Me preparaba para regresar a Holguín tras una breve estancia en
la Feria del Libro de
La Habana cuando vi a Luis Sexto en la televisión. Sus ojos estaban húmedos y, aunque no lloraba, presté atención a la pantalla que me enfrentó a un hombre casi contrariado. Luego, pude observar el resto del lugar donde se encontraba: un aula del Instituto Internacional de Periodismo llena de viejos y nuevos miembros del gremio, aplaudiendo. El artefacto por el cual descubrí a quien fuera mi profesor se encontraba sin volumen. Mi hermana preparaba la cena al oriental que regresa (yo) y mi recuerdo se activó como un termostato movido por el exceso de calor.
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