La periodista y
narradora Maria Elena Llana (Cienfuegos, 1936), autora de libros
paradigmáticos dentro del género cuento, en Cuba, como La reja (1965) y
Casa del Vedado (1983), anduvo por la ciudad de Holguín durante la
semana que acaba de concluir. Llana es una mujer divertida, sin
prejuicios en la vida que observa con lente para otras dimensiones, de
manera que luego puede escribir, inspirada en sus propias experiencias
visuales.
Llegó al periodismo muy joven, convertida en una muchachita que sus
compañeros de redacción, todos, buscaban la manera de enamorarle. Me lo
confesó un día, sentados en su casa del Vedado, hasta donde había ido
para saber un poco más de los tiempos iniciales de la Revolución que
ella miraba, a propósito, desde el diario Revolución. Después trabajó en
La Tarde, por un chiste le costó un regaño en el rotativo del M-26-7, y
hasta en la revista Cuba, una publicación que daba cabida a grandes
reportajes fotográficos al estilo de Life.
También anduvo por lejanas geografías: África, donde olió el polvo que
levanta la guerra, o China, el país donde se dejó llevar por un chino
sentada en un exótico carro con ruedas.
Llana es una mujer sencilla en el trato, pero desborda una especie de
refinamiento que no es síntoma de pedantería. En sus conversaciones
saltan frases casi perdidas, palabras que fueron indispensables en el
habla del cubano hace unos cuarenta años atrás. Por eso, por ese hablar
desde lo criollo (no desde lo vulgar), siempre es agradable escucharla
hilvanar historias sobre gente que conoció y amó, si tal es el caso.
Llegó a la Feria del Libro holguinera junto a su última entrega: En el
Limbo, nuevo libro de cuentos, su fuerte en la narrativa, donde ya
cuenta con unos seis títulos. “Tengo una novela ahí, a ver que pasa”,
dijo un día, pero inmediatamente la conversación fue directamente hasta
su casa del Vedado. Había penetraciones del mar y, cuando esto ocurre,
el agua lo inunda todo allí. “La última vez que pasó, desde el portal
sólo se veía agua en el horizonte”, dijo con un periódico en sus manos.
La imagen es exótica. Y yo que estuve en su barrio me quedé embrujado
con la fantasía de una María Elena Llana al borde de su vivienda,
mirando al mar, rodeada de edificios, pero con el frente limpio, sólo
con el agua delante, perdida en el horizonte debajo de un cielo
tenebroso. Es una mujer de años, pero conserva la elegancia, el
atractivo de la juventud.
En la sala de su casa, María Elena Llana expone una foto. Tendrá veinte
años, quizás menos quizás más. ¿Esa es usted?, pregunté el día de mi
vista y desde un asiento próximo me observó con delicadeza: ¿Qué tú
crees?
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La periodista y
narradora Maria Elena Llana (Cienfuegos, 1936), autora de libros
paradigmáticos dentro del género cuento, en Cuba, como La reja (1965) y
Casa del Vedado (1983), anduvo por la ciudad de Holguín durante la
semana que acaba de concluir. Llana es una mujer divertida, sin
prejuicios en la vida que observa con lente para otras dimensiones, de
manera que luego puede escribir, inspirada en sus propias experiencias
visuales.
Llegó al periodismo muy joven, convertida en una muchachita que sus
compañeros de redacción, todos, buscaban la manera de enamorarle. Me lo
confesó un día, sentados en su casa del Vedado, hasta donde había ido
para saber un poco más de los tiempos iniciales de la Revolución que
ella miraba, a propósito, desde el diario Revolución. Después trabajó en
La Tarde, por un chiste le costó un regaño en el rotativo del M-26-7, y
hasta en la revista Cuba, una publicación que daba cabida a grandes
reportajes fotográficos al estilo de Life.
También anduvo por lejanas geografías: África, donde olió el polvo que
levanta la guerra, o China, el país donde se dejó llevar por un chino
sentada en un exótico carro con ruedas.
Llana es una mujer sencilla en el trato, pero desborda una especie de
refinamiento que no es síntoma de pedantería. En sus conversaciones
saltan frases casi perdidas, palabras que fueron indispensables en el
habla del cubano hace unos cuarenta años atrás. Por eso, por ese hablar
desde lo criollo (no desde lo vulgar), siempre es agradable escucharla
hilvanar historias sobre gente que conoció y amó, si tal es el caso.
Llegó a la Feria del Libro holguinera junto a su última entrega: En el
Limbo, nuevo libro de cuentos, su fuerte en la narrativa, donde ya
cuenta con unos seis títulos. “Tengo una novela ahí, a ver que pasa”,
dijo un día, pero inmediatamente la conversación fue directamente hasta
su casa del Vedado. Había penetraciones del mar y, cuando esto ocurre,
el agua lo inunda todo allí. “La última vez que pasó, desde el portal
sólo se veía agua en el horizonte”, dijo con un periódico en sus manos.
