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viernes, agosto 06, 2010

Un poco de agua para calmar el calor

Paco se llama quien vende agua en mi vecindario. No puede asegurar su edad, aunque me la ha confiado en algún momento. Sería una indiscreción de mi parte decirla. Sobre todo porque Paco no sabe nada de Internet y menos de esto que se llama blog, donde uno puede describir su entorno en pocas palabras para que en otros lugares se conozca lo que impide la geografía y, claro, para que los terrícolas nos entendamos mejor…no vaya a ser que a los alienígenas les dé por llegar de una vez por todas. Y no sería mala idea, después de todo.
El otro día, leyendo una entrevista a Santiago Feliú hecha por un amigo, hablaba de algo parecido. Hace falta una invasión extraterrestre para que los de este planeta nos acabemos de unir. Sería bonito. Pero no creo que sea algo muy fácil, la verdad. Si uno se pone a repasar la historia llegará a la conclusión tremenda de que las diferencias terminan imponiendo guerras mortales, largos periodos de exterminio y destrucción. En fin, gana el desentendimiento. Creo que es inherente al humano. O mejor, es inherente a todas las especies que habitan este planeta.
Entonces habrá que abundar en la psicología. Es más o menos fácil de entender si uno comienza por reducir los espacios. En lugar de un país, tenga su casa. No hay naciones, sino vecinos: agradables y desagradables, con gustos diversos, tan diversos que la convivencia a veces se puede tornar odiosa. Una musiquita subida de tono es capaz de provocar una pelea enorme. Una zanjita para que el agua se evacue puede convertirse en una contienda oral terrible, porque hay quien usa palabras tan mortales como proyectiles atómicos.
Si el vecindario luce apretado, o sea: si se trata de un barrio de la periferia, de esos donde las casas han crecido (y se han modernizado también, no lo dude) unas sobre otras, la cosa será peor. Además de los pequeños detalles personales, de las discrepancias del Hombre, se sumará el clima inclemente, la escasez que provoca la crisis mundial, la precariedad de los autos que pasan por la calle como si estuvieran fumigando, los perros con pulgas, las gatas en celo, la lluvia de estrellas que anunciaron y no ocurrió, la mala calidad del picadillo, el desodorante en falta, y… ¡una verdadera cadena de infortunios!
Si todo este pasa en nuestro micromundo, imagínese usted lo difícil que resulta el entendimiento cuando en la comunicación participan además aspectos trascendentales como las creencias culturales, religiosas y políticas. No creo que sea casual la etimología del término diplomacia, que, según veo en los libros, viene del griego διπλομα y significa más o menos “objeto doblado en dos”, porque las comunicaciones oficiales se hacían por escrito. Y esa pudiera ser la clave para lograr un equilibrio en los problemas: doblarse en dos como una carta diplomática, lograr interpretaciones diversas de un mismo asunto, meterse en la piel del otro, pensar en lo que no nos pasa casi nunca o nunca.
Pero, esto no pretende ser un tratado, sino la descripción de cómo el hombre que sirve agua a mi vecindario se tomó un descanso para saciar su sed una tarde, bajo el cruel sol de agosto que caían sin nubes que lo impidieran, sin brisa que nos refrescara. Venía como viene siempre del pozo donde compra el líquido. Traía su carreterilla repleta de pomos.Había puesto un trozo de una rama sobre el manubrio de su carro. En ocasiones se arrimaba al arbusto para aprovechar la sombra, que bien pudiera ser aquí: sombra artificial. En una de esas paradas para comercializar su carga, sacó un jarrito y se puso a beber. A mí me causó tal impresión, experimenté tal compasión que le tomé una foto. Y así escribí este texto, que el viejo Paco nunca leerá, por supuesto.

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