voz o mejor se juste a la técnica (¿por qué no también esto?), sino aquella persona que emerja con una cualidad afirmada por temas musicales inéditos que lo merezcan. 

Hay algo en Ivette Cepeda que me hace recordar a la Lupe. Pero, ella es de otro carácter, menos temperamental sin dejar de serlo. Menos excéntrica. Ya lo dije antes: es una mujer que ríe constantemente, aunque cante: Duele…Mucho. Sonríe después y agrega: “Ustedes son peores que yo”, para subrayar la manera en que los asistentes al concierto disfrutan su música. También la cantante parece sentir especial atracción por las composiciones de la Nueva Trova, específicamente por las canciones de Silvio Rodríguez. 

Versiona Ojalá y ¿Quién fuera? Muchos aplausos. ¡Bravo Ivette! “Silvio nos salió romántico”, dice ella, apoyada sobre una silla, mirando a todos, como queriendo no dejar a nadie sin su mirada, alegre, feliz, complacida. Para terminar escoge una canción que es leitmotiv en su carrera: Tú eres la música que tengo que cantar, de Toni Pinelli. Ha sido una buena noche. En minutos tocará Yasek Manzano, en la UNEAC, y X Alfonso, Arbolito y Mephisto en el Parque Calixto García. 

Pero, en este instante, es Ivette Cepeda quien se escurre por entre el público y se marcha.

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