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| foto tomada de internet | 
Hasta  la puerta de la 
Casa de Iberoamérica llega la voz de Ivette Cepeda, una  de las 
participantes en las Romerías de Mayo. Después de superar la  entrada, 
las mesitas  donde unas muchachas venden cervezas, las columnas  y los 
siguientes portones, se abre a uno el patio interior, colmado de  
público. En el centro está la intérprete, acompañada por cuatro músicos,
  sus músicos. Él público los envuelve, acomodado en sillas, o de pie,  
mirando cuidadosamente el espectáculo. Unos focos de colores muestran  
los detalles de esta mujer que nació en Santi Spíritus.
Tiene la 
apariencia de  una dama sencilla. Viste colores cremas, calza tacones y 
sonríe. Siempre  exhibe una dulce sonrisa cuando se dirige al público 
para comentarles  un tema preciso o solo para dialogar con él. Les habla
 del tiempo que ha  debido circunscribir su trabajo a centros nocturnos,
 en sitios donde su  público era eventual y comenzó a reconocer en ella 
sus dotes para la  canción. Pero, ahora, Ivette Cepeda ha logrado grabar
 un disco  (“Estaciones”), ha hecho conciertos y parece tener a la 
prensa de su  lado. En el público hay personas de la televisión, la 
radio y la prensa  escrita. Algunos aplauden como locos cuando Cepeda 
acaba algún tema.
Ya estuvo en 
Holguín y  ahora vuelve en Romerías. Cantó en la Casa del Joven creador y
 en La  Plaza de la Marqueta. Esta vez lo hace en el patio de la Casa de
  Iberoamérica. “Canto canciones muy nuevas y también muy viejas. Hoy  
quiero cantar esos temas viejos”, dice, con una voz ligeramente  
enronquecida. Y rompe la música. Y viene su voz apropiándose de la  
melodía escrita por el holguinero Juanito Márquez: “Como un milagro”.  
Después, su tono desciende al piso, se pone grave y pronuncia una  
palabra que a la gente parece enloquecer: “Duele…Mucho…”
Uno de los 
aspectos que  han señalado varios especialistas en la interpretación de 
Ivette Cepeda  es su apropiación de estilos. Ella es una mujer muy 
original en cuanto a  proyección en el escenario y colocación de la voz,
 estilo y aprehensión  de la letra. Pero cantar como otros ayuda a 
meterse al público en un  bolsillo. Tanto es así que este puede quedar 
acurrucadito en el fondo si  se vuelve sobre dioses del olimpo musical 
cubano. Ivette los invoca.  Mira al cielo. La noche está estrellada y 
tiritan azules los astros a lo  lejos. Al momento se trasforma en Elena 
Burke, Moraima Secada y Silvio  Rodríguez. El público se revuelve. 
Grita: ¡Bravo! Aplaude todavía más  desquiciado que antes.
Es cierto que la 
intérprete nunca deja de ser ella  mismas, que hace lo imposible por 
mantenerse Ivette Cepeda en todo  momento de su presentación que ya 
doblaba los cuarenta minutos. Esta  capacidad la convierte en peculiar. 
La ayuda a sobrevivir en un mundo  exigente como lo es el de la 
interpretación, donde resistirá el olvido  no quien tenga más voz o 
mejor se juste a la técnica (¿por qué no  también esto?), sino aquella 
persona que emerja con una cualidad  afirmada por temas musicales 
inéditos que lo merezcan. 
Hay algo en 
Ivette Cepeda  que me hace recordar a la Lupe. Pero, ella es de otro 
carácter, menos  temperamental sin dejar de serlo. Menos excéntrica. Ya 
lo dije antes: es  una mujer que ríe constantemente, aunque cante: 
Duele…Mucho. Sonríe  después y agrega: “Ustedes son peores que yo”, para
 subrayar la manera  en que los asistentes al concierto disfrutan su 
música. También la  cantante parece sentir especial atracción por las 
composiciones de la  Nueva Trova, específicamente por las canciones de 
Silvio Rodríguez. 
Versiona Ojalá y 
¿Quién  fuera? Muchos aplausos. ¡Bravo Ivette! “Silvio nos salió 
romántico”,  dice ella, apoyada sobre una silla, mirando a todos, como 
queriendo no  dejar a nadie sin su mirada, alegre, feliz, complacida. 
Para terminar  escoge una canción que es leitmotiv en su carrera: Tú 
eres la música que  tengo que cantar, de Toni Pinelli. Ha sido una buena
 noche. En minutos  tocará Yasek Manzano, en la UNEAC, y X Alfonso, 
Arbolito y Mephisto en  el Parque Calixto García. 
Pero, en este 
instante, es Ivette Cepeda quien se  escurre por entre el público y se 
marcha.      
 
 
 
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