La imagen es exótica. Y yo que estuve en su barrio me quedé embrujado
con la fantasía de una María Elena Llana al borde de su vivienda,
mirando al mar, rodeada de edificios, pero con el frente limpio, sólo
con el agua delante, perdida en el horizonte debajo de un cielo
tenebroso. Es una mujer de años, pero conserva la elegancia, el
atractivo de la juventud.
En la sala de su casa, María Elena Llana expone una foto. Tendrá veinte
años, quizás menos quizás más. ¿Esa es usted?, pregunté el día de mi
vista y desde un asiento próximo me observó con delicadeza: ¿Qué tú
crees?
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La periodista y narradora María Elena Llana (Cienfuegos, 1936), autora de libros paradigmáticos dentro del género cuento, en Cuba, como La reja (1965) y Casa del Vedado (1983), recorrió la ciudad de Holguín durante la semana que concluye. Llana es una mujer divertida, sin prejuicios en la vida que observa con lentes dispuestos a otras dimensiones, de manera que luego puede escribir inspirada en sus propias experiencias visuales.
Llegó
al
periodismo muy joven y de inmediato la ubicaron en el turno de la noche
para integrar el staff de los imprescindibles, o como también prefiere
llamerle: “esa
falacia que tanto ilusiona”. Era una muchachita tan guapa que sus
compañeros de redacción, todos, buscaban la manera de seducir. Me lo confesó un
día, sentados en su casa del Vedado, hasta donde había ido para saber un poco
más de los tiempos iniciales de la Revolución que ella miraba, a propósito,
desde el diario Revolución de donde fue despedida luego de practicar una broma en
un asunto para el momento demasiado serio como las milicias intelectuales.
Cabrera
Infante en persona la llamó a contar. Que un error muy grave, María Elena. Que
muy grave decía el bromista que ya le había elogiado algún que otro cuento, de
los primeros que María Elena había escruto, uno de los cuales fue a parar al suplemento
Pitirri. Después la chica de peculiar sentido del humor, mejor diría: de peculiar y habanero sentido del humor trabajó
en La Tarde, Palante, y hasta en la revista Cuba, una publicación que daba
cabida a grandes reportajes fotográficos al estilo de Life.
La
Llana,
como habrá quien la identifique, anduvo por lejanas geografías: África,
donde
olió el
polvo que levanta la guerra, o China, país donde en un exótico carro con
ruedas
se dejó llevar de un lugar a otro y después alguien le reclamaba el
gesto, por parecerle de "colonialista". Y eso que semejante escena
debe ser buena, digo eso de llevar
un chino delante. Nunca atrás.
Mujer
sencilla en el trato que desborda una especie de refinamiento, elegancia, clase
nunca síntoma de pedantería. En sus conversaciones saltan frases casi perdidas,
palabras que fueron indispensables en el habla del cubano hace unos cuantos
años y que ella conserva como fruta preciada en el refrigerador. Por eso, por ese hablar
desde lo criollo siempre es agradable escucharla hilvanar historias sobre gente
que conoció y amó, si tal es el caso; de muertos casi todos ahora, como ciertos
personajes, paisajes, historias suyas.
Llegó a la
Feria del Libro holguinera junto a su última entrega: En el Limbo, nueva
recopilación de cuentos, su fuerte en la narrativa que un día habrá de llevarla al Premio Nacional. Ya cuenta con más de seis
títulos. “Tengo una novela ahí, a ver qué pasa”, dijo un día, pero
inmediatamente la conversación fue a estrellarse en su casa del Vedado y a evocaciones. Había
penetraciones del mar para la fecha y cuando esto ocurre el agua lo inunda todo por allí.
“La
última
vez que pasó sólo se veía agua en el horizonte”, dijo
con un
periódico en mano. La imagen es exótica. Y yo quedo dominado por la
fantasía de
una María Elena Llana al borde de su vivienda, mirando al mar que quiere
someternos y a ella llevársela a saber hasta dónde. La rodean los edificios, pero delante no
tiene nada, sólo hay
agua. Una narradora habanera en medio de la inundación.
Ha
cruzado los setenta, pero conserva la elegancia, el
atractivo de la juventud. En la sala de su casa María Elena Llana tiene
una
foto. Veinte años, quizá. Una hermosa criatura que dicen escribe y
redacta como el mejor. ¿Es usted?, pregunto. ¿Qué tú crees?, responde en su tono
peculiar.
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